Dirección: Rainer Werner Fassbinder
Duración: 120 minutos
País: Alemania Occidental
Elenco: Hanna Schygulla, Klaus Löwitsch, Ivan Desny, Gisela Uhlen, Elisabeth Trissenaar, Gottfried John, Hark Bohm, George Eagles, Claus Holm, Günter Lamprecht, Anton Schiersner, Lilo Pempeit, Sonja Neudorfer, Volker Spengler, Isolde Barth, Bruce Low, Günther Kaufmann, Karl-Heinz von Hassel, entre otros.
María se casa en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y pasa solamente una tarde y una noche con su marido Hermann antes de que el hombre parta a luchar de nuevo. Terminada la guerra, pasa los días en el ferrocarril buscando a su marido que está desaparecido. La supervivencia diaria es un reto y la mujer se aloja con un sargento americano que está más que feliz de proporcionarle a ella y a su familia las necesidades básicas. Cuando le dicen que su marido ha muerto, se niega a creerlo. A su manera, es muy leal a su marido y espera de manera paciente su regreso. Sin embargo, aparecerá en el momento menos esperado y el destino seguirá su propio curso.
El matrimonio de María Braun fue la primera parte de la célebre trilogía de películas del director Rainer Werner Fassbinder que se centraban en especifico en el periodo posterior al final de la Segunda Guerra Mundial, y en particular en el renacimiento sociopolítico y económico de Alemania tras el llamado Wirtschaftswunder que en nuestro idioma es conocido como el Milagro económico alemán.
Las tres películas de la trilogía abordaban estas situaciones a través de los ojos de una protagonista de carácter fuerte, arrogante y decidida que lucha contra viento y marea por alcanzar el estilo de vida que siempre ha deseado, pero que una vez que lo consigue, sigue sintiéndose vacía y carente de espíritu.
Al parecer (esta es una mera interpretación sobre las obras) los personajes de estas películas son las representaciones de los propios sentimientos de Fassbinder sobre la Alemania de aquel periodo en concreto, al tiempo que actúan como un retrato alegórico y una interpretación más profunda de las cualidades y características del propio país.
El realizador alemán abre esta historia de trasfondo político muy marcado, con una polémica escena repleta de gritos, sino con un estallido de acción y una sensación de confusión de escasa armonía. Utilizando técnicas de montaje entrecortadas y elaboradas composiciones visuales que oscurecen y fragmentan grandes partes del encuadre de forma muy similar a sus películas anteriores.
Fassbinder es capaz de tomarnos completamente desprevenidos; creando una sensación engañosa de lo que podría ser la narrativa, al tiempo que desarrolla una serie de temas y motivos que se repetirán a lo largo de la misma. La escena en cuestión capta la boda de nuestro personaje central que es María con el soldado Hermann Braun, que pronto será embarcado mientras una procesión de bombas destruye la pequeña capilla y los alrededores de su pueblo.
A día de hoy, es una de las secuencias iniciales más sorprendentes de la obra de este director: la iconografía bélica, el uso de intertítulos irónicos en pantalla, los fotogramas congelados y la continua puntualización de fuertes explosiones y cortes bruscos en el montaje captan nuestra atención desde el primer momento.
A partir de ahí, utiliza la situación para explorar las ideas de fe, lealtad y traición, incorporando una subtrama en la que la protagonista, que cree de forma sincera que su marido ha muerto en combate, inicia una apasionada relación con uno de los soldados gringos que frecuenta el bar en el que trabaja.
Tras el regreso de su marido y su posterior encarcelamiento, la mujer comienza su odisea de autoconservación y renacimiento económico aprovechándose de su entorno y de las ofertas de los demás (por sospechosas que parezcan) para asegurarse un futuro más cómodo que sabemos que en ultima instancia es inalcanzable.
Es complicado señalar que haya algo de María que no sea fascinante. Dinero, sexo, poder, todo ello se convierte en intercambiable para la fémina. Es como la feminista que guarda su pastel y se lo come con una sonrisa voluptuosa; consigue tener un marido, más o menos (en realidad mucho menos hasta los últimos diez minutos de la cinta) mientras obtiene cosas (un hombre que la adora siempre que ella quiere, una casa nueva y cara con servidumbre, una secretaria y obviamente dinero) que otras a su alrededor no consiguen porque están con un hombre o porque su posición es demasiado frágil para ascender (como la secretaria, interpretada curiosamente por la propia madre del director).
La protagonista es sexy, segura de sí misma y está sola, con una vida idealizada que va en contra de una vida que debería hacerse en la sombra. Dice de los dos hombres (el soldado gringo y el pobre viejo y enfermo Oswald) que les tiene cariño, y al mismo tiempo se quedará con las rosas que el confundido e inquieto marido le envía desde Canadá, tras salir de la cárcel. Es decir, tiene un perfil que a una feminista le encantaría desbancar, pero entiende de dónde viene y llega hasta el final.
El relato emplea esta contradicción inherente, y hay momentos con María que parecen ir en contra de las convenciones de un melodrama (por ejemplo, el esposo entrando en la casa de María que se halla justo con Bill, en ese instante ella se encuentra exultante y semidesnuda acompañada de Bill es casi una obra maestra de escena, con la reacción de la mujer no de sorpresa o culpabilidad, sino de pura felicidad al ver que su esposo esta allí y se encuentra vivo) mientras se mantiene firme como director de una técnica de tan alto nivel con una historia que debería ser predecible. Pero en realidad no lo es.
Es como una gran metáfora de un país que después de la guerra, no pudo volver a la normalidad. En varias ocasiones, se coloca el sonido de la radio de fondo, y vemos a María paseando por la casa familiar, con el ajetreo a su alrededor y en la radio se habla de una Alemania dividida, de elementos todavía muy inestables, de un desorden. Quizá la única forma de sobrellevar todo este caos sea el exceso, o quizá solo sea mi interpretación.
En realidad es difícil asegurarlo bajo la mirada fija y los ojos de Schygulla. Es una interpretación destacada, uno de esos espectáculos que capturan el glamour y el encanto de una antigua estrella de Hollywood con la ética de una chica de la calle. Lo más revelador del asunto son los trajes opuestos que se notan en una escena cuando por fin está con su marido, en la que luce una de esas piezas de lencería negra que llevan a la lujuria y tacones altos, y luego pasa a un vestido sin pensárselo siquiera.
Esa es casi la esencia de lo que es el personaje, y Schygulla lo capta de forma maravillosa, una figura testaruda pero de algún modo cariñosa que es adorada y desconcertada por los hombres que la rodean, a veces en una sola frase.
Esto es lo que Fassbinder capta en la maravillosa primera parte de su trilogía, aunque en general tampoco pueda dejar de lado Veronika Voss, esta historia sobre Maria Braun es quizá igual de relevante como estudio de personajes, de lo que origina que una mujer haga lo que se le venga en gana y no tenga (casi) nada que perder.
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