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Les yeux sans visage (1960)


 

Dirección: Georges Franju

Duración: 90 minutos

País: Francia / Italia

Elenco: Pierre Brasseur, Alida Valli, Juliette Mayniel, Alexandre Rignault, Béatric Altariba, Charles Blavette, Edith Scob, Claude Brasseur, Michel Etcheverry, Yvette Etiévant, René Génin, Lucien Hubert, Marcel Pérès, François Guérin, France Asselin, Charles Bayard, Gabrielle Doulcet, Corrado Guarducci, entre otros.

" Tras provocar un accidente que deja a su hija Christiane gravemente desfigurada, el brillante cirujano Génessier trabaja de manera incansable para dar a la muchacha un nuevo rostro. Sin embargo, lo consigue secuestrando a mujeres jóvenes e intentando trasplantes de cara. Hasta el momento, el médico ha fracasado de forma estrepitosa. Por tal motivo, el mundo del doctor empieza a derrumbarse a su alrededor cuando su hija se da cuenta de lo que ha estado haciendo."

El subgénero conocido como Slasher nació en 1960, con obras como Psycho, la británica Peeping Tom y la francesa Ojos sin rostro (que es la que hoy me encargaré de reseñar), pero a excepción de Hitchcock, tanto Powell como Franju (quienes dirigieron las antes mencionadas) su principal campo de acción en el cine no iba dirigido ni al terror o el thriller, así que impregnaron su visión personal en historias que eran normalmente manejadas por directores propios del género, tomando desprevenido al publico y a la critica, causando controversia y obteniendo algunos merecidos elogios tras décadas de prueba en la gran pantalla.

Hoy en día, aquellas dos películas citadas son clásicos del terror que ponen de relieve su propio trasfondo cultural: por un lado Psicosis tiene el aire cotidiano de una pelicula de serie B estadounidense y convierte en monstruo a un chico de barrio; mientras que Peeping Tom desafía el puritanismo y el establishment británicos al no mostrar ni una gota de sangre, pero sin ellas consigue ser en extremo inquietante. En el caso de Ojos sin rostro realiza lo mismo de forma tan desapasionada como si se tratara casi de un drama o un documental francés.

Desde luego que el adjetivo desapasionado no significa que no haya en esta terrible historia sentimientos de por medio, al contrario, la pelicula trata sobre un tal Doctor Génessier, un cirujano abrumado por la culpa y deseoso de trasplantar un nuevo rostro a su hija Christiane que quedó desfigurada tras el accidente de coche que él mismo provocó, y que para resolver todo el asunto necesita... ya me entienden.

Se trata de un hombre de gran intelecto que esconde bajo una fachada de respetabilidad una psicopatía subyacente que hace que Mr. Hyde parezca el Dr. Jekyll. Es la figura de un científico loco, pero Pierre Brasseur lo interpreta sin tapujos, sin ningún momento de maldad caricaturesca, sin aquello conocido por la expresión del ñaca ñaca.

Y como si Franju estuviera decidido a abrazar el género de terror, subvierte otro cliché a través de la ayudante extranjera, en este caso la Igor, el personaje interpretado por la actriz italiana Alida Valli quien funciona como el anzuelo, como una verdadera cazatalentos literalmente hablando. A mi entender la mujer resulta aun mas espeluznante que su jefe, porque utiliza su encanto maternal para atraer a las jóvenes a la trampa más mortal y horripilante que existe. Pero, hasta donde entendemos, lo hace por gratitud (si no es que por amor) y admiración al hombre que le arreglo la cara y que ahora intenta lograr lo mismo con su abatida hija.

Justo esta debe ser la contradicción más inquietante de las emociones presentes en esta retorcida historia, lo que tal vez explique por qué la narrativa alterna entre dos piezas diferentes. Por un lado la música que es el leitmotiv de la cinta (compuesta por Maurice Jarré es una especie de melodía de feria que da una tonalidad escalofriante al crimen, y con ello de alguna forma lo trivializa. Por el otro, cuando la pelicula se pone seria o toma un tono más adusto y nos enfrenta al verdadero horror, ya sea con una mirada o mostrando el rostro desfigurado de la hija o alguna intervención quirúrgica, la partitura es diferente: solo hay silencio.

