Director: Bill Forsyth
Duración: 111 minutos
País: Reino Unido
Reparto: Burt Lancaster, Peter Riegert, Fulton Mackay, Denis Lawson, Norman Chancer, Peter Capaldi, Riki Fulton, Alex Norton, Jenny Seagrove, Jennifer Black, Christopher Rozycki, Gyearbuor Asante, John M. Jackson, Dan Ammerman, Tam Dean Burn, entre otros.
" Mac es enviado por una compañía petrolera a un encantador pueblo escocés para comprar todas las propiedades de la zona con el fin de construir una refineria. Los habitantes del pueblo ven una oportunidad para enriquecerse, pero la obstinación del viejo Ben, propietario de una playa, impide el trato. Mientras tanto, Mac se va sumergiendo en un mundo y en un modo de vida que acaban conquistándolo."
Una rara obra de la cinematografía de finales del siglo XX. Uno de esos productos atípicos, singulares y brillantes que de vez en cuando sorprenden a los amantes del cine por su sorprendente solidez narrativa, su interés argumental, su poesía y a la vez por su economía de recursos y carencia de pretensiones. Esta película es una obra tremendamente hipnótica, toda una delicia con apariencia de serie B, pero con un sutil trazo y ritmo cinematográfico que embriaga al espectador con una historia de tintes que hablan sobre el medio ambiente y un sobrio armazón de personajes minuciosamente retratados y cada uno entrañable a su manera.
30 y tantos años después de su estreno, pude verla anoche por primera vez con una mezcla de asombro, sonrisa permanente y gran deleite al comprobar cómo se va desarrollando la historia por la que desfilan una hilera de personajes cada uno más peculiar que el otro, también se muestran unos hermosos paisajes tan evocadores como si fueran de otra época y todo aderezado por esa música tan genial, hasta que todo el conjunto te provoca llegar a un final totalmente inesperado.
Bill Forsyth escribió el guión y dirigió la película con esmero, sinceridad, voluntad y una capacidad insólita de captar sensaciones, ambientes y situaciones con una absoluta carencia de egocentrismo cinematográfico, siendo generoso, permitiendo que el espectador viajara solo hacia una muy personal visión de la libertad y transformación del hombre en la naturaleza, hacia la frescura de unas escenas subjetivas, la condescendencia moral y la tolerancia social de los pueblos no contaminados por ambiciosos postulados políticos, económicos, religiosos o sociales.
El director lo consigue y nos regala una gran parte de su hallazgo: le quita importancia con evidente sentido critico a los principios del capitalismo en virtud de la sencillez y ventajas que rigen el humanismo, y nos obliga a un sugerente paseo por aquellas razones que diseñan nuestra forma de vida en los grandes núcleos de población.
Esta obra es todo un encuentro épico, frontal, visceral, vehemente con los principios y caracteres primitivos que rigen los comportamientos básicos de los humildes, una oda al eclecticismo imperante en la naturaleza humana, a la indulgencia y respetuosa comprensión, una soberbia tesis sociológica y psicológica sobre la corrosiva influencia del poder y del dinero en las sociedades autosuficientes, una muy atractiva fábula social con imposible moraleja, como si Forsyth quisiera anidar con su mensaje en las mentes de los hombres poderosos capaces de cambiar el sistema y los procedimientos. Una esperanza tan simplista como utópica, pero muy digna de agradecimiento.
Un capítulo aparte merecen, como ya lo había mencionado, la extraordinaria banda sonora compuesta para la película por Mark Knopfler (sí, de los Dire Straits) y la cálida fotografía del siempre versátil Chris Menges.
Knopfler profundiza en terrenos hasta ese momento desconocidos para él, como fue en este caso el adaptar y componer música con raíces celtas, para regalarnos todo un recital de espléndidos temas incidentales, descriptivos, campestres, poéticos y sugerentes. Una mezcla entre el folclore ancestral y los sonidos étnicos que se tradujo en su obra más personal y emblemática, una sublime banda sonora que ya ha sido definida como un clásico dentro de las bandas sonoras de la historia.
Menges, por su parte, disipa cualquier concepto ortodoxo de captación y elaboración de imágenes. Apuesta de forma acertada por el color de la noche estrellada, por la cálida iluminación del ocaso, nos hace disfrutar de planos fijos en una lluvia de estrellas, o de una playa solitaria empapada tras la marea, o de los insólitos colores de la luz del norte y de los primeros planos de las caras de los protagonistas, asombrados por esas dulces visiones. Todo un despliegue de talento, conocimiento del medio y profesionalismo.
Si no se ha visto, debe verse, no puedo decir otra cosa. Pero no se deben hacer grandes expectativas con ella. Tal vez no sea una cinta perfecta, pero debe verse más allá y hay que dejarse llevar, se debe apagar la parte racional las casi 2 horas y hay que hacerle caso a lo que dicten las emociones. Es mejor olvidarse de esa parte rutinaria de la existencia, de la parte mecánica, del trabajo, de los sueños frustrados, de las deudas. Es mejor dejarlo de lado. Y hay que sentir. Seguro que en algún momento uno llega a encontrarse en esa playa en el norte, en donde todo lo antes mencionado carece de importancia. Seguro que uno empieza a sentir que está volviendo a casa.
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