Dirección: Nagisa Ôshima
Duración: 102 minutos
País: Francia / Italia / Japón
Elenco: Tatsuya Fuji, Eiko Matsuda, Aoi Nakajima, Yasuko Matsui, Meika Seri, Kanae Kobayashi, Taiji Tonoyama, Kyôji Kokonoe, Naomi Shiraishi, Shinkichi Noda, Komikichi Hori, Kikuhei Matsunoya, Akiko Koyama, Yuriko Azuma, Rei Minami, Machiko Aoki, Mariko Abe, Kyôko Okada, entre otros.
Basada en una historia real ambientada en el Japón de antes de la guerra, un hombre y uno de sus sirvientes comienzan una tórrida aventura amorosa. Su deseo se convierte en una obsesión sexual tan fuerte que, para intensificar su pasión, renuncian a todo, incluso a la propia vida.
Aunque no es el elemento más dominante, no creo que sea injusto decir que el componente más consistente (y sin duda el más atractivo y digno de elogio) es la maestría fundamental de la cinta. En el reino de los sentidos (como se le conoce en este país) está rodada de manera suntuosa y realizada en todos los aspectos.
La fotografía de Hideo Ito es exuberante, nítida y vivida, un verdadero placer para el espectador, y lo mismo puede decirse de la orquestación de planos y escenas de Nagisa Ôshima.
No hace falta decir que esta obra artística de Ôshima cuyo renombre se atribuye, en su totalidad o en parte a la controversia pública no es para personas aprensivas, ya que su contenido explicito que se presenta de forma descarada (es decir actividad sexual no simulada, incluyendo felación, coito y una traviesa broma con un huevo que eclosiona) acaba con la ultima defensa de cualquiera sobre la copula humana, derribando así su santuario tabú, desmitificándolo con una franqueza sin pretensiones y profundizando con audacia en el tema de la sexualidad femenina, a menudo oprimida y marginada.
Sí, en realidad está basada en una historia real ocurrida en la década de 1930 que involucra a una mujer de nombre Sada Abe.
Cuando Sada Abe, una ex prostituta que trabaja como camarera en un hotel de Tokio, ve por primera vez a su jefe Kichizõ Ishida, lo hace en medio del acto conyugal entre él y su esposa Toku, un acto sexual ritualista y sin pasión que la hechiza.
Así que cuando el viril Kichizo se enamora de ella, se enciende algo incontenible, su aventura ilícita se extiende como un incendio, se quedan juntos en varias posadas, entretenidos por diversas geishas, y a partir de entonces, el director aprovecha sus actividades realizadas en interiores, interrumpidas solo por las salidas necesarias, es decir, cuando Sada tiene que ganarse la vida prostituyéndose o cuando Kichizo se ve obligado a visitar su casa durante tres días.
Son estas separaciones en apariencia breve y los celos resultantes los que atormentan a ambos seres desenfrenados y los empujan a tomar medidas más extremas en su infinita exploración sexual, hasta que Sada descubre que estrangular a su impetuoso amante durante la incursión sacia su aumento libidinoso, por lo que determina que no queda de otra más que seguir haciéndolo.
Ahora bien, lo que cautiva a los espectadores como yo es la sanguinaria descripción que realiza el polémico Ôshima de la lujuria de Sada y su arraigada adoración por el miembro viril, cada minuto que pasa buscando las partes intima de Kichizo, el hecho de que ella lo domina por completo, lo monta de forma dictatorial, le hace lo que ella quiere; dicho de otra manera casi que podría ser la peor pesadilla de cualquier hombre.
Sin embargo, hay algo de verdad en la discrepancia entre los orgasmos masculinos y femeninos: y¿qué pasa si un hombre no puede satisfacer sexualmente a la mujer que ama?, lo cual no deja de ser un temor perpetuo que se cierne sobre el ego de todo hombre heterosexual y que, si se maltrata, puede provocar un abismo.
Hay que reconocerle al cineasta que tuvo numerosos problemas con la censura, y se caracterizó por ser un realizador que abordó temas polémicos y atrevidos su audacia al exponerlo de esta manera, por radical que parezca, y exigirnos que reexamináramos las diferentes vibraciones en el equilibrio sexual entre hombres y mujeres.
Por el contrario, todo el esfuerzo de Ôshima esencialmente despoja de su carga erótica y desensibiliza el sexo en sí mismo cuando nos acostumbramos a su indulgencia sexual excesiva, no es amoroso, ni estético, ni siquiera excitante en su acepción más ortodoxa, lo que provoca que se sumirá en lo más bajo, en un acto estimulado de forma única por el deseo más primitivo.
A su vez, si se sitúa su perversión en el contexto de la época, puede interpretarse como una resistencia al espíritu de su tiempo, y la disposición anti militar de Ôshima queda patente en la escena en la que el protagonista avanza con un aire sombrío junto a una banda de militares que desfilan en dirección opuesta a la multitud que agita banderas.
Tanto Eiko Matsuda como Tatsuya Fuji se armaron de valor para interpretar sus controvertidos papeles, una devoción incondicional por el arte incluso sabiendo de antemano que la pelicula afectaría a sus carreras como actores, mientras que Matsuda encarna a la perfección la posesividad excesiva de Sada, su lujuria insaciable y su convicción inquebrantable de que como dicen los españoles ir a por todas.
En lo que respecta a la resignación caprichosa de Kichizo al que encarna Fuji es mucho más reveladora en lo que da la impresión de ser una mente ociosa, ya que la desilusión y el malestar podrían ser la causa más pertinente detrás de su comportamiento destructivo.
Ambos merecen ser puestos en un pedestal por su audacia trascendental, junto con la pelicula en si, una causa celebre sui generis que desecha la ultima hoja de parra usada por el ser humano para expresar su agudo punto de vista.
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