Dirección: Peter Weir
Duración: 106 minutos
País: Australia
Elenco: Richard Chamberlain, Olivia Hamnett, David Gulpilil, Frederick Parslow, Vivean Gray, Nandjiwarra Amagula, Walter Amagula, Roy Bara, Cedrick Lalara, Morris Lalara, Peter Carroll, Athol Compton, Hedley Cullen, Michael Duffield, Wallas Eaton, Jo England, John Frawley, Jennifer De Greenlaw, entre otros.
Un abogado de Sidney tiene algo más de lo que preocuparse que de una serie de precipitaciones superiores a la media cuando se le pide que defienda a cinco aborígenes ante un tribunal. Decidido a romper su silencio y descubrir la verdad que se esconde tras la sociedad oculta que sospecha que vive en su ciudad, el abogado se ve arrastrado cada vez más de forma intima a una profecía que amenaza a un nuevo Armagedón, en el que todo el continente se ahogará.
Con la misma sensación que generaba la que en aquel momento había sido su pelicula anterior Picnic at Hanging Rock (a la que se le conoce en nuestro idioma como El enigma en las rocas colgantes y de la que ya habrá oportunidad de discurrir), Peter Weir creaba en esta peculiar historia una nueva confrontación entre el hombre moderno y el poder insondable de la naturaleza en La última ola.
Luego de verla, considero que sigue siendo una cinta bien filmada y por momentos interesante, pero no alcanza el mismo nivel poético o misterioso de su antecesora. Por ejemplo, algunas de las respuestas a las preguntas que plantea son más literales y como en obras muy especificas de la experiencia australiana del tipo de Los coches que arrasaron París todo lo particular que evoca la experiencia termina por acabar distanciando más que iluminando.
Aun así, demuestra que la citada Picnic at Hanging Rock no había sido una casualidad, que Weir había crecido realmente como cineasta y que era distinto en algunos aspectos muy particulares.
La anécdota sobre la que arranca la historia tiene que ver con un aborigen que es asesinado por cinco de sus compañeros en Sidney. Visto desde fuera el incidente parece una mera pelea de borrachos, pero cuando el abogado David Burton es contratado para ayudar en el caso, se dedica a investigar todo lo que puede acerca de la intersección que existe entre la ley tribal y la ley australiana, así como la falta de voluntad de los cinco implicados para hablar con él.
Así que se centra en uno de ellos, un tal Chris y le invita a cenar a su casa con su esposa Annie y sus dos rubias hijas. Es en ese momento que Chris trae consigo a la cita a un místico aborigen que se hace llamar Charlie.
Pues bien, la cuestión central de la pelicula gira en torno a las premoniciones en general y al presentimiento de una catástrofe en particular. De tal forma que está íntimamente ligada a las ideas de la aludida Picnic, porque no se trata realmente de la premonición en sí como si fuese una especie de fuerza mística o propia de otro mundo, sino del asunto del presagio como una extensión del mundo natural, es decir la implicación adicional de que el mundo natural es más grande y está mucho más allá de nuestra comprensión y de lo que estamos dispuestos a admitir al respecto.
David (el protagonista) se encuentra de repente con visiones en sus sueños, y recibe acerca de ello explicaciones del tal Chris y de un antropólogo australiano sobre cómo los aborígenes perciben los sueños como extensiones hacia otra capa de la realidad que se combina con los propios sueños de David que guardan conexiones con el mundo real, como le hecho de que soñó en algún momento con el propio Chris que le ofrecía una piedra sagrada antes de haberlo conocido.
Por si fuera poco el trasfondo de esta peculiar anécdota es que Australia está siendo azotada por la lluvia y el granizo de forma intempestiva en el mes de Noviembre. Y las fuertes lluvias destruyen una escuela en el campo.
La lluvia cae sobre Sidney día tras otro, noche tras noche, y el predominio del agua se filtra en la vida del abogado a través de pequeños sucesos como la inundación de la bañera del piso de arriba por parte de sus despistadas hijas, que provoca que el agua caiga por las escaleras y que su esposa y él mismo tengan que limpiar el desastre.
En todo caso lo que realmente domina los primeros compases de la cinta es esa sensación relacionada con el presentimiento que invade al espectador a medida que se adentra en los primeros signos de esas visiones y sucesos con David, incapaz de averiguar a qué conduce esa sensación continua de inquietud.
Donde la historia se vuelve menos interesante y acaba pareciendo una simple distracción es en la mayoría de los acontecimientos posteriores que involucran al par de hombres nativos del lugar. E un abordaje que calificaría de singular, ninguno de ellos es mágico ni asombroso, pero poseen cierto tipo de conexión con otra capa de la realidad que el abogado blanco acaba compartiendo con ambos.
Mi inconveniente es que los pormenores del argumento sobre la ley tribal, la sala de tribunal y la revelación final de una cueva sagrada aborigen oculta en donde hay obras de arte místico rupestre, resultan insuficientes en el mejor de los casos. Aquí el tratamiento acaba dando la sensación de tener poco sentido, en especial en lo que corresponde al punto más sobre el desconocimiento de la naturaleza.
Por desgracia, lo que Weir no consigue es compensar este estado de ánimo con una narración atractiva y reflexiva. Estamos ante una vaga y ominosa sensación de presentimiento, poderes místicos inexplicables, un misterio que va más allá del alcance de la humanidad.
Y se aborda de una forma que se ha vuelto cada vez más cansina en los últimos tiempos: un hombre blanco que tropieza de manera accidental con un secreto milenario, luego aparece un nativo de la tierra que guarda un poder místico que corre por sus venas. Luego el abogado intenta desvelar los misterios en una sesión judicial, pero aun más desde una perspectiva moderna, da la sensación de que no sólo se lo está explicando a sí mismo, sino también al público.
No hay ningún subtexto, ningún discurso que intente desentrañar la multitud de cuestiones relativas a la identidad aborigen, con un largo etcétera. Ergo, la pelicula se convierte en un thriller de terror plagado de suspenso. Y es una pena, porque el suspenso está muy bien logrado.
Pero el director se desvía demasiado, y lo que era seductor e inducia al miedo se convierte en una experiencia que desconcierta. Aun así, me quedó con una impresión ligeramente positiva gracias a la dirección de Weir, que a pesar de mi falta de interés fue capaz de impresionarme en varias ocasiones.
Se necesita mucho talento para que me quede pensando en una pelicula cuya historia me importa un bledo, y eso demuestra la habilidad del trabajo de este director en este caso en particular. Ojalá la historia en si hubiera sido la mitad de apasionante que las secuencias individuales.
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