Director: Tobe Hooper
Duración: 83 minutos
País: Estados Unidos
Elenco: Marilyn Burns, Allen Danziger, Paul A. Partain, William Vail, Teri McMinn, Edwin Neal, Jim Siedow, Gunnar Hansen, John Dugan, Robert Courtin, William Creamer, John Henry Faulk, Jerry Green, Ed Guinn, Joe Bill Hogan, entre otros.
"Cinco amigos que visitan la casa de su abuelo en el campo son cazados y aterrorizados por un asesino que empuña una motosierra y es ayudado por su familia de caníbales que roban tumbas."
Que en el Museo de Arte Moderno de Nueva York se guarde una copia de los negativos de esta obra, dice más de ella que todas las críticas que se puedan escribir sobre ella. Que, tras serias dificultades, triunfara en distintos festivales (incluido el de Cannes en donde fuera alabada), en donde se rindieron ante su potencia visual, y en donde probaron su cautivadora esencia que ha demostrado ser ajena al discurrir del tiempo y las modas.
Porque si más de treinta años después aun haya gente comentando, criticando (para bien o para mal) esta obra, dice todavía más.
Y que, con más de tres décadas a sus espaldas, la cinta de Hooper siga siendo referencia obligada dentro del terror contemporáneo y uno de los puntales generadores del terror americano, revela más de esta obra de lo que aquí pueda escribir.
En 1972, un joven alborotador, subversivo, de pelo largo y despeinado se disponía, sin saberlo, a conmocionar al publico y a la critica con una producción ínfima en cuanto a presupuesto, pero brutal y revolucionaria en cuanto a contenidos y tratamiento formal. Aun no podía saberlo con certeza, aunque si podía intuir conforme avanzaba a tropezones la grabación, que tenia entre manos algo grande, un proyecto que iba a causar furor y dejar huella entre la legión de fanáticos que iban adhiriéndose al gusto por el terror.
Inspirados en la extravagante figura de Ed Gein, el propio Hooper y Kim Henkel escribieron en 15 días el guión. Tras conseguir el insuficiente financiamiento para arrancar con el proyecto, se embarcaron en un rodaje demencial. Si bien la idea no es espectacular, el tratamiento de documental, al que ayuda el empleo de los 16 milímetros y su correspondiente estética, y la sofocante producción visual de Bob Burns elevaron pronto la obra al podio de lo grotesco y el terror más realista.
La crudeza que transpira la pantalla no deja imperturbable incluso al espectador actual, experimentado en el gore digital y los efectos más excesivos.
No un fanático del género, y eso me permite reconocer que el cine de terror suele envejecer mal. Lo que causaba terror hace 10 años, se vuelve materia de desprecio entre los que piensan (y con razón) que hoy pueden verse cosas más terroríficas en el cine. Es inevitable. Por eso, soy de la opinión de lo que debe exigirse de una película de este género y con cierta razón no es que nos estampe en la butaca como lo haría una de hoy en día (cada quién dirá cuál).
Por ejemplo si Nosferatu no ha envejecido mal, no es porque siga causando miedo, sino, entre otras cosas, porque el terror estaba asociado a una cierta forma de expresión poética que le ha permitido llegar con fuerza hasta nuestros días.
A mi parecer, esta película no ha envejecido nada mal. Contemplada a cierta distancia, tal vez no provoque la conmoción que muchos confunden con el terror. Más bien transmite un sentimiento de lo macabro que es en este relato algo vagamente onírico. ligeramente más sutil que la burda sacudida generada por el miedo y muy dificil de lograr teniendo en cuenta la voluntad realista de la dirección y puesta en escena. Tal vez en los 70 podría haber inquietado. Pero ahora nos queda tan sólo su terror más esencial: su poderosa atmósfera que provoca una enorme intranquilidad.
La horrible pesadilla en la que caen los protagonistas está sostenida por el suspenso de un guión más que por los efectos especiales (que generalmente también suelen ser presas del tiempo). Está sustentada por esa cámara fría, realista, casi documental, anunciada por la voz en off al principio de la película. De hecho, podríamos incluso pensar que algo se nos insinúa del trasfondo social de la Texas rural: el desempleo provocado por la industrialización de los mataderos, la consiguiente pobreza y decadencia moral de la zona.
Enumero más detalles de que provocan el aumento gradual de esa intensidad malsana. En primer lugar, el sujeto grotesco que recogen en la carretera y que trastorna la excursión dominical. De igual manera la casa y el extraño mobiliario. En el caso de Leatherface, es la culminación, el éxtasis de una pesadilla que ha sido meticulosamente preparada y ambientada de antemano, en un clima de suspenso ejemplar. En ese sentido, el mérito de la persecución-clímax no es que salpique la sangre a mayor gloria del psicópata, sino que Tobe Hooper le dedica el tiempo suficiente para transmitirnos la angustia de ser perseguidos.
El verdadero horror no está en la matanza propiamente dicha (aspecto siempre superable en el género y, sobretodo, en la realidad), el horror aquí alcanza su máxima y elocuente expresión en una sola imagen: en los primeros planos que se centran en el detalle de la mirada, de los ojos de la chica durante la cena. La cámara penetra tanto como un cuchillo que nos permite apreciar anatómicamente, cual caníbales, los nervios de sus alteradas arterias oculares y los delicados e indefensos pétalos azules de su iris. Puro cine.
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