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L'Argent (1983)


Dirección: Robert Bresson

Duración: 83 minutos

País: Francia / Suiza

Reparto: Christian Patey, Sylvie Van den Elsen, Michel Briguet, Vincent Risterucci, Caroline Lang, Béatrice Tabourin, Didier Baussy, Marc Ernest Fourneau, Bruno Lapeyre, François-Marie Banier, Alain Aptekman, Jeanne Aptekman, Dominique Mullier, Jacques Behr, Gilles Durieux, Alain Bourguignon, André Cler, Claude Cler, entre otros.

La historia de cómo un billete falso de quinientos francos destruye la vida de un hombre. Dos jóvenes adolescentes entregan el billete falsificado a una empleada de una tienda de cámaras fotográficas que no se da cuenta. El gerente de la tienda, sabiendo a la perfección que el billete no sirve para nada, se lo da a un hombre llamado Yvon Targe, un repartidor de combustible. El tal Yvon tiene que cubrir la pérdida en su empleo y la necesidad de dinero pronto le lleva a la delincuencia. Tras ser condenado a tres años de cárcel por ayudar a otros a atracar un banco, su mujer le abandona y su mal comportamiento pronto lo lleva al pleno confinamiento. Al salir de la cárcel, Yvon se dedica al crimen.

Desde un punto de vista estrictamente formal, esta refinada creación de Robert Bresson L'Argent (que se traduce de manera directa como El dinero), puede considerarse cine en su expresión más pura. Es decir, sin emociones, sin acción, sin música, sin nada de lo artificioso que de modo habitual se asocia al séptimo arte. En el mejor de los casos, la película (y toda la filmografía de Bresson) puede describirse como una especie de cine de ideología. 

Pues bien, lo que está en un sentido preciso en juego en esta historia es la noción de cómo el dinero puede corromper y destruir el espíritu humano. Sin duda, esto puede derivarse del concepto bíblico de que el dinero es la raíz de todos los males (la educación cristiana de Bresson queda de manifiesto y es casi siempre perceptible en sus películas). 

Pero no se trata de considerar este bien esencial per se como la razón de todos los males en la Tierra. Más bien, al menos en el contexto de la historia, es un billete de quinientos francos que ha sido falsificado el que pone en marcha una serie de acontecimientos calamitosos e injustos, cuyo centro (que en realidad es un abismo) es este tranquilo y modesto empleado de gasolinera llamado Yvon Targe.

Como se desprende de líneas anteriores de esta breve reseña, lo que preocupa aquí al reconocido director francés no son los personajes en sí o el medio en el que se encuentran (su actualidad o el presente en el que habitan), como diría el neorrealismo italiano, sino la idea de cómo un acto sin escrúpulos puede ser la causa de la perdición de otra persona. Luego entonces, podría decirse que esto es más bien humanismo en abstracción, si se me permite tan temeraria expresión.

Así, ver y conocer las implicaciones y complicaciones surgidas a partir del billete falso de quinientos francos en la vida de los personajes (o en mera vida del desgraciado Yvon) es como observar a figuras estatuarias (iconos cristianos del siglo XV, como algunos señalarían de modo cortés) siendo manipuladas de manera cruel por su ciego destino, condenadas de forma perenne a ser arrastradas por el giro continuo de la rueda de la fortuna (o el infortunio, según se vea).

Y es el propio Bresson el principal motor de esta rueda. En sus manos, la fuerza de este destino es de una calidad tan fría, distante, racional de un modo implacable, que uno tiene de forma indefectible la sensación de no poder soportarlo todo. 

Desde el simple acto inicial en el que los dos quinceañeros tienen que gastar a sabiendas el dinero falso en una tienda de fotografía, hasta el desgarrador acto final en el que Yvon tiene que cometer un actor terrible en nombre y como venganza contra el dinero (en sentido figurado), uno siente que el director sostiene la sartén por el mango en esta cadena de acontecimientos terribles de causa y efecto.

Si uno tiene esa sensación es porque el anciano cineasta (que ya tenia ochenta y dos años en ese momento) así lo quiso. Como esta obra es una muestra del cine más natural propio de Bresson, quiere que su visión y su concepción exactas se vean y se sientan en todas y cada una de las escenas, sin que las manipulaciones cinematográficas de cajón que tienen que ver con diálogos estilizados, emociones exageradas, banda sonora que acompaña la acción y acciones artificiosas las enturbien.

En este mundo cinematográfico en concreto, el cineasta es el mismísimo dios de este bello oficio, cuyo combustible para sus interpretes (que no eran profesionales, por cierto) es principalmente su idea de cómo debe ser el cine.

A propósito, en referencia a una de sus películas, un critico señaló que es el propio Bresson quien asume los diferentes personajes de la historia. De manera curiosa, los elementos cinematográficos antes mencionados son los que definen, aunque no de forma descriptiva, el primer largometraje de Bresson: Las damas del bosque de Boulogne.

En efecto, esto confiere un nivel totalmente purista a la concepción fílmica de lo que significa ser un autor, introducida de manera formal en el léxico cinematográfico por la llamada Nueva Ola Francesa, de la que Jean-Luc Godard fue pionero. 

Esto es, Purista en el sentido de que mientras que los pioneros de la citada Nueva Ola pueden seguir jugando con los artificios fílmicos antes mencionados, Bresson el autor no es diferente ni lejano a la labor de un escultor o un pintor o incluso un novelista. Es su propia alma la que se filtra a través de su obra. El fruto se distingue por la singularidad de la personalidad de su creador.

También, lo que provoca que dicha forma de proceder, este método frio y clínico de forma singular es cómo los personajes de Bresson siempre se ven arrastrados al vórtice de algún tipo de crisis moral y/espiritual. 

De todo este trabajo conocido por ser trágico tanto en historia como en esencia, aparecen personajes como el ladrón estudioso de Pickpocket, o la joven esposa desolada de Una mujer dulce, o la adolescente maltratada de Mouchette, así como el joven autodestructivo de El diablo, probablemente, también el sacerdote contemplativo de Diario de un cura rural, y en lo que respecta a este filme el tranquilo y simplón muchacho convertido en asesino cuando se haya en bancarrota de esta desdichada historia.

Vale decir que el cine tan formal, riguroso y acerado de Bresson debe ser el escenario perfecto para la noche oscura del alma de sus personajes. Dicho de otra forma: la gracia no se alcanza sin algún tipo de sacrificio y castigo del alma.

Es justo esta ideología la que llena el molde del asombroso arte natural de este cineasta. Puede que sea oscuro y mórbido de forma implacable, pero a través de todo ello se puede apreciar una luz parpadeante que anuncia la salvación.

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