Director: Jean Renoir
Duración: 110 minutos
País: Francia
Elenco: Nora Gregor, Paulette Dubost, Mila Parély, Odette Talazac, Claire Gérard, Anne Mayen, Lise Elina, Marcel Dalio, Julien Carette, Roland Toutain, Gaston Modot, Jean Renoir, Pierre Magnier, Eddy Debray, Pierre Nay, entre otros.
" La vida burguesa en Francia, en el inicio de la Segunda Guerra Mundial, contando como los ricos y sus pobres sirvientes se reúnen en un castillo francés."
Como ocurre con otras de esas películas que se repiten en las listas de las mejores (cuya necesidad parece exclusiva del cine), su propio prestigio es quizá un obstáculo para la apreciación de esta cinta; el juego de las expectativas, el eco de los superlativos o el espíritu de contradicción pueden dificultar eso que parece tan simple: observar, escuchar, tratar de comprender.
Estamos ante una película muy compleja, pero su planteamiento inicial es de una rapidez casi brutal, la misma con la que aterriza en tierra francesa un avión que acaba de efectuar una travesía trasatlántica. El punto de vista de la primera escena es el de una reportera de radio que inicia la transmisión en vivo del evento y se une, tras el aterrizaje, a los espontáneos que atraviesan el cordón policial en busca del héroe. Este hombre acaba de bajar del avión, un poco aturdido, ayudado por los técnicos y saludado por las autoridades, y se le informa a través de un amigo suyo, de que cierta mujer a la que esperaba, no ha venido a recibirlo. La reportera aparta al amigo de un empujón, y aborda al atrevido hombre para una entrevista en director, le pide que diga cualquier cosa, que es feliz.
Jean Renoir es sin duda uno de los más grandes directores de la historia del cine, aunque muchos jovenes (y algunos que no lo están tanto) de hoy día ignoren completamente que existió. Auténtico padre del cine moderno, se convirtió en el célebre autor del movimiento cinematográfico llamado realismo poético o naturalismo francés. Naturalmente, fue odiado y maltratado por toda la sociedad de su época, condición indispensable que debe tener un artista para que las generaciones venideras lo catalogaran como un genio. Sus películas cada vez más comprometidas socialmente fueron como balas que marcaron la sagrada bandera tricolor. Se ganó a pulso su sitio en el séptimo arte, y se puede decir que ayudó a engrandecer como otros grandes realizadores del mundo como Chaplin, Murnau o Kurosawa a que este entretenimiento considerado como vulgar a principios del siglo pasado fuera llamado arte.
Sabemos perfectamente que Hollywood reina en el mundo del entretenimiento. Para la denominada industria de sueños, hacer cine siempre ha sido como hacer salchichas. Sólo es un negocio. Por eso, cualquier cinéfilo que se nombre así, no puede olvidar que si ama el cine de verdad, tiene que amar el cine francés. En Francia se inventó el cinematógrafo gracias a los hermanos Lumière , y en Francia el cine se convirtió en arte. Los críticos de la década de los sesenta de aquella revista Cahiers du cinema (cuadernos de cine) reivindicaron el concepto de cine de autor con razón, ya que el cine no sólo era producción de entretenimiento, era un arte, como la pintura por ejemplo. Esta premisa quedaba totalmente demostrada con talentos como los del propio Renoir y algunos de sus contemporáneos.
Muchos fundamentalistas que están a favor de lo que ofrece Hollywood como industria, odian el llamado cine de autor, piensan que sólo es un asunto del ego, piensan que es solamente para esnobs. Nada más lejos de la realidad. Ford era un autor, eso ahora nadie lo pone en duda, pero ni él mismo era consciente de que era un artista. Para él, ser director era igual a ser carpintero, es decir, un trabajo como cualquier otro para ganarse el pan. Fue gracias a los franceses que se supo reconocer el talento de los magníficos directores que había en esa época. El cine, como la pintura, tiene que ser personal, de autor; sino es para adolescentes, un producto idiotizador. He dicho.
Esta película mezcla comedia y drama. Combina sátira, vodevil y tragedia. Bajo la apariencia de una inocente farsa campestre, elabora una aguda crítica hacia la alta burguesía parisina en vísperas de la Segunda Guerra. Muestra, sin palabras, cómo la clase dominante está formada por personas inútiles, frívolas, vanidosas, incompetentes, hipócritas, superficiales y lujuriosas. De igual manera, muestra cómo las personas de otro nivel social las imitan, asumen sus principios y reproducen sus pautas de conducta. La cinta se apoya en dos ideas centrales. Observa que todo el mundo miente: los artículos o folletos de la medicina, los gobernantes, la radio, el cine, los periódicos y un largo etcétera. En segundo lugar, le parece que las relaciones amorosas son intrascendentes, fútiles, triviales e inocuas. Constituyen, además un grato motivo de diversión, entretenimiento y distracción. Así que, los juegos del amor se pueden practicar fuera de la pareja, sin riesgos, en una sociedad sofisticada y moderna, si es que cumple con la regla de oro que no es otra que guardas las apariencias. Con sutileza e ironía denuncia la condena de la sinceridad, el egoísmo de los privilegiados, la violencia con la que defienden sus privilegios, el antisemitismo, la xenofobia, el conservadurismo y demás joyas de la corona.
Ahora bien, cuando se ve esta obra se puede dar cuenta de dos cosas: la primera es que esta película hay que verla no una, sino dos y hasta tres veces. La segunda cuestión es que no es una película, sino dos. La primera sucede cerca de la cámara y la segunda tiene lugar en los profundos espacios del fondo, gracias a la profundidad de campo. Es que la acción nunca acaba, los actores interpretan todo el tiempo. No importa que estén cerca o lejos de la cámara. Actúan. La película continua y por lo tanto las tramas avanzan. Es por eso que con un solo visionado, no se puede llegar por completo a lo que Renoir deseaba contar.
Renoir como director no se esconde en ningún agujero. Su arte es un juego sin reglas preestablecidas pero también algo más que un simple juego, heredero de la tradición moralista de la literatura de su país, que muestra sin juzgarlas, las flaquezas y las razones de todos sus personajes, sus movimientos imprevisibles, pero a la postre inevitables.
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