Dirección: Oliver Stone
Duración: 126 minutos
País: Estados Unidos
Reparto: Charlie Sheen, Michael Douglas, Tamara Tunie, Franklin Cover, Chuck Pfeiffer, John C. McGinley, Hal Holbrook, James Karen, Leslie Lyles, Faith Geer, Frank Adonis, John Capodice, Martin Sheen, Suzen Murakoshi, Dani Klein, François Giroday, Josh Mostel, Ann Talman, entre otros.
" Un joven e impaciente corredor de bolsa está dispuesto a hacer cualquier cosa para llegar a la cima, incluido comerciar con información privilegiada que resulta ser ilegal, y que es obtenida a través de un despiadado y codicioso atracador de empresas que toma al joven bajo su tutela."
Una pertinente crónica de aquellos tiempos. El joven Bud Fox (interpretado por Charlie Sheen) forma parte de una fila de hombres con un innegable toque kafkiano, que pertenece a una empresa de corredores de bolsa que llaman sin tocarse el corazón a clientes potenciales e intentan que compren o vendan acciones para ganar comisiones. Desde luego, esto no es suficiente. Fox quiere llegar a lo más alto, es decir, quiere ganar tanto dinero como sea posible, porque la riqueza es, si se me permite la expresión, la forma adecuada de llevar la cuenta.
De tal suerte que, con un poco de información privilegiada sobre algunos de aquellos clientes, se abre camino entre la multitud de listillos que rodean al carnívoro Gordon Gekko, personificado en Michael Douglas. En virtud de ello el dinero empieza a llegar a raudales, a base de la citada información privilegiada que es conseguida de forma ilegal y otros medios oscuros, y entonces se hace con los servicios de una tal Darien Taylor (una Daryl Hannah irreconocible para mi), que en una apacible tarde en la playa le revela sus deseos más profundos: lo mejor de todo, los muebles más finos y la paz mundial. Sin saberlo, con Gekko moviendo los hilos, Fox traiciona al empleador de su padre, pero cuando descubre cómo ha sido manipulado se desquita provocando que bajen los precios de las principales acciones del taimado Gekko. Más o menos en eso se resume la trama (aunque en mi caso me quedé esperando a que alguien sacara el tema de los productos estructurados tan de moda en estos días). Por consiguiente Fox hunde a Gekko, pero paga por sus pecados recibiendo una bendita paliza, la pérdida de su dinero recién adquirido, el abandono de la escuálida Taylor y por supuesto la cárcel.
Sin embargo, podemos estar seguros de que luego de toda esta terrible experiencia emergerá como un mejor hombre.
Llegados a este punto me gustaría señalar que Oliver Stone predica con esta cinta un encendido sermón sobre la codicia, la venta, el materialismo y todo lo que se le parezca. Parece que no puede evitarlo. Sin embargo, me parece también que es una de sus películas más accesibles. Se trata de una historia sencilla, tan comprensible como cualquier historia sobre Wall Street. Para ello existen en la narrativa una serie de estereotipos que nos ayudan a seguir el camino correcto. Por ejemplo, un tal Lou Mannheim (encarnado por el fallecido Hal Holbrook) trabaja en la misma empresa de corretaje que Sheen, pero nunca va a ganar ningún premio por su quehacer en la firma. Es un hombre firme, tiene principios y no obstante está completamente marginado. En cambio, le suele dar consejos propios de un veterano al principiante Fox. El consejos suele ir en lineas como estas: Llega un momento en que un hombre mira fijamente al abismo y no hay nada que le devuelva la mirada. Es entonces cuando un hombre encuentra su carácter. Y eso es lo que le mantiene fuera del abismo. Hasta ese momento de la trama solo hemos oído citas de El arte de la guerra de Sun Tzu, pero de repente nos percatamos que el anciano se ha sumergido a profundidad en las ideas del controvertido Nietszche.
En otro orden de ideas las interpretaciones son adecuadas, no mucho más que eso, a pesar del Oscar que se llevó Michael Douglas por este cometido. A mi entender no realiza nada que destaque. Sin embargo su papel es muy recordado ya que tiene la oportunidad de pronunciar su famoso discurso en donde asegura que la codicia es positiva. Y en mi caso le doy cierto crédito al personaje. Es decir, es franco en todo el asunto. La codicia, nos dice, captura la esencia de la evolución. Los que llegan a la cima merecen estar ahí. Solo los perdedores se hunden hasta el fondo, y el rebaño necesita una poda ocasional para florecer. En cierto sentido funciona. Aunque mejor habría que preguntarle a ciertos socialites o si se pudiera a algún darwinista social como Herbert Spencer. Por suerte ahora abundan en las redes sociales y en todos los medios de comunicación existentes.
Algunas personas consideran ese discurso, y la película en la que se inserta, como una mera crónica de los codiciosos años ochenta, pero yo creo que sigue siendo válido. Hace mucho tiempo, mientras estudiaba en una biblioteca universitaria, la figura de Maquiavelo imponía dado que era considerado una especie de cabrón manipulador (y parece que ahora sigue estando en boga), pero hace poco me encontré con una edición de un libro de esos de bolsillo de su obra más famosa El príncipe con un diseño de portada en donde aparece una mano, con la mano hacia arriba y una docena de personas de pie sobre ella. Aquello podría interpretarse como que puedes tener el mundo en la palma de tu mano si lees este libro sobre cómo manipular de manera eficaz a los demás. De villano a gurú en unos cuantos años.
El filme obtiene uno o dos puntos extra por mostrarnos cómo funcionan las cosas entre bastidores, y cómo pueden llevar al colapso haciendo uso de un esquema nebuloso e ilícito; lo que ocurrió justo hace algún tiempo. Dudo que el publico o los responsables de regular a los sabiondos de Wall Street hayan visto esta cinta, o si lo hicieron no sacaron nada valioso de ella.
En este caso, el cineasta tal vez como el reflejo del tema abordado, realizó su creación de forma hábil, pero no con el estilo salvaje y sensacionalista de sus mejores trabajos; aquí se muestra un poco mesurado, pero en el buen sentido.
En resumidas cuentas si había algunos eventos que se esperaba que sucedieran en la historia, casi predecibles (y los hay), el final al menos deja las cosas con una nota agridulce de interés. Y Stone plantea algunas cuestiones interesantes sobre cómo la moralidad, si es que hay algo de ella, puede abrirse camino en el mundo del libre comercio, donde el cielo ya ni siquiera puede considerarse el limite.
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