Incluso el estilo documental usado por Franju aporta un nivel de realismo aterrador y un tono clínico que encarna al frio distanciamiento de un hombre que no siente compasión alguna por sus victimas, los únicos restos de emociones que no están dedicados para su amada hija son para su ego, como si se tratara de un autentico hijo del citado Dr. Jekyll o una réplica perfecta de Frankestein, y es que se da cuenta de las implicaciones de un trasplante exitoso en términos de la fama (el lado retorcido dejado a un lado) y lamenta no haber podido llevarse ninguna gloria de su apreciado experimento.

Este es el verdadero horror de la pelicula, más que cualquier parte sangrienta (que si hay algunas). La historia trata de cómo las emociones positivas pueden distorsionar el sentido de la moralidad. Lo que llamó mi atención es que el Doctor es tan seguro de sí mismo, impasible y tan carismático que resulta creíble como un hombre capaz de engañar a todo el mundo, incluso a la Policía, por lo que tiene sentido que la única persona que puede ver a través suyo sea la única a la que no intenta engañar, su propia hija Christiane, quien es el alma de la historia.

De hecho, a mi juicio una buena pelicula de terror es a menudo un estudio de personajes que nos permite escarbar en las intrigantes raíces de la vileza humana, y se vuelve interesante ver hasta qué punto los tres clásicos que mencioné son gradualmente hasta freudianos: en Psicosis la madre de Norman Bates estaba ausente, pero teníamos indicios de su tormentosa relación; en Peeping Tom (a la que se le conoce en español como Tres rostros para el miedo) el padre también estaba ausente, pero haciendo uso de imágenes explicitas se mostraban los devastadores efectos que esta ausencia tenia sobre el chico.

En este caso, el padre está muy presente y no solo destruyó el rostro de su hija, sino también su identidad. Y yo me pregunto, ¿No es justo de lo que solemos culpar a nuestros padres con frecuencia, de impedirnos ser nosotros mismos? ¿Y no nos sentimos culpables también en algún momento por culparles a ellos de nuestras tragedias personales?

En esta oportunidad la tragedia de Christiane es que podría aceptar su destino si no fuera por su amor a un hombre y la esperanza que la promesa de un nuevo rostro alimenta en su corazón, es consciente de las acciones de su padre pero está dispuesta a aceptarlas en nombre del amor. Sí, una vez más el amor es ambivalente e inquietante por la forma en que nos enfrenta a nuestras propias contradicciones; nos lleva a preguntarnos ¿de que seriamos capaces de hacer por amor?

Christiane es el verdadero misterio del que pende la mayor parte del suspenso de la trama. Es una victima, pero ¿se inclina hacia el bien o hacia el mal? No podemos saberlo, ya que la máscara que reproduce sus rasgos resulta aterradora en su blancura neutra y carente de emoción (la cual inspiraría la propia máscara de Michael Myers en Halloween, otro de mis personajes favoritos) y recordemos que la palabra griega para máscara es Persona. Y lo que es más interesante, la palabra Personne significa tanto persona como Nadie en francés.

Es decir, dada por muerta después de que su padre reconociera el cadáver de una de sus victimas al principio de la historia, Christiane legamente no existe, no es nadie, y con su camisón blanco entra en la mansión con la gracia que correspondería a un ángel caído.

Me parece que interpretar a un personaje detrás de una máscara debe ser bastante duro para un actor, pero Edith Scob utilizó sus ojos y su cuerpo para enfatizar la naturaleza fantasmal, en especial cuando visita a los perros y las palomas todos enjaulados para ser utilizados en los crueles experimentos de su padre, y no camina sino que desliza por los pasillos, como Bella la que acompaña y se enamora de la Bestia.

Por lo que atañe a la fotografía esta es tan inquietante como la del clásico de Jean Cocteau, y toda la atmósfera, con sus silencios salpicados de ladridos de perro, música de feria y algunos sustos, se convierte en una autentica pesadilla. Es como si la pelicula también llevara su propia máscara siniestra y luego se la quitara cuando necesitáramos una inyección de adrenalina. 

Sin depender de las sobredosis de hemoglobina, ni de los sustos para evitar la censura, nos encontramos ante una pelicula que sorprende por su realismo en la descripción de personas normales atrapadas en una espiral de locura maligna y una especie de poesía a la francesa.

Y si no es la mejor de las tres películas icónicas madres del Slasher aparecidas en 1960 mencionadas al arranque de esta breve reseña, es sin duda la más gráfica de ellas, así que para algunos estómagos débiles, cuando empiece la operación en ese frio y blanco quirófano, háganse una cara sin ojos.

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