INTRODUCCIÓN
La intención del presente trabajo es rescatar las ideas, los pensamientos y las experiencias tan enriquecedoras de la autora en el campo de la Tanatología.
Lo más rescatable de este libro como suele suceder al conocer una ciencia es lo práctico de su quehacer, en este caso estoy hablando de las entrevistas que la autora en conjunto con estudiantes, capellanes, médicos y asistentes sociales realizaban en el seminario que se impartía en la clínica donde laboraban.
La lectura de este libro, ha hecho despertar grandes dudas en mi persona, en cuanto a la entrevista clínica se refiere. Pero eso, lo explicaré más adelante a profundidad.
DESARROLLO
Con base a la duda de la que hablé en la introducción quiero iniciar el desarrollo de este análisis.
Lo que quiero decir es que no estoy seguro de que al parecer la formación psiquiatrica de la autora influía directamente en el dialogo que sostenía con los pacientes, ya que generalmente Kûbler Ross era quien en muchas de las entrevistas sugería e incluso daba directamente las respuestas a sus propios cuestionamientos, lo que representa una falta de tipo ético y un pobre desarrollo para quien tiene conocimientos sobre psicología o formación psicológica; y esto no es todo, lo sorprendente o quizás podríamos llamarlo lo peor es que un ministro religioso, un capellán de la religión que sea o a la que pertenezca activamente, era mucho más objetivo, más puntual en sus preguntas que funcionaban de manera adecuada en el moribundo para obtener la información necesaria y que se buscaba desde un inicio.
En pocas palabras, era mejor entrevistador. Por supuesto no hay que olvidar el propósito fundamental de mantener conversaciones con los enfermos terminales, que consistía en conocer como vivía los últimos meses de su vida, como enfrentaba su muerte inminente.
Me parece realmente penoso o tal vez me estoy equivocando y estoy ignorando que la psicología clínica en aquellos días se encontraba sin bases teóricas al entrevistar a sujetos en esas situaciones, lo cual si soy totalmente sincero, lo dudo bastante.
El libro en cuanto a contenido, en cuanto a esencia es bueno, puesto que muestra de manera fehaciente ese lado humano de quien percibe tan cercana la muerte; en contraparte da testimonio de lo bondadoso de las personas que se preocupan por ellos y el sufrimiento que padecen.
Como mencionaba anteriormente, las conversaciones entre pacientes, doctores, capellanes y otros voluntarios son claras evidencias de las problemáticas que sufre el individuo en este tipo de situaciones; indicando en cada fase cómo se comporta el paciente, no así el actuar del tanatologo, siendo para mí una debilidad del texto.
Ahora bien, yo no estoy pidiendo que se nos dieran recetas, ni formulas mágicas para intervenir a este tipo de convalecientes, es más, creo que no existen. Es sólo que las actividades que supuestamente debe llevar a cabo quien este en ese difícil papel al parecer son muy sencillas y da la impresión de que no solo no sabemos acompañar al moribundo, sino que hacerlo con cualquier ser humano que presente una pérdida nos parece un asunto engorroso. Y no me refiero a nosotros como psicólogos, sino a nosotros humanidad.
Por eso es tan decepcionante darse cuenta que tanto profesionales de la salud que no somos nosotros, como personas relacionadas directamente con la religión sin poseer los conocimientos necesarios para esta clase de labor, hayan desplazado al psicólogo que en el papel si los posee porque cuenta con bases teóricas en psicopatología y básicamente en el comportamiento humano, lo que supondríamos le daría ventajas sobre ellos. Pero no, lamentable no es así.
Para finalizar, de igual manera surgió en mi la duda siguiente: ¿Por qué las familias y las personas mas allegadas al moribundo son tan egoístas? Y hago esta aseveración con fundamento en las complicaciones que surgen a partir de su comportamiento narcisista, realmente se dan a la tarea de no dejar morir pacíficamente a sus familiares, dificultándoles el proceso de desprendimiento de todo lo material, lo humano, lo emocional y obviamente de su cuerpo.
Yo no sé por qué se aferran tanto a que la persona permanezca en este planeta, conociendo por obvias razones su estado físico y mental; todos los psicólogos responderíamos que es fundamentalmente negación, sin embargo ¿la negación no es un mecanismo arcaico y egocentrista?
Finalmente, la autora dice que el camino para evitar tanto sufrimiento es familiarizarse con la muerte, pensar en ella, en la finitud de nuestras existencias hablar más de ella y pensarla como parte de la propia vida, pero ¿es esto factible?
En mi opinión, lo veo francamente muy complicado, y es que, en nuestra cultura la visión fatalista de la muerte está muy arraigada, forma parte del origen de nuestra cultura, de nuestro origen como pueblo; como lo decía Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad: “Nos burlamos de la muerte, porque no nos importa la vida”.
Por ello, como conclusión yo diría que si no aprendemos a vivir con la muerte desde ahora, no moriremos viviendo.
