Director: George Miller
Duración: 120 minutos
País: Australia / Estados Unidos
Elenco: Tom Hardy, Charlize Theron, Nicholas Hoult, Hugh Keays-Byrne, Josh Helman, Nathan Jones, Zoë Kravitz, Rosie Huntington-Whiteley, Riley Keough, Abbey Lee, Courtney Eaton, John Howard, Richard Carter, Iota, Angus Sampson.
" Una mujer se rebela contra un gobernante tiránico en una Australia post-apocalíptica en busca de la tierra que algún día fue su hogar y lo realiza acompañada de un grupo de mujeres que eran prisioneras del tirano, un adorador psicótico, y un vagabundo llamado Max."
Me acomodo en mi asiento de color naranja y comienzo a devorar mi polvorón (sí, ese pan que se deshace en polvo) acompañado de un café algo cargado y lo hago con un poco de nervios y una gota de emoción. La película va a empezar. He leído las criticas, he visto los trailers, hay una ligera sospecha en mi cabeza que me dice: Igual estás ante algo grande, cabrón.
Pero soy escéptico. ¿Cómo no serlo? Ya soy mayor y por muy buena que sea una película, emocionarse resulta mucho más difícil. El corazón está un poco roto, y le cuesta sentir lo que sentía cuando era un niño pequeño que se sentaba en la butaca y veía dinosaurios con los ojos abiertos como platos. El cinismo me sirve ahora de coraza, de protección contra decepciones. El niño pequeño se oculta tras ella, y aunque a veces asoma la cabeza, vive escondido. Es difícil seguir emocionándose con el cine, pero aun sigo prendado de el, como desde un principio.
Pero bueno, he sobrevivido, he salido incólume del infierno australiano, y aún con la cara llena de polvo y la arena sólo tengo mi cabeza centrada en las sensaciones que me ha dejado el retorno del demente Max a la gran pantalla, una experiencia que tardaré tiempo en olvidar y que se ha terminado convirtiendo en todo un acontecimiento que provoca que el eslogan publicitario aquel What a Lovely Day se quede muy corto.
La verdad, no sabría por donde empezar. Es lo que provoca la cinta, después de estar hiperventilando durante dos horas mientras se aprecia y por lo tanto las palabras no salen con demasiada facilidad. Sin embargo, si habría que decir algo sobre ella sin entrar en demasiados detalles sería que es la película a la que todo blockbuster debería aspirar, y muy pocas lo terminan consiguiendo. Y todo esto, a pesar que de está claro que no tiene el mejor guión del mundo, y la verdad es que tampoco desea tenerlo ni lo necesita, le basta con seguir el legado de todas las producciones anteriores a ella sobre el Guerrero de la Carretera y en ser una obra de diversas clases de persecuciones para convertirse en una película que quedará grabada en nuestras memorias.
Una cosa está clara, en esta película no solo importa lo que te cuentan sino como te lo cuentan, y ahí el director nos toma por los genitales y practica alguna especie de sadomasoquismo con nosotros como espectadores durante las dos horas de metraje.
Es digno de aplauso que una persona de setenta años, que bien podría dedicarse a jugar a las cartas los jueves, a cuidar su jardín o vivir de glorias pasadas, tenga el vigor y un pulso más depurado que el noventa por ciento de los hoy considerados directores que circulan por el Hollywood moderno y aburguesado. Miller ha demostrado que tiene la determinación necesaria para dictar cátedra de cine ochentero en pleno siglo XXI y que en la vejez ha tenido la valentía de apuntarse en una filmación apocalíptica que ha terminado convirtiéndose en una auténtica epopeya, que no producen otra cosa sino dar más mérito al cuidado, caricia y cariño con el que se ha llevado a cabo este proyecto. En tiempos en los que Lucas vende cualquier cosa y en los que el Rey Midas (Spielberg) sólo produce mediocridades, el lunático australiano regresó cual jinete del apocalipsis para dejarnos con los nervios realmente alterados. Y eso lo consigue con elementos tan distintos entre si como leche, gasolina, polvo y pezones, aparecen muchos en esta película. Al igual que también hay enanos incapacitados, gigantes retrasados, cinturones de castidad, mujeres vestidas como para una fiesta de sábado en la noche y máquinas de la muerte con motores que resuenan hasta dejarme los tímpanos tan llenos de dolor, como si hubieran experimentado un verdadero calvario.
El trabajo del director con la cámara ha enterrado y ridiculizado años de supuesto cine de acción, ofreciendo un abanico de nuevas posibilidades a la hora de narrar, sin dejar de demostrar una increíble capacidad para cambiar las reglas del juego a estas alturas. El uso restringido de lo digital para que sólo sea lo imprescindible, solo lo justo y necesario origina que la maravillosa dirección de Miller sea una delicia visual que además está acompañada por la hermosa fotografía de John Seale, la cual fácilmente podría estar expuesta en algún museo famoso del mundo, en forma de cuadro.
Qué locura de película. Que ensalada de madrazos y explosiones tan brillantemente ejecutadas y personajes para enmarcar. El término de cabrón tiene desde hoy un nombre propio y se llama Imperator Furiosa.
Max Rockatansky es solo ese grandioso secundario que aparece de manera esporádica dejando de lado los grandes discursos y dedicándose a lo que es lo suyo, a eso de primero dispara y luego pregunta haciendo gala de su personalidad oscura y violenta.
Esta película es una inyección de gasolina en las venas de los que amamos el cine y que aún esperamos que cuando nos sentamos frente a una pantalla nos sigan sorprendiendo; y aquí hemos sido recompensados por años y dinero perdidos viendo una y otra vez la misma secuencia fija, siempre igual en la que se ha convertido el cine actual. La espera ha valido la pena y lo que no tendría perdón de Dios alguno es que muchos no tengan la oportunidad de verla, porque entonces escarian siendo participes de la mediocridad y del cine ligerito que nos ha tocado vivir.
¿Quién dijo que el cine de acción no puede ser una obra de arte) Miller y su equipo han pintado un cuadro con la cámara. Puro arte, puro cine y bendita locura.
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