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Pat Garrett & Billy the Kid (1973)




Director: Sam Peckinpah

Duración: 106 minutos

País: Estados Unidos


Elenco: James Coburn, Kris Kristofferson, Richard Jaeckel, Katy Jurado, Chill Wills, Barry Sullivan, Jason Robards, Bob Dylan, R.G. Armstrong, Luke Askew, John Beck, Richard Bright, Matt Clark, Rita Coolidge, Jack Dodson.

" Un envejecido Pat Garrett es contratado como representante de la ley en nombre de un grupo de ricos ganaderos y terratenientes de Nuevo México, con un solo objetivo, acabar con su viejo amigo Billy the Kid."

Nos hacemos viejos a un ritmo tan acelerado que hay días en que noto que me zumban los oídos. Y lo peor es que envejecer parece que no sólo es un proceso de decadencia física sino también moral: nuestros valores y prioridades en la vida cambian (normalmente para peor) y se pasa cada vez menos horas con los amigos y más horas laborando. Esto debe ser especialmente frustrante si tu trabajo es como el de Pat Garrett, que consiste básicamente en encarcelar y/o ejecutar a sus viejos amigos, y el pobre hombre tiene que pasarse la cinta matando a los que fueron sus compañeros en los desmanes de juventud.
Pat Garrett dispara contra Billy the Kid y al ver su reflejo en un espejo, no puede evitar dispararse a sí mismo. Esta secuencia es reveladora del tono del western firmado por Peckinpah, una película que se sitúa cronológicamente en el ocaso del género y que, sin embargo muestras de un nuevo western, por su temática melancólica, su concepción de poema que sabe combinar dos conceptos tan antagónicos como la humanización y la mitificación de los personajes, y que sobre todo sabe añadir una nueva etiqueta al género.
Peckinpah, el obstinado, cuenta con su bronca poesía la leyenda de Pat Garrett y Billy el Niño, grandes amigos y compañeros de banda que dejan de serlo cuando Pat escoge aliarse al poder para asegurarse la vejez al amparo de los terratenientes, cuyos intereses protege con una estrella de sheriff en el chaleco. La opción de Garrett exige transmutar cínicamente la conciencia, suprimir lo salvaje en sí mismo, y suprimir a los salvajes del entorno.
De no haber existido cineastas como Huston o el propio Peckinpah, habría que inventarlos. Ser fiel a un estilo definido esquivando convencionalismos y servidumbres no debe resultar nada fácil en un mundo tan monetario como el de la industria cinematográfica.
Sin embargo, el viejo Sam siempre tuvo muy claro como entretener a su público sin renunciar jamás a su discurso, a su peculiar manera de contar historias. Historias impregnadas de plomo, whisky, tabaco, y prostitutas. Historias de antihéroes, de perdedores, de hombres y mujeres que arrastran un amargo lastre vital, que luchan por sobrevivir en un mundo agonizante, terminal, intempestivo.
Efectivamente no podemos hablar de western clásico, ni siquiera crepuscular ya que aun conversando elementos de este último (ambientes oscuros, personajes que se mueven en el gris y se alejan del maniqueísmo) se desmarca completamente de la revisión en clave decadente. Lo que encontramos aquí es un homenaje absoluto a la contracultura americana de los años setenta que hábilmente, el director vincula con la mitología propia de la última gran epopeya romántica americana: el western.
Cuando alguien se vende al enemigo, al precio que sea, sólo puede esperar una cosa: que sea repudiado por los que antes eran sus semejantes. Y es que el poder del dinero lo mueve todo, y puede romper lazos de amistad y llevar a alguien a ocultar sus ideales en lo más profundo del olvido si a cambio tiene un plato de comida todos los días. El Oeste ya no era un sitio de convencionalismos. Todo aquello de que el respeto estaba por encima del dinero, o que era un valor no disparar nunca por la espalda, todo ello había muerto. Nada de mitos, estos hombres no son héroes que luchan por una causa justa, son asesinos sin escrúpulos que se rigen por unos valores muy particulares. 
La idea principal que el director nos quiere transmitir es la de una amistad traicionada, vendida por un puesto de funcionario, y de la madurez, de la casi vejes, y de como cambian las cosas según la edad que se tenga, y de un hombre, que se da cuenta de que el mundo está cambiando, pero nadie más que él parece percibirlo. Un hombre cansado de vivir, cuya única motivación es encontrar y matar a su mejor amigo, por un puñado de dólares. Y el viaje de Pat en busca de Billy se convertirá en un viaje para encontrarse a sí mismo, para ver qué ha hecho, y qué hará, y saber si lo que tiene lo merece, o se ha traicionado a sí mismo, tanto como ha traicionado a sus amigos, ya que conforme va asesinando a sus camaradas, una pequeña parte de sí mismo muere también. 
De igual manera, la obra nos habla sobre la inocencia, la creencia errónea de que un fuera de la ley puede ser un héroe, alguien a quien venerar, representada en el personaje de Bob Dylan (uno de los peores actores habidos y por haber) quien considera a Kid casi un modelo a seguir, sin tener en cuenta cuántas vidas se había llevado por delante.
Esta película se puede considerar casi una ruptura con el estilo de Peckinpah. Claro que contiene violencia, pero más escasa, aunque ciertamente este western es mucho más reflexivo que The Wild Bunch, casi una continuación del excesivamente lento The Ballad of Cable Hogue, aunque con un argumento más consistente, y una relación entre los personajes que impacta mucho más al espectador, que al conocer ambas visiones del mundo, puede decantarse por apoyar a cualquiera de los protagonistas del relato. 
En en la forma donde el director nos ofrece un ritmo lento, pausado, decadente y a la vez muy sensitivo donde la poesía del paisaje se siente en cada uno de los fotogramas, brindándole un aire de desmoronamiento constante, como si a cada paso de los personajes todo lo dejado atrás fuera a desaparecer para siempre.
La subversión, acecha cada fotograma de la cinta. Con unos duelos cortos, secos, enmarcados en planos medios o generales que rehuyen a los acercamientos de Leone y con un epílogo y prólogo que cuestionan los propios cimientos del género. Luego un flash-forward inicial que en una toma acelerado no nos pone en contexto sino que muestra cual es la idea de justicia y de qué lado está el cineasta para finalizar el metraje con un plano muy significativo: el mismo galopar del vaquero hacia un horizonte desierto, solo que esta vez no se nos habla de la búsqueda de un destino sino de afrontar la propia realidad. Entonces, unos niños, o sea el futuro, le lanzan piedras al presente, es decir al jinete. El horizonte no ofrece redención, sólo el desierto, sólo el páramo de un alma que siente que se ha traicionado a sí misma. El héroe que en definitiva, sabe que se ha transformado en villano.

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