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The Big Red One (1980)


 

Dirección: Samuel Fuller

Duración: 113 minutos

País: Estados Unidos

Elenco: Lee Marvin, Mark Hamill, Robert Carradine, Bobby Di Cicco, Kelly Ward, Stéphane Audran, Siegfried Rauch, Serge Marquand, Charles Macaulay, Alain Doutey, Maurice Marsac, Colin Gilbert, Joseph Clark, Ken Campbell, Doug Werner, Perry Lang, Howard Delman, Marthe Villalonga, entre otros.

La historia de un endurecido sargento del ejército y cuatro de sus hombres, desde su primer combate en el paso de Kasserine tras la invasión del norte de África hasta la invasión de Sicilia, el Día D, el bosque de las Ardenas y la liberación de un campo de concentración al final de la guerra. Mientras los cinco luchan (y sobreviven para volver a luchar en la siguiente batalla), los nuevos reclutas que se unen al pelotón son abatidos por enemigo con regularidad. Como es natural, los cuatro soldados no quieren conocer a ninguno de los nuevos reclutas que se unen al pelotón, que se convierten en una serie de rostros anónimos.

Es la historia de Sam Fuller sobre un pequeño grupo de soldados de infantería de la Primera División encarnados por actores reconocidos como Mark Hamill, Robert Carradine, Bobby De Cicco y Kelly Ward, dirigidos por el sargento interpretado por el siempre férreo Lee Marvin.

Las batallas y los descansos entre ellas, nos llevan desde el norte de Africa, pasando por Sicilia, Francia y Checoslovaquia. Vemos toda la guerra a través de los ojos de este pequeño grupo, porque el director operaba con un presupuesto de algo cercano a los cuatro millones de dólares. En ese sentido es lo más parecido a una epopeya que Fuller podría realizar, pero el presupuesto siempre se nota. Esto no es Salvando al soldado Ryan.

Por otra parte, tengo en cuenta un par de variables: no solo el tema del presupuesto, sino el esfuerzo y el cuidado que Fuller puso en ella que también se nota. Es con diferencia su pelicula más personal. El citado Carradine interpreta a Zap, un reportero que representaría al propio Fuller, y es el mismísimo director quien aparece como corresponsal de guerra en su propia creación.

Es una pelicula construida a base de episodios, como sucede con muchas cintas bélicas, pero si hay un rasgo consistente en esta obra es su inconsistencia. Es decir, cuando alguien muere no hay lágrimas, ni panegíricos, ni se le recuerda más tarde. En su lugar, hay un corte rápido a una fiesta con mujeres. La muerte parece surgir de la nada, tanto para los gringos como para los alemanes. Dicho de otra forma: si haces una pausa para mear, te corta el cuello (así lo habría dicho Fuller).

A mi parecer hay un par de momentos memorables, breves, que no implican mucha acción. A mitad de la historia, el reportero y escritor Zap se da cuenta de que uno de los sustitutos está leyendo una novela que el propio Zap acaba de publicar. Acercando su cara a la del suplente, Zap le dice: Ese es mi libro. ¿Tu libro? Acabo de comprarlo en el depósito. Sí, pero yo lo escribí, le dice Zap, luego le facilita un trago de una botella de alcohol y le da una palmada en la mejilla.

El personaje de El Sargento que personifica Marvin está tumbado cerca cuando ocurre esta peculiar escena con el casco tapándole el rostro, y cuando oye este intercambio se echa el caso hacia atrás para mirar a Zap un momento, antes de volver a dejarse caer el casco. No sabia que Zap era escritor, y ningún poder en la faz de la Tierra podría generar que El Sargento le felicitara por haber publicado una novela. 

En otras palabras, no hay espacio suficiente para describir más, pero la mayoría giran en torno a la total ausencia de emociones. Bueno, creo que puedo relatar alguna más. Dura alrededor de un minuto. Es solo una escena en la que una matrona que suele ser gerente de un hotel se sienta ante un viejo piano y toca alguna pieza de Chopin, mientras el Sargento se sienta en el otro extremo del banco apartando la mirada de ella, con tono soñador y ninguno de los dos expresa una palabra. 

Durante esos pocos segundos fui capaz de meterme lo suficiente en la cabeza de aquel estoico hombre como para dejar atrás su rígida identidad de soldado.

Pero hay otros elementos recurrentes que el director aprovecha muy bien. Por ejemplo, los niños. Y vaya que aparecen niños a lo largo del metraje. Primero conocemos a niños árabes que son unos bribones conspiradores. Luego conocemos a niños italianos, que son chicos duros (uno de ellos no muestra ninguna emoción cuando discute con los protagonistas del relato sobre el cuerpo en descomposición de su madre que debe ser enterrado en un lugar adecuado), o las chicas dulces (una de ellas teje flores en la red del caso de El Sargento). Y finalmente los niños alemanes que siguen saludando a Hitler y disparando a los soldados que avanzan.

