Dirección: Werner Herzog
Duración: 116 minutos
País: Alemania Occidental
Elenco: Bruno S., Eva Mattes, Clemens Scheitz, Wilhelm von Homburg, Burkhard Driest, Clayton Szalpinski, Ely Rodriguez, Alfred Edel, Scott McKain, Ralph Wade, Nichael Gahr, Vaclav Vojta, Yüksel Topkugürler, Pit Bedewitz, Bob Evans, Der Brave Beo y Al.
Bruno Stroszek sale de la cárcel y se le advierte que debe dejar de beber. Tiene pocas habilidades y menos expectativas: con un glockenspiel y un acordeón se gana la vida como músico callejero. Entabla amistad con Eva, una prostituta venida a menos. Después de ser acosados y golpeados por los matones que han sido los proxenetas de Eva se unen al vecino de Bruno, Scheitz, un anciano excéntrico cuando esté abandona Alemania para irse a vivir a Wisconsin. En esa pradera estéril y abocada al invierno, Bruno trabaja como mecánico y Eva como mesera. Adquieren una caravana, entonces las facturas se acumulan, el banco amenaza con embargarlos, Eva quiere intimidad y de forma inexorable, la promesa de una nueva vida abandona a Bruno.
Casi sobra decir que Werner Herzog tiene algo especial como creador, creo que es difícil toparse con un cineasta tan peculiar. Desde luego hay cineastas que considero mejores (con base a mi subjetividad), o cuyas películas espero con mayor impaciencia o sé que las disfrutaré más, pero Herzog sigue escalando puestos entre mis favoritos por su increíble singularidad.
Este distintivo dentro del ámbito cinematográfico suele ser llevado a través de la meditación sobre la vida, y aunque eso podría decirse sobre la obra de la que hoy me corresponde escribir una breve reseña, también es necesario aclarar que se trata de un relato mucho más directo que lo que he visto de Herzog hasta ahora.
En este caso se acabaron las reflexiones acerca de la existencia y el lugar del hombre en el mundo. Cabe agregar que se trata de una historia tan absurda como enternecedora, tan banal como fascinante y tan ordinaria como única.
La historia en esencia de Stroszek es sencilla y personifica el llamado sueño americano. En ella un grupo de individuos anhela el vivir una existencia mejor de la que en su aciago presente tienen, así que sin pensárselo dos veces, huyen de Alemania a Estados Unidos y acaban en las heladas llanuras de Wisconsin.
Y cuando la historia cambia de lugar, se produce un cambio dramático con ello; al principio tan sutil que ni siquiera me di cuenta de lo que había ocurrido.
Es decir, por muy mal que le fueran las cosas a los personajes Bruno y Eva en Alemania, aquel seguia siendo su hogar, por ende siempre tendrían un lugar al que acudir y un sentido de pertenencia y de identidad. Por consiguiente Estados Unidos elimina todos esos fundamentos personales y los sustituye por una falsa amabilidad.
Y no es que ninguno de los gringos que conocen a su llegada al país sea mala persona, de forma decidida no lo son (o bueno, quizá los camioneros si lo sean, pero yo diría que más bien se acercan al concepto de inconscientes que es consecuencia innegable de la ignorancia).
Pero como decía, lo que hacen los gringos es enmascararlo todo bajo un velo de amabilidad. Por ejemplo el banquero aquel que lleva a Bruno hacia su nueva casa y tiene una sonrisa torpe en la cara todo el tiempo. O el mecánico que tiene un ayudante indio y que le da trabajo a Bruno, pero que bromea sobre acostarse con Eva ignorando el dolor del hombre, pero lo hacen con amabilidad.
En ese sentido, Bruno tiene razón cuando una noche le suelta toda una compungida perorata a su amada Eva donde le declara que en Alemania la gente le causaba dolor físico al golpearlo, pero que en América la gente lo golpea de forma espiritual y le causa más dolor del que él está dispuesto a soportar. En el caso de la citada Eva tampoco es capaz de soportarlo, pero a diferencia de Bruno, carece de la capacidad para intentar aferrarse a la situación, por lo tanto resuelve huir de la desgraciada situación en la que viven.
