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The Draughtsman's Contract (1982)


 

Dirección: Peter Greenaway

Duración: 104 minutos

País: Reino Unido

Elenco: Anthony Higgins, Janet Suzman, Anne-Louise Lambert, Hugh Fraser, Neil Cunningham, Dave Hill, David Gant, David Meyer, Tony Meyer, Nicholas Amer, Suzan Crowley, Lynda La Plante, Michael Feast, Alastair G. Cumming, Steve Ubels, Ben Kirby, Sylvia Rotter, Kate Doherty, entre otros.

La Señora Herbert, esposa de un rico terrateniente contrata al Señor Neville un joven artista para que realice doce dibujos de la propiedad de su marido, un contrato que va más allá del portafolios o del bloc de dibujo del artista. Al descubrirse el cadáver del Señor Herbert, los dibujos resultan tener una importancia aun mayor de lo que se suponía.

Creo que mis películas son siempre bastante autorreflexivas y siempre se preguntan ¿por qué estoy haciendo esto?, ¿es ésta la forma correcta de hacerlo?, ¿para qué sirve el cine?, ¿tiene un propósito?.

Me alegro de haber podido encontrar esta cita del responsable de esta cinta que me tuvo rascándome la cabeza durante horas, mientras silbaba su contagiosa y pegajosa melodía principal. 

En efecto, El contrato del dibujante (como se le conoce en nuestro idioma) dirigida por Peter Greenaway en 1982, es una de esas cintas que desafían el análisis y a las que sólo es posible acercarse a través de esbozos dibujados en los tableros de tu propia intuición. Debo confesar que la vi tres veces (una de ellas luego de ser interrumpido por Wagner y la cabalgata de las Walkirias) no de forma consecutiva, pero ahora estoy convencido de que una cuarta vez no serviría de nada.

Y entonces pensé, al estilo más bien iracundo de la aproximación - pero, ¿Qué demonios está ocurriendo conmigo? 

Quizá haya algunas películas que sean de forma deliberada inalcanzable porque ni siquiera el autor podría ser explicito sin traicionar su propia visión sobre su propia creación. Aunque sé que algunos tacharían esta obra de tontería pretenciosa, la cita de Greenaway es la escapatoria perfecta para esta disyuntiva. Es decir, él no apunta a los espectadores con sus películas, ni siquiera se apunta a sí mismo, lo que sabe es que la cinta surge de su propia inspiración y eso es lo único que importa, y el resto le pertenece al cine.

Pero, estoy seguro de que me habría unido al mismo tren de las críticas si no fuera por una cosa con la que el filme acierta y con la que cualquier espectador que ame el cine, puede estar de acuerdo conmigo: esto es su belleza en términos de cinematografía. 

Al fin y al cabo, se trata de una historia ambientada en 1695, por lo que el estilo barroco se invita a sí mismo a entrar en escena y con ello gozamos de esos planos intimistas empotrados en fuertes contrastes como sucede en los cuadros de Caravaggio, por no hablar de un festín en términos del diseño de vestuario y maquillaje que combinan los extremos más grotescos del llamado mundo civilizado.

El director Greenaway, al mismo tiempo que deleita la vista con tales maravillas visuales, también ofrece magníficas tomas de paisajes que, por una vez en este arte tienen un propósito y no están ahí para quedar como un experto en temas de estética. Y así tenemos la belleza y la simplicidad de la geometría y la naturaleza traicionera de la clase alta bailando vals en conjunto bajo la música triunfante de Michael Nymar, inspirada en Henry Purcell. 

En pocas palabras, se trata de una pelicula hermosa a la vista y al oído, pero eso no debe quitarle lo peculiar a la trama (por no utilizar otro adjetivo rimbombante).

De hecho, la correspondiente apertura de la historia nos prepara al mostrarnos un exceso de conversaciones sobre arquitectura, u otra donde se nos cuenta sobre muchas vetas de embalses excavados bajo una finca que podría presagiar la trama de intrigas que viene más adelante, y todo ello me recordó la reputación del Palacio de Versalles en Francia, que por muy hermoso que fuera no podía ocultar el hedor existente en los pasillos, dado que los visitantes debían satisfacer sus necesidades urgentes en rincones ocultos del lugar. 

