Hoy les voy a contar un cuento. Sí, de esos que tienen "final feliz" y "mensaje positivo"; aunque no estoy seguro de que éste lo tenga. En fin, espero que les guste, que al final aparezca el suspiro típico ante lo sensiblero, y que esa exhalación les ayude a conciliar el sueño o por lo menos si no hay respiración ambiciosa, si exista la capacidad para lograr dormir. Sin más preámbulos, empezaré:
Había una vez un hombre que se sentía exhausto y una mujer aburrida. Caminaban por las calles de su ciudad, ya eran alrededor de las 10:30 de la noche. Era un anochecer tranquilo, sin frío y con las estrellas iluminándolo todo. Hacía pocos minutos que acababan de salir de un café, al que habían asistido para averiguar de que se trataba todo el asunto aquel del nombre raro, la luz tenue y los libros en el estante; también para codearse con algunas "personalidades" que frecuentan el lugar. En pocas palabras: para advertir si valía la pena o no.
Al llegar conversaron algunos minutos sobre las frustaciones de ambos en el día. En Él había un cansacio abrumador que muy probablemente Ella no hubiera podido notar sí Él no se lo hubiera expresado abiertamente. Sin embargo Él deseaba con todas las ganas que provenían de lo más profundo de su alma que sus párpados no se cerraran. Ella en cambio, por la tarde había asistido a una reunión de familia, convidada a asistir por medio de una de sus amigas y se sentía decepcionada de aquella invitación de la cual no había obtenido los beneficios esperados.
Ya estando allí, ambos ordenaron un americano, además de una rebanada de pastel de chocolate. Una combinación perfecta para Él. Sentados a la mesa no sólo habían conversado, sino que compartieron puntos de vista sobre un libro basado en la vida y obra de una gran artista nacional. Pero como todo empieza, también tiene que terminar, es ese proceso diacrónico inevitable de la vida.
Al salir, Ella lo invitó a su casa. Él accedió sin mayor dificultad. Cuando arribaron a la vivienda de la mujer jamás se imaginaron el problema con el que habrían de enfrentarse: un par de canes furiosos, llenos de espumarajo en el hocico, con los colmillos afilados lo esperaban a las puertas del dulce hogar. Ella conocía muy bien el miedo irracional de su acompañante hacia esas bestias llenas de pelo, que de cachorros son tan tiernos, pero que cuando crecen se hacen de esos dientes con bordes peligrosos, listos para arrancarte un pedazo de carne y sí es necesario, algo más.
No obstante, la solución ante ese dilema fue literalmente "abrir y cerrar puertas". Es decir, Ella abrió una puerta para protegerle, y Él cerró una para protegerla. Sí, a Ella.
Así juntos los dos lograron entrar al inmueble, aunque las puertas no fueron los únicos artefactos utilizados para realizar esta proeza. Ella en algún momento de la hazaña le sugirió que tomase una roca, le convenció que la iba a necesitar. Lamentablemente no fue así. Él la recogió porque en ese estado de pavor absoluto, no podía ni pensar y que mejor que darle bola a quien sí lo hacía o eso parecía.
Al final el alba había sido complicado, el crepúsculo aburrido y la anochecida divertida. La parte final del día se modificó porque estaban juntos. Porque ambos siguen teniéndose el uno al otro, ya que no importa quién abra o cierre la puerta o quien sugiera recoger una piedra para partirle la cabeza en dos a un chucho tan horrible como el de aquel anochecer, No, lo que interesa y realmente importa es sentarse a conversar, sin mirarse, sin tocarse, sólo darse cuenta que el otro está allí justo al lado; no como un complemento, sino como un suplemento. ¿Sí saben cómo?
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