A propósito algunas personas suelen afirmar que esta cinta guarda una visión muy antigringa, pero a mi la película no me dio esa sensación. En todo caso, me pareció mucho más dura con la cultura alemana. Y para ello basta mencionar a aquellos proxenetas abusivos del arranque, pasando por el sistema que escupe a Bruno en el rostro y no quiere saber nada de él, hasta los tres personajes principales que me recordaron a mis compatriotas ingenuos (que la están padeciendo bastante justo en estos días) que creen de manera muy inocente que tres personas pueden viajar a Estados Unidos y triunfar solo porque así lo quieren.
Dicho de otra manera, la bondad gringa y la falsedad que puede subyacer en el núcleo del sueño americano también reciben su buena tunda, pero de igual forma el modo de vida y de pensar alemanes. En esencia, Stroszek no tiene nada negativo que señalar de ninguna nación en particular, sino de la sociedad en su conjunto.
A este respecto la visión que Herzog tiene de la humanidad en este filme no es amable, y nada lo subraya más que la secuencia final del espectáculo de animales y el telesquí. Creo que los animales bailarines parece ser que nos representan como especie y que en algún lugar ahí fuera, alguien sigue poniendo dinero en la máquina que nos maneja, y damos vueltas y vueltas sin ningún control real sobre lo que nos ocurre.
Todos y cada uno de nosotros estamos atrapados en nuestra pequeña prisión, y hagamos lo que hagamos, no podemos escapar de ella. El viaje de Bruno en el telesilla representa justo eso, querer escapar de la situación, escapar de lo que le ha ocurrido, escapar de Estados Unidos, escapar de que Eva lo haya abandonado, pero el telesilla sigue devolviéndolo al mismo punto de partida y siempre lo hará.
En definitiva lo anterior suena bastante pesimista, y Stroszek es una pelicula agobiada con los puntos de vista que presenta y los temas que trata. De alguna forma la fotografía refuerza ese pesimismo y lo contrarresta.
El encargado de la fotografía de nombre Thomas Mauch nos muestra un mundo hermoso, que debería proporcionarnos algún tipo de escapatoria o indulto, porque ningún mundo tan hermoso como el nuestro debería ser una prisión.
Al mismo tiempo, Herzog y Mauch muestran la desolación de las llanuras americanos, la fealdad que yace bajo toda la belleza. Y desde mi perspectiva, todas y cada una de las imágenes o momentos edificantes de la cinta van acompañados de una imagen o momento igualmente deprimente.
Acaso la única faceta del filme que evita que llegue al nivel de depresión cercano al letargo, es el personaje titular de Bruno Stroszek, interpretado por el también singular Bruno Schleinstein (mejor conocido como Bruno S.).
Este especial hombre es el centro de muchos momentos tan absurdos que se vuelven divertidos del relato, como el atraco a mano armada al peluquero, o las primeras secuencias acontecidas en Alemania en las que su forma de hablar lo convierte en un tipo divertido y su carácter jovial en general causa gracia de modo genuino.
Sin embargo, cuando lo necesita Bruno da un giro a su interpretación naturalista. Sirva de ejemplo la maqueta de la cárcel que le enseña a Eva que es una escena desgarradora, porque por primera vez Bruno se muestra todo lo mesurado que puede ser y se abre por completo ante esa mujer, y ella no reacciona como esperaríamos los atentos espectadores.
A medida que sigo descubriendo las obras de Werner Herzog, me sigue atrayendo cada vez más su estilo. Cuenta historias que me parecen sugerentes, es capaz de hacerme reír, de hacerme cuestionar la existencia de un Dios, de hacerme sentir empatía, y en especial de ser capaz que me importe. Es decir, me importan las situaciones y los personajes que crea.
Stroszek es una pelicula profundamente conmovedora por su honestidad, su humor y su final tan triste como real, envuelto en indumentarias tan absurdas. Entonces, las películas de Herzog que he visto hasta ahora no son solo obras cinematográficas, son experiencias, y Stroszek es otra experiencia que todo devoto del cine debe vivir.
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