Es una lástima que nuestra amistad tuviera que terminar, yo sólo quería ser una "especie" de amigo para ti y ve lo que conseguí
Al fin pude pararme en ese lugar al que tanto miedo le tenía, a ese sitio que está muy lejano de aquí. Tiene el número 1254 en el zaguán que es blanco, la vivienda es de color anaranjado y se ubica en la avenida Quintana Roo, casi esquina con Felipe Ángeles.
Así fue, después de mucho meditarlo, hoy si salí completamente decidido a ir hasta allá. Caminé tanto como pude, tomando pequeños descansos para recuperar la energía que se extinguía con cada paso que daba.
Fue una impresión un tanto confusa la que tuve al llegar ahí. Reminiscencias de dolor volvieron a surgir, aunque no emergieron con toda su intensidad. El lugar casi no ha cambiado, yo diría que sigue prácticamente igual comparado con la última vez que lo visité que fue en enero de este mismo año; lo único distinto son los grafittis que se encuentran en la puerta y pared principal del inmueble. Se ven extraños allí.
Muchos recuerdos vinieron a mi mente al permanecer observando, pensaba continuamente que algo de mi se quedó para siempre allá; aunque dentro de mi como emociones solo queden vestigios de aquella experiencia. La marca en mi interior es imborrable, lo aseguro.
La analogía perfecta para detallar a que me refiero con que "allá se quedó algo de mi", es una amputación. Siento como si se me hubiera cortado un brazo o una pierna, algo tan fundamental permanecerá guardado para siempre en esa parte.
Quise que las lágrimas salieran estando ahí, sin embargo no pude llorar. No pude hacerlo a lo largo de la travesía, a pesar de que sentía que iba a enfrentarme a algo que ya no lastimaba tanto, su peso como remembranza de lo que fue, sigue causando estragos. Mientras más me acercaba, más se apoderaba de mi la ansiedad de encontrarme con algo desconocido, pero que es familiar al mismo tiempo.
Tal vez no logre plasmar de manera fidedigna lo que fue enfrentarme de nueva cuenta con ese lugar, probablemente muchos no lo entenderían y dirían de manera tajante que no tenía caso volver. Sin embargo, yo puedo expresar desde el fondo de mi alma, que no anhelaba ninguna otra cosa en el mundo, que pisar ese suelo, volver a ver ese color chillante de la casa, volver a oler el pan de amasijo de la camioneta que se estaciona justo enfrente, extrañaba el aroma de la leña quemándose a lo lejos, echaba de menos las caminatas que no hacen otra cosa que dejarte exhausto, la aparente tranquilidad del barrio.
En fin, son tantas cosas, y ¿cómo podría olvidar todo aquello? si aquella casa de color naranja fue mi hogar durante un año, ahi, en ese punto del planeta, lloré, dormí, comí, reí, amé, conversé, insulté, me enojé, sufrí, observé, escuché, besé; hice todo lo humanamente posible. Quien no entienda mis ganas de recordarlo, simplemente no sabe de que se trata todo este asunto, este asuntillo llamado Existencia.
No obstante realizaré una pequeña explicación o un intento de ello: Volver a estar ahí, significaba básicamente encararse con todo aquello que lastima, que duele, que causó daño, sufrimiento, queja, pena, angustia, en ese año. Realmente fui feliz y también viví agobiado, pero así es la vida. Es contradictoria. El enfrentamiento cara a cara puedo decir que dejó cosas rescatables, pude darme cuenta que las heridas aún no sanan completamente. Eso ya lo sabía. Lo que no conocía era que el dolor ya no es tan intenso, es decir, duele y se puede tolerar.
Quizás en el futuro pueda ser un buen termómetro en cuanto a lo adolorido que pueda sentirme; quien sabe, puede funcionar.
NOTA: cuando estoy escribiendo esto, siento unas ligeras ganas de llorar.
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