Director: Jean Eustache
Duración: 217 minutos
País: Francia
Elenco: Bernadette Lafont, Jean-Pierre Léaud, François Lebrun, Isabelle Weingarten, Jacques Renard, Jean-Noël Picq, Jean-Claude Biette, Pierre Cottrell, Jessa Darrieux, Jean Douchet, entre otros.
" Años 70. Alexandre es un joven burgués cínico y egoísta que vive en París. Se encuentra en una fase nihilista de su existencia: no estudia, no trabaja y apenas se interesa por los libros o por la música. Lo único que le interesa son las mujeres y, además, vive a su costa. Poco a poco va formando con Marie y Veronika, a pesar de la inicial resistencia de ambas, un atípico "menage a trois", que para él, es absolutamente satisfactorio porque representa un equilibrio entre lo sexual, lo maternal y lo material."
Si el mayo francés del 68 supuso un revaloración del concepto de utopía, su posterior fracaso arrastró a una generación hacia el nihilismo y la decepción. Eustache nos muestra este sentimiento a través de tres personajes de distinta condición, que sólo tienen una cosa en común: el dolor.
Y este dolor se nos muestra con toda su sinceridad, sin trampas, sin enfatizar, dejándonos a solas con él, mirándola a la cara con toda su desfachatez. Los personajes son tremendamente parlanchines, pero también saben escuchar, y escuchan en verdadero silencio, interiorizando cada frase, cada monólogo, y haciendo propio el sentimiento que impregna el celuloide.
La película parece comenzar retratando el estado de ánimo de esa generación devastada por la ilusión maltrecha, sin embargo llega mucho más allá, hasta el fondo de la condición humana, revelándonos la complejidad que cada persona esconde detrás de su frivolidad. El protagonista, un burgués cínico, egoísta y caprichoso ( y cansado, sobre todo cansado, de todo), va desnudándose poco a poco, dejando caer sus máscaras para que veamos la desesperación que en el fondo le corroe.
Jean Eustache con su obra da el paso a la Nouvelle Vague con una propuesta realista, demasiado sincera y visualmente simple. Filmada en su mayoría con un plano medio, estático y en blanco y negro. La cámara es casi grosera, puesto que destapa la intimidad de manera nunca expuesta con anterioridad. Propuesta incómoda, porque las derrotas siempre lo son y las desilusiones se sienten siempre hasta el fondo, siempre y cuando el espectador quiera entrar en el juego que propone el director.
Aquí terminó un ciclo. También en el cine. Después ya no quedó más libertad presentada con tanta sinceridad. Por lo tanto, se puso el cerrojo a una etapa de transición que grababa las películas de la gente de la calle. Cuando la propia calle genera el crear una película, no queda más que hacer que crear en ese sentido. El director reivindicó el concepto de autor, puesto que los franceses carecen de una industria potente como la de los Estados Unidos o la India, y filma esta obra con una sola cámara, un brillante guión y tres grandes actores.
La narración es austera, en una acción casi inexistente a lo largo de sus casi cuatro horas plagadas de diálogos maravillosos y escenas antológicas. Cada plano corre el riesgo de un salto al vacío, pero llega a su destino ileso, sin una magulladura, fortalecido por una naturalidad que invade la cinta de principio a fin. La ausencia de música contribuye a crear esa atmósfera opresiva, agónica y asfixiante, sólo que esto no es provocado mediante trucos formales, sino a través de una autenticidad que llega al alma de los personajes y del espectador.
Arriesgada en el planteamiento, consigue superar los escollos de una trama complicada que fácilmente hubiese caído en el absurdo o en la comedia de enredo, sosteniéndose en un guión bastante logrado, contando con una profundidad digna del propio Bergman. El estudio psicológico del ser humano en la sociedad actual demuestra la inteligencia del director, que de forma torcida recorre todos los aspectos de la personalidad de cada individuo para verterlos en la omnipresente obsesión sexual de todos ellos.
La cinta nunca engaña al espectador. Elaborada a través de larguísimos monólogos de sus protagonistas, la acción continúa mientras el personaje tenga algo que decir a la cámara, sea improvisado o no lo sea. Es lo único que pedía el director. Aunque para ello haya necesitado más de tres horas.
La película no defraudará para nada al cinéfilo más exigente, porque es una obra imprescindible del cine francés, y una joya del cine moderno. Abstenerse, evidentemente, los que devoran palomitas y los que busquen ponerse ebrios. El orgasmo sólo es apto para los más sobrios. Al fin y al cabo, nada más queda por decir que es una cinta para gozar y reflexionar.
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