Director: Aleksandr Sokurov
Duración: 73 minutos
País: Rusia/Alemania
Reparto: Aleksei Ananishnov y Gudrun Geyer.
" En una vieja casa aislada, situada en un fantasmagórico paraje campestre de tonalidades pictóricas, un joven concede amorosas atenciones y cuidados a su madre gravemente enferma. En el que quizá sea su último paseo juntos, él la lleva en sus brazos, y ambos evocan melancólicamente el pasado."
Una de esas pocas películas que frente a la tendencia esterilizadora y asfixiante del cine-espectáculo que padecemos (con calidad o sin ella, que de ambas cosas hay, pero que se funden en una misma debilidad), apunta de forma sutil y casi diría que consagrado hacia lo intangible, hacia aquello que no puede ser expresado con palabras, ni siquiera con imágenes. Lo que esta película revela es lo que queda cuando el tiempo se detiene, cuando el alma se instala el silencio y se abre a sus abismos. Es decir, ni más ni menos, aquello que el arte está destinado a cumplir por naturaleza (aunque muchos directores actuales ni siquiera lo sospechen).
Sin embargo, me pareció tan fría y distante durante sus primeros minutos como escasa y desconsoladora en su tramo final, y es que Sokurov traza este retrato del amor mutuo entre una madre y su hijo de modo un tanto desangelado en su inicio, ya que incurre diversas ocasiones en el error de creer que puede presentar dos personajes y ahondar en su relación sin que exista apenas alguna interacción entre ellos, y ahí falla rotundamente la obra, puesto que nunca llega a sentar unas bases para que podamos conocer mejor a los personajes y únicamente sobresalen algunos de los diálogos que se dan sobre las aflicciones de los mismos.
Esta película tiene una gran importancia en la filmografía de Sokurov en tanto que constituye un punto de inflexión en su carrera, quizás sea el inicio de su madurez cinematográfica (con todo lo bueno que esto representa en un hombre de las características del ruso): el manejo firme de las cámaras, un equipo comprometido, la confianza y estilo que sólo la independencia pueden aportar.
Todo esto ha convertido a Sokurov en el paradigma de ese termino que se da el cine de ser "el séptimo arte", pues el ruso engloba en sus obras todos los géneros propiamente artísticos: teatro, pintura, escultura, música, poesía y danza.
Esta cinta resulta ser la culminación de una cosmovisión muy concreta de lo que es o debería ser el cine y lo que la eleva a la categoría estética de arte es el hecho de que el propio realizador esculpe su espíritu, es decir, parte de sus propias dudas e intereses y a partir de éstos da forma al drama. Esta obra es algo más, es la disección de un alma, la búsqueda de la esencia de la vida: la propia muerte.
Puedo imaginarme al propio Sokurov tratando de encontrar el mejor modo de expresar el tránsito de la vida a la muerte, de alcanzar al espíritu en ese ejercicio de reflexión que es esta película. El artista no puede aspirar a crear alejado de su propia experiencia personal o de sus propias preocupaciones, de ahí que tantas y tantas cosas que la industria produce hoy carezcan de personalidad, porque van destinadas a un mercado. La obra de Sokurov es alimento para el espíritu y es interesante en tanto que habla del hombre común y de sus angustias. Porque al fin y al cabo el director nos muestra la muerte como un momento de éxtasis, por el dolor físico y por la cercanía del espíritu a la tenue frontera donde nos espera lo desconocido que, aunque sea la nada, ha de ser la comunión final en la armonía del ser que se va para dejar sitio a la nueva vida.
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