También conocemos al homologo alemán de El Sargento, un militar interpretado por Siegfried Rauch, que era el oficial de inteligencia encargado de investigar las características personales del general Patton. Bueno, he de decir que la mayoría de los alemanes parecen ser cualquier cosa menos adorables. Pero Schroeder (así se llama el alemán) es un nazi sin complicaciones. Es valiente, decidido y brutal. Si alguien habla mal de Hitler o de la causa simplemente lo ametralla hasta matarlo. No importa si la victima en cuestión es un pobre gruñón descontento o una condesa. Y cuando Schroeder finalmente se rinde, es sólo para poder vivir lo suficiente para continuar la lucha más tarde.

Es una visión un tanto simplista de un enemigo, y no digamos de otro ser humano. Y la película, a pesar de sus fortalezas, adolece por elementos como esta simplicidad en sus diálogos y caracterización. 

Un ejemplo de esto: en un campo de batalla francés, los hombres tropiezan con un monumento a la Primera División de Infantería, con una larga lista de nombres anotados en la parte inferior. Uno de ellos dice: Mira esto, acabamos de llegar y ya han colocado un monumento al Gran Rojo. Entonces el Sargento le explica que el monumento se colocó en 1918, después de la Primera Guerra Mundial. Pero los nombres son los mismos, comenta el muchacho. Siempre son los mismos, responde el Sargento.

Quiero decir, Fuller luchó con el Gran Rojo a través de Europa. Estuvo en esos lugares. Y sin embargo, incidentes como este suenan engañosos. El suceso en sí es improbable, y el dialogo podría haber salido de un comic de los años cincuenta. 

En mi punto de vista, hay otro problema con la cinta. Aparte de Lee Marvin y un par de profesionales extranjeros, las actuaciones son disparejas. Algunos se quedan bastante cortos. En lo que respecta a los cuatro jóvenes soldados a los que el severo Sargento consigue guiar a lo largo de la guerra pueden de vez en cuando pronunciar una línea de dialogo creíble o tener una expresión emocional apropiada, pero algunos no parecen o suenan adecuados para sus papeles.

En fin, no pretendo destrozar esta pelicula porque siento cierto afecto por el personaje que fue Sam Fuller, pero hay en su filmografía mejores producciones que esta como Perro blanco. 

En este caso, El escuadrón Gran Rojo como se le conoce en castellano, la trama consiste en pasar de un combate a otro con muy poca implicación de los personajes, concatenar escenas, introspección o profundidad. En realidad, no es más que un montaje de las batallas de la Primera División de Infantería ya mencionada, contadas a través de los ojos de un escuadrón en particular.

De tal manera que el compromiso con los miembros del escuadrón es limitado. Nunca se llega a conocerlos, por lo que nunca es posible involucrarse demasiado con sus personajes. En cierta forma, el desarrollo de los personajes es en gran medida simbólico.

Y  no es muy fiel a la realidad militar, ya que las escenas de guerra son más propias de un Hollywood para adolescentes. Aunque la falta de verosimilitud podría no importar si nos presentaran personajes con los que pudiéramos simpatizar, pero los soldados de esta pelicula son un grupo bastante antipático, con la excepción parcial del soldado Griff a quien da vida Mark Hamill, un pacifista a medias sospechoso de cobardía por el resto de sus compañeros.

En algún punto de la narrativa el Sargento le explica a este recluta que los soldados no asesinan, sino que matan. Luego vemos al oficial nazi ya aludido explicando de forma precisa lo mismo a sus hombres. Sin embargo, si la idea era plantear un argumento pacifista sobre la equivalencia moral de los dos bandos, esta idea no se persigue sobre todo al final, donde las escenas que acontecen en el campo de concentración ponen de relieve los males del nazismo.

Por último, lo que salva a esta pelicula de que comience a despreciarla es el ojo del director para el uso de la imagen más apropiada para impactar. En especial son memorables las tomas de la mano y el reloj de pulsera del soldado muerto que sobresalen de las aguas poco profundas de las playas de Normandía o el maltrecho crucifijo de madera que aparece tanto en el cuerpo principal de la pelicula, como en el prólogo en blanco y negro sobre las experiencias del Sargento en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, esto no compensa las poco convincentes escenas de acción y la inadecuada caracterización de los personajes.

En fin, me voy antes de que empiece a enojarme. 

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