Pero estoy comenzando a divagar, volvamos a la pelicula.

La historia se centra en un paisajista de nombre R. Neville, demasiado arrogante para no ser una figura sobresaliente en su oficio, y en dos parejas de aristócratas: el señor y la señora Herbert y la que conforman la hija de estos y el yerno, mejor conocidos como los Talmann. 

Todo comienza cuando el mentado Neville firma un contrato con la madre (llamémosla así en aras de alcanzar la claridad), para quien debe realizar doce dibujos relacionados con el paisaje de su casa de campo, jardines y dependencias incluidos. Pues bien, a continuación Neville añade una cláusula tan especial al respecto que solo he podido copiar y pegar para que se comprenda mejor el asunto: reunirme con el señor Neville en privado y cumplir sus peticiones relativas a su placer conmigo.

Ante lo cual solo queda señalar: O tempora, o mores, supongo. En cualquier caso, las secuencias que muestran el proceso de creaciones de los bocetos y los trazos que se emplean para ello son fantásticas de ver y la música aporta esa energía que parece prepararte para algo importante que está por venir. 

Y luego está el misterio que emerge con muchos detalles innecesarios que se mezclan en los dibujos: botas vacías, una escalera o cualquier objeto que parezca demasiado incongruente pero cuya presencia parece preparar para algo importante que está por venir. Además, hay un extraño hombre disfrazado de estatua que no hace nada más que aparecer en cada secuencia, pero que también debe estar ahí con un propósito.

Mientras tanto, las interacciones consisten de manera simple en que la madre cumple su parte del contrato (cabe destacar que no es que le haga mucha gracia) y el tal Neville se burla de su yerno en cada oportunidad que se le presenta.

Tampoco hace falta decir que Neville hace muchos enemigos durante la experiencia y cuando intentan cancelar el contrato, él se niega y una cosa lleva a la otra, y entonces es la hija quien toma el lugar de la madre (ya que al parecer heredó de su madre el talento para conseguir al hombre equivocado).

Dicho todo esto, suceden muchas cosas: problemas de herencia, ausencia de los hijos, todo para llegar a un asesinato que se produce a los dos tercios del metraje. Y cuando se puede llegar a creer que el tal Neville tenía madera de villano, se convierte en víctima de sus propios tejemanejes y su arrogancia acaba volviéndose en su contra, haciéndole aprender a las bravas que no se puede ser pomposo demasiado tiempo y que, como dice aquella frase de Facebook: algunos sufren de una enfermedad llamada creerse importantes.

Y llegados a este punto, no voy a estropear el resto de la historia.

Ahora bien, entremos al terreno de las especulaciones. A mi parecer lo que Greenaway intentó expresar con su exaltación del arte y a través de su paralelismo con los asuntos de carne y hueso, es una búsqueda del placer dentro de la obra o quizás cómo un artista es de forma inmediata un paria en su mundo. 

Por si fuera poco, hay una extraña combinación entre la rigurosidad de su obra y la forma en que permite que los detalles sueltos interfieran en ella, como si al bajar un poco la guardia provocara su propia desaparición.

En fin, yo también aprendí a bajar un poco la guardia y a no esperar comprenderlo todo, seguro que hay algún enigma en la obra que no se resolvería ni tras diez visionados, pero supongo que este es el tipo de creaciones que cuenta tanto sobre el autor como sobre el propio arte, y cuando no lo cuenta se nota.

O tal vez el realizador nos quiere exponer que las mujeres tienen el control en todo momento, y que los hombres somos meros actores secundarios, zánganos y abejas obreras en los caminos de la vida. Mira y escucha con atención. Hay mucho para sorprenderse y aplaudir.

Una crítica válida y sencilla, quizás Greenaway se dejó llevar por la iluminación y las pelucas que causó que fuese difícil averiguar quién era quién (incluso la madre y la hija parecía que podían ser hermanas).

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