Hay personas con las que nos cruzamos en el incesante ir y venir de nuestros días que no pueden pasar inadvertidas. Se "entrometen" en nuestras vidas de tal forma que no pasa mañana que no deseemos verlas y escucharlas, como si en ello se nos fuera el alma, tras la suya.
Nos agotamos extrañándolas, añorando su cercanía, y cuando están con nosotros nos quedamos mudos, o hablamos de más, de todo y de nada, hacemos sentir que nada es importante para los dos. Sin embargo se nos "arruga" el alma y el nudo de la garganta que tanto tememos desatar se las arregla para no abandonarnos y no permite que hablemos de lo que en realidad queremos.
Hay personas que llenan nuestro mundo con su fuerza, con sus ansias de vivir a nuestro lado, y las rechazamos por el miedo a sentirlas realmente necesarias en nuestro camino; el miedo a hacernos dependientes de ellas, el miedo a ser parte de ellas, el miedo a amarlas nos invade completamente y nos deja de nuevo solos, mientras vemos cómo se alejan. Dejarlas ir, en completa ignorancia de lo que sentimos, sabiendo que no volverán o que se decidirán a seguir solos también, sin nosotros. Hay personas que nos aman y a las que amamos tanto que nos esforzamos por rechazarlas y nos volvemos unos verdaderos "ogros".
En nuestros pantanos ponemos letreros que alejan a los demás y les niegan la oportunidad de que nos conozcan en nuestro corazón y que se enamoren de nuestras almas, tan esplendorosas cuando se enamoran y tan dadivosas.
Hay personas que llenan nuestro mundo de amor y nos convierten en seres maravillosos, increíbles, mejores. Están más cerca de lo que imaginamos, solamente tenemos que dejar nuestros temores atrás, muy lejos y permitirnos el valor de abrir las puertas de nuestras emociones y dejar que nos toquen.
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