El problema de la separación es el problema de la muerte entre los vivos. La separación es la irrupción de la muerte en la conciencia humana -no en forma "figurada", sino de la manera concreta y literal. La separación puede convertirse en un "escándalo" superior al producido por la muerte física, porque -para salvaguardar la supervivencia- da muerte a la conciencia de un viviente en un viviente. Pensemos que un ser amó a otro, que hasta determinado día y momento poseyó el cuerpo viviente, el espíritu viviente, el calor ardiente, la presencia del otro ser. Vio, acarició, sintió, oyó, olió a ese ser, habló con él. Pensó -precisamente porque la separación estaba decidida, o porque se preparaba en el espíritu de los amantes por razones "forzosas"- que entre la separación y la muerte física la primera solución sería quizá la menos dolorosa, aun cuando para su autoconservación sea la más aterradora, motivo por el cual también la rechazó. Y luego se separan estos dos seres, en nombre de una vida que debe perpetuarse. Sin embargo, la separación tiene el sabor de la muerte -en vida. Y una voz en estos seres les dice (más o menos claramente, según su capacidad de represión) : la separación es peor que la muerte porque es, en vida, una capitulación ante la muerte. Ambos saben, cuando la represión no es muy profunda, que su sufrimiento será horrible, pero que también este sufrimiento, en su atrocidad, será breve; saben, pues, que cada uno de ellos olvidará al otro. Ésta es la presencia de la muerte en la conciencia y la muerte de la conciencia. Es la recíproca sentencia de muerte, pero en cuanto se condena al otro a la muerte se pronuncia la propia sentencia, puesto que la condena se cumple, sobre él, en su conciencia y en la conciencia del otro. El otro muere en cuerpo viviente, pero muere en mí; claramente esto significa que mi conciencia muere, que yo arrastraré conmigo ese cadáver que ni siquiera me hará sufrir. ¡Pero esto no es suficiente!
La sentencia también fue pronunciada sobre mí, tambien yo muero en la conciencia del otro (esto lo vive más intensamente el hombre posesivo: "¡No me olvides, por favor!") y mientras yo aún vivo en mi cuerpo, soy ya cadáver en el otro, en el ser que me amó y que yo amé.
Los dos seres no se volverán amnesicos, pero el "recuerdo" que aún vive es una pequeña momia.
El olvido es, pues, la primera, la gran defensa contra la propia muerte; sin embargo, es homicidio en nombre de la vida y suicidio de la conciencia.
Igor Caruso
La separación de los amantes
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