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Atlantic City (1980)


 

Dirección: Louis Malle

Duración: 104 minutos

País: Francia / Canadá

Elenco: Burt Lancaster, Susan Sarandon, Kate Reid, Michel Piccoli, Hollis McLaren, Robert Joy, Al Waxman, Robert Goulet, Moses Znaimer, Angus Macinnes, Sean Sullivan, Wallace Shawn, Harvey Atkin, Norma Dell'Agnese, Louis Del Grande, John McCurry, Eleanor Beecroft, Cec Linder, entre otros.

Atlantic City, lugar donde los sueños se cumplen. Convertirse en croupier en el lugar ayudará a Sally a hacer realidad su sueño de ir a Montecarlo, símbolo de la vida glamurosa que se le escapa desde que abandonó Saskatchewan, una provincia canadiense hace una década. Por su parte Lou suela que fue un gran mafioso en los viejos tiempos. Y finalmente llegó a Atlantic City para ser participe en un concurso de imitaciones y se quedó para convertirse en la mujer de un malhechor. Una breve visita a la ciudad de los casinos del extraviado marido de Sally cambiará el rumbo de las vidas de todos los protagonistas de este relato.

Una obra con un director como Louis Malle, cuyo reparto y el lugar en donde se desarrolla la historia realmente la superan. Es decir, está muy por encima de lo frecuente en este tipo de narrativa. Malle sabe cómo contar una historia de forma convencional (sin afán de ser peyorativo con el término), sin efectos de choque escandalosos ni explosiones desmesuradas o trucos a la carta con los que el director solo pretende alardear o adornarse.

En este caso cuando se dispara una pistola, no suena como la de Harry el Sucio. De forma muy simple suena el disparo de modo discreto. Todo fluye con suavidad. Y el título es acertado para lo que nos cuenta. Dicho de otra manera la historia nos expone tanto a ese lugar tan singular que es Atlantic City como la existencia de sus residentes y visitantes que vamos conociendo por el camino. Es como una pelicula de Robert Altman, salvo que cuenta con una narrativa lenta pero fascinante que no me permite dejar de mirar la pantalla.

Primero vemos la ciudad. Un decrépito entorno urbano de imitación cuyos buenos tiempos quedaron muy atrás. En algún momento cierto personaje comenta que se le llamaba el pulmón de Filadelfia. Tuvo su auge como lugar de veraneo antes de que las líneas comerciales vulgarizaran los viajes y colocaran a Miami y las Bermudas al alcance temporal del corredor noreste.

Por ese motivo, los edificios de apartamentos más antiguos, los de las torres Queen Anne, están siendo demolidos para ser sustituidos por los casinos que todo el mundo supone que traerán de vuelta la prosperidad. Pero esos viejos y robustos palacios de ladrillo se construyeron para durar, y los apartamentos que vemos están destartalados, aunque también siguen gozando de su cualidad de ser acogedores. La gente ha construido verdaderas moradas en ellos a lo largo de los años.

Los residentes han acoplado sus existencias a los marcos de los lugares en los que viven. La gente trabaja en los bares donde se venden ostras o se dedica a hacer toda clase de números en los barrios negros de mala muerte. Pueden, si tienen dinero para ello, cenar en restaurantes que son en cierta forma adecuados o caminar por los paseos marítimos, y casi podemos oír a los navíos de antaño.

Lo que la moderna Atlantic City es para su descarado pasado, Lou (interpretado por el grandioso Burt Lancaster) lo es para su propia historia. Recorre las calles ataviada con su largo abrigo, lleva la única corbata que posee y murmura cosas sobre lo importante que solía ser, ya que una vez compartió celda con un tal Bugsy Siegal. Y de vez en cuando tenía que matar gente, le cuenta de forma confidencial a un joven. Eso si, siempre se sentía mal por ello y solía darse un largo baño en el océano para sentirse limpio de nuevo. 

Nunca había visto el Océano Atlántico hasta hoy le expresa el joven. Lou se da la vuelta, mira hacia el mar y saluda con la mano: Tendrías que haber visto el océano en aquel tiempo, le contesta. El Océano Atlántico era realmente impresionante en aquellos tiempos. Resulta que su gloriosa carrera tiene más o menos el mismo estatus epistemológico que la ciudad de la que no ha salido en los últimos veinte años. Debido a ello, seguro que el Océano Atlántico era realmente increíble en aquellos días. Sin embargo, no dejar de ser una enorme frase.

Y Lancaster maneja muy bien a su personaje. Aquí no es un Pirata Carmesí, sino un tipo mayor y tranquilo con el pelo blanco y rizado que intenta ganarse la vida haciendo recados para matones de poca monta e intenta vender una cigarrera de plata, un recuerdo de su pasado por un dólar doble. Además, luce un aspecto apropiado. Quiero decir, no viejo en el sentido de un abuelo lleno de achaques cercano al vejestorio exactamente, sino bien envejecido, como un burdeos maduro. Su rostro, de rasgos generosos no había decaído con el paso de los años. Sus cejas que eran oscuras, resaltaban sus ojos suaves de manera sorprendente. Y no recorta los contornos terminales de sus frases, como solía hacer. Es una interpretación espléndida.

Su actuación está a la altura de la de los demás actores principales. Incluso hay algunos episodios tranquilos en un tono divertido entre este hombre mayor y la mujer a la que cuida. Por cierto, también hay un apuñalamiento letal bastante espantoso, aunque sin exceso de sangre como ocurre en las cintas de la actualidad. 

Empero, solo los villanos son personajes unidimensionales. En lo que respecta a Susan Sarandon diría que está maravillosa como la empleada joven de un bar donde se expenden ostras y otros mariscos que anhela convertirse en crupier de casino, aunque para ello tenga que aguantar los manoseos del aceitoso francés que enseña el fino arte del trapicheo en una escuela dirigida por los correspondientes casinos. Fuma con una boquilla y suena como Charles Boyer el pérfido. 

Pero lo fundamental es mencionar qué buena actriz es la señora Sarandon, aunque al enunciarlo no haga ningún descubrimiento. Incluso en un personaje como este, vestida con ropas raídas, las faldas por los tobillos, con botas horribles, el pelo de un rojo casi escocés, fija el interés del espectador cuando aparece en la pantalla. Es tan vulnerable bajo esas conchas de ostra como lo es Lancaster cuando descubre que no puede protegerla de los villanos. Y los dos tienen una tierna escena de amor juntos, y más tarde un buen momento más estridente. Al final, cada uno sigue su camino: Lou regresa a su destino y Sally busca el suyo.

Total, los personajes de la pelicula van dando tumbos al principio, enfrentados entre sí o simplemente ignorando la presencia del resto, pero Malle los une en una comunidad por cuyo bienestar llegamos finalmente a preocuparnos. Es una buena película.

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