Director: José Padilha, Felipe Lacerda (co-director)
Duración: 120 minutos
País: Brasil
Elenco: María Aparecida, Captain Batista, Luanna Belmon, Claudete Beltrana, Luciana Carvalho, Coelho, Damiana, Yvonne Bezerra de Mello, Julieta do Nacimento, Sandro do Dascimento, Dona Elza, Geísa Firmo Gonçalves, José Henrique, Cláudia Macumbinha, entre otros.
" Un documental que describe lo que sucedió en Rió de Janeiro el 12 de junio del 2000, cuando un joven armado tomó el autobús 174 y amenazó con dispararle a todos los pasajeros. Transmitido en vivo por todas las cadenas de televisión brasileñas, este terrible evento de trágico final, se convirtió en uno de los retratos más impactantes de la violencia existente en aquel país, y en uno de los ejemplos más aterradores de incompetencia y abuso de la policía en los últimos años."
El 12 de junio del año 2000, un hombre abordó un autobús en Río de Janeiro con la intención de robar a sus pasajeros. Cuando el acto o la idea del robo se estropeó, Sandro, el perpetrador, convirtió al conductor y a los correspondientes pasajeros en rehenes, amenazando con matarlos uno por uno, si no se satisfacían sus demandas. El evento, transmitido en vivo por la televisión brasileña, atrajo la atención nacional, ya que durante las horas que se extendió el incidente se desató un tenso enfrentamiento entre Sandro y la policía. Así que, después de la breve introducción, enuncio que a mi parecer se trata de un fascinante documental creado por el destacado par de mentes que pertenecen a José Padilha y Felipe Lacerda, quienes llevan a cabo un relato de ese evento y las circunstancias que lo rodearon.
Pero veamos, no contentos con simplemente repetir los detalles que envolvieron la experiencia vivida aquel día, los cineastas utilizan su película como una oportunidad para examinar mucho de los males sociales que sentaron las bases en primer lugar, para que una tragedia de ese tipo pudiese haber ocurrido. Por lo cual, en su ejercicio la crítica más dura está reservada tanto para el gobierno como para el pueblo brasileños, dado que ambos deciden mirar para otro lado cuando se trata de los cientos de niños sin hogar que habitan en las populosas calles de Río de Janeiro. Y el propio Sandro fue un niño que compartía el mismo penoso origen, ya que había presenciado el asesinato de su madre a una temprana edad y luego no le quedó más remedio que recurrir como solución a sus problemas que a la vida en la calle, al uso de drogas y al crimen como su único medio de supervivencia. En algún momento, también nos enteramos de que la gran mayoría de los residentes de Río no solo ignora la compleja situación por la que atraviesan estas personas, sino que tanto los ciudadanos como los funcionarios gubernamentales han tomado parte activa en el hostigamiento que padecen y, en algunos casos de forma lamentable, incluso en el asesinato de algunos de esos niños.
Todo esto parece confirmar que Sandro es claramente un producto de su entorno, y sus acciones aquel día se extienden en gran medida por la falta de una conexión social que ha sentido toda su vida. Además, los directores resuelven de igual forma enjuiciar el papel en el suceso de una fuerza policial corrupta e incompetente, a un sistema penitenciario brutal y deshumanizante, y a un público voyeurista hambriento de toda clase de sensaciones novedosas, y que se alimenta de la tragedia presentada en vivo y a todo color, como si se tratara de una película de acción de Hollywood o de algún tipo de drama que gozara de un tono escabroso.
Del mismo modo, entrelazadas con imágenes del incidente real, se nos conduce a diversas entrevistas con algunos de los varios participantes que hubo en este drama, que van desde oficiales de la policía hasta miembros del equipo SWAT, así como rehenes que sobrevivieron, presos torturados, trabajadores sociales, psicólogos, amigos y familiares del propio Sandro. A través de estas entrevistas, Padilha y Lacerda fabrican un lienzo de la sociedad brasileña que no siente la más mínima compasión por sus coterráneos, y que los termina procesando a todos de una manera u otra.
En mi caso, lo que más me impresionó de esta obra, es cómo todas las emociones se fueron empalmando hasta que quedaron atadas como si de un nudo se tratara. Esto se debió a que con frecuencia hallaba que mis lealtades cambiaban de un lado para el otro entre los diferentes participantes de esta odisea. En algún momento se consigue simpatizar con Sandro y con todo el sufrimiento que ha experimentado, y al siguiente con los rehenes inocentes que simplemente desean escapar de ese perturbado hombre y regresar a sus vidas normales. En ese sentido, es posible que incluso, me haya descubierto alentando a los vacilantes policías, mientras que en otros, me inclinaba por apoyar a los oprimidos y por consiguiente terminé por percibir a los oficiales de la ley como los verdaderos villanos de toda esta pieza cubierta en desdicha.
En realidad, los eventos que acontecieron ese día sacudieron a una nación, sirviendo de algún modo como un llamado de atención para una sociedad que ha intentado pasar la escoba para enmascarar sus injusticias y problemas sociales bajo una alfombra manchada de sangre.
Sin embargo, resulta evidente que esta no es una realidad exclusiva de Río, de ninguna manera lo es, dado que la historia de Sandro es por sí misma, en gran medida, representativa de lo que sucede en las principales ciudades cuando se permite que la pobreza y la miseria no se controlen y cuando la indiferencia al sufrimiento se convierte en la norma de las clases privilegiadas.
En definitiva, este filme es más que un recuente de un incidente aislado acaecido en un país lejano; es un vistazo al corazón oscuro del hombre, ese costado que todos decidimos ignorar para nuestro propio riesgo e infortunio.
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