La intención del presente trabajo es rescatar las ideas, los pensamientos y las experiencias tan enriquecedoras de la autora en el campo de la Tanatología.
Lo más rescatable de este libro como suele suceder al conocer una ciencia es lo práctico de su quehacer, en este caso estoy hablando de las entrevistas que la autora en conjunto con estudiantes, capellanes, médicos y asistentes sociales realizaban en el seminario que se impartía en la clínica donde laboraban.
La lectura de este libro, ha hecho despertar grandes dudas en mi persona, en cuanto a la entrevista clínica se refiere. Pero eso, lo explicaré más adelante a profundidad.
DESARROLLO
Con base a la duda de la que hablé en la introducción quiero iniciar el desarrollo de este análisis.
Lo que quiero decir es que no estoy seguro de que al parecer la formación psiquiatrica de la autora influía directamente en el dialogo que sostenía con los pacientes, ya que generalmente Kûbler Ross era quien en muchas de las entrevistas sugería e incluso daba directamente las respuestas a sus propios cuestionamientos, lo que representa una falta de tipo ético y un pobre desarrollo para quien tiene conocimientos sobre psicología o formación psicológica; y esto no es todo, lo sorprendente o quizás podríamos llamarlo lo peor es que un ministro religioso, un capellán de la religión que sea o a la que pertenezca activamente, era mucho más objetivo, más puntual en sus preguntas que funcionaban de manera adecuada en el moribundo para obtener la información necesaria y que se buscaba desde un inicio.
En pocas palabras, era mejor entrevistador. Por supuesto no hay que olvidar el propósito fundamental de mantener conversaciones con los enfermos terminales, que consistía en conocer como vivía los últimos meses de su vida, como enfrentaba su muerte inminente.
Me parece realmente penoso o tal vez me estoy equivocando y estoy ignorando que la psicología clínica en aquellos días se encontraba sin bases teóricas al entrevistar a sujetos en esas situaciones, lo cual si soy totalmente sincero, lo dudo bastante.
El libro en cuanto a contenido, en cuanto a esencia es bueno, puesto que muestra de manera fehaciente ese lado humano de quien percibe tan cercana la muerte; en contraparte da testimonio de lo bondadoso de las personas que se preocupan por ellos y el sufrimiento que padecen.
Como mencionaba anteriormente, las conversaciones entre pacientes, doctores, capellanes y otros voluntarios son claras evidencias de las problemáticas que sufre el individuo en este tipo de situaciones; indicando en cada fase cómo se comporta el paciente, no así el actuar del tanatologo, siendo para mí una debilidad del texto.
Ahora bien, yo no estoy pidiendo que se nos dieran recetas, ni formulas mágicas para intervenir a este tipo de convalecientes, es más, creo que no existen. Es sólo que las actividades que supuestamente debe llevar a cabo quien este en ese difícil papel al parecer son muy sencillas y da la impresión de que no solo no sabemos acompañar al moribundo, sino que hacerlo con cualquier ser humano que presente una pérdida nos parece un asunto engorroso. Y no me refiero a nosotros como psicólogos, sino a nosotros humanidad.
Por eso es tan decepcionante darse cuenta que tanto profesionales de la salud que no somos nosotros, como personas relacionadas directamente con la religión sin poseer los conocimientos necesarios para esta clase de labor, hayan desplazado al psicólogo que en el papel si los posee porque cuenta con bases teóricas en psicopatología y básicamente en el comportamiento humano, lo que supondríamos le daría ventajas sobre ellos. Pero no, lamentable no es así.
Para finalizar, de igual manera surgió en mi la duda siguiente: ¿Por qué las familias y las personas mas allegadas al moribundo son tan egoístas? Y hago esta aseveración con fundamento en las complicaciones que surgen a partir de su comportamiento narcisista, realmente se dan a la tarea de no dejar morir pacíficamente a sus familiares, dificultándoles el proceso de desprendimiento de todo lo material, lo humano, lo emocional y obviamente de su cuerpo.
Yo no sé por qué se aferran tanto a que la persona permanezca en este planeta, conociendo por obvias razones su estado físico y mental; todos los psicólogos responderíamos que es fundamentalmente negación, sin embargo ¿la negación no es un mecanismo arcaico y egocentrista?
Finalmente, la autora dice que el camino para evitar tanto sufrimiento es familiarizarse con la muerte, pensar en ella, en la finitud de nuestras existencias hablar más de ella y pensarla como parte de la propia vida, pero ¿es esto factible?
En mi opinión, lo veo francamente muy complicado, y es que, en nuestra cultura la visión fatalista de la muerte está muy arraigada, forma parte del origen de nuestra cultura, de nuestro origen como pueblo; como lo decía Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad: “Nos burlamos de la muerte, porque no nos importa la vida”.
Por ello, como conclusión yo diría que si no aprendemos a vivir con la muerte desde ahora, no moriremos viviendo.
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