Director: David Lynch
Duración: 89 minutos
País: Estados Unidos
Elenco: Jack Nance, Charlotte Stewart, Allen Joseph, Jeanne Bates, Judith Roberts, Laurel Near, V. Phipps-Wilson, Jack Fisk, Jean Lange, Thomas Coulson, John Monez, Darwin Joston, T. Max Graham, Hal Landon Jr., Jennifer Chambers Lynch, entre otros.
" Henry Spencer, un hombre deprimido y asustadizo, intenta sobrevivir al entorno industrial en el que vive, a su novia enojada y a los insoportables gritos de su recién nacido hijo que resulta ser un mutante."
La acción dramática tiene lugar a mediados de los años 70 en una ciudad norteamericana, muy industrializada y con elevados niveles de contaminación y suciedad. Henry Spencer es un tipo deprimido, asustado, nervioso y asediado por múltiples pesadillas, de las que trata de librarse haciendo uso de la imaginación y su capacidad de concentración. Este hombre trabaja en una imprenta, es enigmático y vive en un departamento de una sola habitación en un barrio pobre lleno de ruidos, vibraciones y resonancias sonoras, que se prolongan durante el día y la noche. Hace algún tiempo que no ha visto a Mary, una chica con la que mantuvo alguna relación sentimental, y al mismo tiempo es vecino de una muchacha atractiva y sueña con una chica que vive en el calefactor. Todos ellos son vigilados por el hombre del planeta (o del espacio) quien vigila el cielo y la tierra, la vida y la muerte.
La cinta está constituida de algunas dosis de fantasía, horror, drama y ciencia ficción. Combina realidad, visiones oníricas y sueños, que centran la atención en cuestiones tenebrosas, deformes y perturbadoras. Uno de los temas principales a tomar en consideración es el bebé nacido prematuramente y que no posee formas humanas, quien es hijo de Mary. Parece ser un híbrido de cordero y de conejo desollado, cuya presencia conmueve y estremece.
Todo es tan simple y a la vez tan complejo, que la acción basada en un guión constituido de 21 páginas, desarrolla escaso diálogos y avanza casi de manera fantasmagórica, hilvanando acontecimientos con la lógica propia de los sueños y la fantasía.
Ahora bien, aquellos que no le encuentran sentido a esta obra, comprendo que les desagrade y que consideren que es una tomada de pelo. A mi personalmente me agrada, y es simplemente porque le encuentro algún sentido al relato y a la belleza visual del mismo. Todo tiene sentido de manera simbólica, lo que la aleja del surrealismo en la que se le encuadra. Para mí, todas las imágenes que nos pueden parecer grotescas como espectadores, tienen en realidad un mensaje subyacente.
En pocas palabras su historia, o mejor dicho, el onanismo mental del director que refleja en su proyecto, me llama la atención. La sordidez, el hundimiento mental y la podredumbre a la que se vio sometido es patente y son temas que me atraen. Es como el agujero de la playa que nunca se puede rellenar con toda el agua del mar. Me resulta sorprendente ver lo que es capaz de absorber y asimilar una persona y como este proceso se refleja. Tal vez puede llegar a generar pavor el imaginar o sentir que todo eso se puede albergar en la mente. Lynch, debía de estar fatal en esa época, para que lo encerraran en una torre, pero la misma expresión de su descomposición cerebral le sirvió de catarsis resultando algo liberador. Simple sublimación.
Y es que la película es un reflejo de la visión que Lynch tiene sobre la vida. Y podemos observarlo desde las primeras imágenes que aparecen en la pantalla en donde lanza alguna clase de hipótesis y deduce a partir de ello, es decir partiendo de un hecho concreto lleva a cabo un análisis de la existencia o la vida humana.
Su conclusión: esta es una prisión donde no cabe la esperanza, donde no hay más salidas que la rebelión o la destrucción. Es en ese punto que comprendemos que la personalidad de Lynch se vislumbra en cada una de las imágenes, impecablemente simétricas, pulcros, puros, muertos, vivos, claustrofóbicos. En ese sentido, por ejemplo, habría que mencionar aquella escena en la cual la vida se consume en forma de cigarro en los labios de una anciana, un vejestorio que asiste impasible a la locura de un mundo que conoce a la perfección.
Pero quiero centrarme en la imagen de ese maldito feto que no puedo apartar de mi mente y que es espeluznante. Su llanto simboliza la esclavitud de la paternidad, pero a la vez de todo lo que conlleva el simple hecho de vivir; sus risas desgastadas simbolizan la broma que es la vida, cómo esta se ríe de nosotros, de nuestras desgracias, de nuestra imposibilidad de vivirla. Es una película concebida en una clave pesimista.
El protagonista no puede acceder a la paz, no puede, si acaso quizás por un momento puede intuirla, pero sigue siendo algo monótono y aburrido, un universo creado dentro de la calefacción de su habitación (lo cual no deja de ser paradójico porque habla de la capacidad de creación de la mente humana, del poder de la imaginación bajo cualquier circunstancia).
En cuanto al título el misterio parece aclararse en las escenas de la fábrica de lapices con goma fabricadas de cabezas humanas. Podemos ver todo a la perfección: el niño que trata de complacer a su padre y nunca consigue crecer por ello mismo, porque no se hace a sí mismo sino a imagen y semejanza de su padre (no encuentra su camino). Por ello, a pesar de ser algo horroroso le lleva la cabeza de un hombre a su padre.
En fin, así nació el engendro fílmico llamado David Lynch. El artista que nos pide que por un momento nos olvidemos de nuestra mirada sumisa y permitamos que sus obras ejerzan un impacto en nuestros sentidos, en el inconsciente, en todo aquello que es irracional y afecta a los mecanismos ocultos.
Su creación ahoga cualquier estructura argumental, pero quien no sea capaz de desprenderse de ella encontrará restos para vivir míseramente y romperse los sesos. Siempre hay una base que se desarrolla en las pautas de lo creíble para que el espectador acceda por la puerta principal, caiga en la trampa y finalmente sea desquiciado.
Como muchas otras, esta obra es un acto de onanismo, de onirismo, de sonidos remotos, de luz y de sombras y de las formas deformadas; pero como ópera prima del director se presenta quizás más desnuda, más cruda, más desprovista de camuflaje convencional y por ello también más tosca y menos sofisticada que las siguientes.
Las creaciones de Lynch cumplen sobradamente con la máxima que entiende al cine como una evasión. Son una ofrenda para liberar la mente y dejar que la retina capte libre de prejuicios estas imágenes sobre la ensoñación y disfrutarlos o sufrirlos con la condición de que el cerebro no procese nada. ¿Es eso el cine? Sin duda. Pero no del que se comprende, sino del que se digiere.
Comentarios