Director: Jean-Luc Godard
Duración: 90 minutos
País: Francia
Elenco: Jean Seberg, Jean-Paul Belmondo, Daniel Boulanger, Henri-Jacques Huet, Roger Hanin, Van Doude, Claude Mansard, Liliane Dreyfus, Michel Fabre, Jean-Pierre Melville, Jean-Luc Godard, Richard Balducci, André S. Labarthe, François Moreuil, Liliane Robin, entre otros.
" Un ladrón de poca monta decide robar un auto y después asesina de manera impulsiva a un policia en motocicleta que lo perseguia. Buscado por las autoridades por su crimen, se reune con una estudiante de periodismo estadounidense e intenta convencerla de que huya con él a Italia."
En un arranque de odio realmente profundo y perverso, pero no por ello injustificado, en cierto sentido, un Michel Poiccard traicionado y derribado en el suelo llama asquerosa a Patricia Franchini. Ese gesto desesperado, de rabia y de impotencia es absolutamente sublime. En principio, no debería tenerse demasiada simpatía al personaje de Belmondo, al menos no desde el punto de vista de lo correcto, la normalidad y la insignificante moralidad, sin embargo sí que ejerce en el espectador esa cierta atracción rastrera de los tipos malos del celuloide de los que, por otra parte, él es probablemente el gran precursor y el gran heredero gracias al personaje creado por Godard e improvisado en gran medida por él mismo.
Belmondo es diferente a otros, muestra un personaje curtido por la vida, un tramposo, un superviviente sin escrúpulos ni reparos a la hora de hacer aquello que sea necesario para sobrevivir. Por eso es más sencillo identificarse con él, con sus celos, su desesperación y su necesidad de confiar en los demás para poder seguir adelante, aunque en el fondo sepa que son tan poco dignos de confianza como él mismo.
Esta película es posible que no entienda (en el sentido literal de la palabra) al principio, o incluso al verla por primera vez. Se le deben dar más oportunidades. No está hecha para ser simplemente vista, no hay que ser con ella simplemente el típico espectador pasivo, hay que convertirse a una especie distinta de espectador activo para poder apreciarla como lo que es. Y eso, aún como principio teórico, ya es interesante.
Godard, a mi entender, realiza un producto con el que nos hace pensar. Y no por la historia, nos hace pensar por la ruptura artistica que supone. Es cuando tomas consciencia de ello cuando se empiezan a esbozar sonrisas en la cara, o al menos eso me ha ocurrido a mí. Es cuando se puede comprobar que no hay límites. Después de ver tanto cine, tantas películas, cada vez tan perfectas, cuidando en ellas hasta el último detalle, tan probables, tan posibles, tan verosímiles y olvidar que realmente esto es el cine, que a veces es mentira, recreación, simplemente arte.
Es verdad que en los comienzos de la Nouvelle Vague se pueden encontrar ciertos puntos flojos. Pero esto se debe a que en los inicios de toda expresión revolucionaria su definición está en juego. Se necesita de tiempo, de un recorrido mínimo de prueba para asentarse en la práctica los modelos teóricos que sustenta. Ese colectivo francés de los sesenta tenía una meta: proponer un sujeto/espectador activo/comprometido con lo que mire. El cine como industria cultural que ya era, definida o preestablecida desde una hegemonía, establecía una actitud consumista de este espectador, que se acongojaba ante la masiva introducción de los productos norteamericanos sin preguntarse por su verdadera estrategia. La verdadera finalidad parecía consistir en realizar un cine totalmente descomprometido con su contexto, que contaba historias fuera de toda realidad para hacer creer a los espectadores que un mundo de ensueños era posible fuera de sus casas, era posible en las salas de cine. Rubia, cigarros y paises exóticos eran las claves para que el espectador volara, fantaseara y se ensimismara.
Luego entonces habría que imaginarse lo que sucedería cuando un tipo como cualquiera rompe con esa construcción pasiva y lineal para instaurar un modo de pensar punzante. Nadie lo iba aceptar porque el mundo despreocupado y estupidizante que nos venden afuera les resultaba a la media más fácil de comprender. Entonces se conforman con que los dominen, con los vuelvan un grupo de autómatas, a los que modelan y manejan sus maneras de pensar y sentir. De ahí en adelante surge la creencia y se asimila la idea de que la verdadera realidad está en lo que ese cine muestra: el estilo de vida americano es un estilo selecto, idealista, diríamos para resumir, lo que es mío, lo que me define. Es verdad que Godard no era un asalariado con la camisa abierta mostrando el torso desnudo lleno de aceite y sudor. Era un hijo de papá que tuvo la posibilidad de ingresar al selecto modo de vida francés de la época. Un verdadero beneficiario.
Sin embargo, no es necesario ser un trabajador o un activista de la época para estar disconforme con el sistema. Un hombre de conocimientos que percibe lo que le rodea, reflexiona sobre ello y distingue el malestar imperante y la poca democracia o libre pensamiento que reina, y que además tiene una piel sensible con lo que le rodea y no toma una presencia indiferente con su presente, también puede tratar de cambiar su realidad.
Al contrario de como se piensa en muchos espacios de discusión sobre cine, es una lástima que se haya cambiado esta manera de producirlo. No es un cine nihilista ni carente de sentido como algunos sostienen, es cine que compromete al espectador, que lo invita a confeccionar, a construir los sentidos del texto. La pluralidad de los sentidos es un gesto revolucionario que implica una manera de acceder, por fin, al cuerpo del cine y desde ahí, explotarlo.
Estoy convencido de que no es difícil su sintaxis (si es que hay alguna); no es dificil su historia (si es que hay alguna); no es dificil si linea narrativa o su falsa continuidad narrativa o temporal; es simplemente una invitación a que nosotros también hagamos cine.
Hay una escena en esta película en la que el personaje que interpreta Jean-Paul Belmondo observa una fotografía de Humphrey Bogart en la entrada de un cine en París. Godard se detiene en ambos rostros: ambos parecen observarse. En Belmondo se adivina una admiración por ese hombre, arquetipo de la dureza en un tipo, sin escrúpulos. Pues bien, en realidad no solo se miran dos personas sino que se enfrentan dos maneras de hacer cine, de ver la realidad y describirla.
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