Director: Richard Linklater
Duración: 80 minutos
País: Estados Unidos
Elenco: Ethan Hawke, Julie Delpy, Verno Dobtcheff, Louise Lemoine Torrès, Rodolphe Pauly, Mariane Plasteig, Diabolo, Denis Evrard, Albert Delpy, Marie Pillet.
" Nueve años después de que Jesse y Celine se encontraran por primera vez, se vuelven a encontrar justo en el cierre de la gira de promoción del libro de Jesse, en el que narra la aventura que fue el día entero que pasaron juntos."
Desde el principio, esta secuela arrastraba un estigma imposible de ignorar: su incapacidad de igualar en encanto, inocencia y frescura a su predecesora. Pero me imagino que tampoco lo pretendía. Al menos cuenta con la inteligencia de asumir que no es posible recuperar la magia de la primera vez, de la primera entrega.
No estoy de acuerdo con los que catalogan esta película como una comedia romántica, pues el humor que aquí se nos presenta no pretender hacernos reir (aunque suene a perogrullada), sino más bien nos introduce en la historia de manera sutil y nos lleva a enamorarnos de los personajes, aún antes de que ellos mismos se enamoren.
Ahora bien, es una película que hace una disertación sobre el amor, sin embargo es una película romántica sin contacto físico o sexual. No hay besos, algún te quiero o música creada para endulzarlo todo de manera banal y eso se agradece profundamente.
Por ello, quien no disfrute del amor, o del proceso del enamoramiento y el flirteo que aquí se nos muestra en todo su esplendor es porque simplemente está muerto (y aún no lo sabe) o es porque sus propias experiencias han sepultado toda ilusión y anhelo de encontrarse de frente con el amor y cuando lo hacen se esconden para no mirarlo a los ojos.
El amor no entiende de razones, ni motivos. Se perpetua o se extingue sin grandes explicaciones o enormes desastres. Su fuerza reside en la obstinación de personas que se encuentran en un estado de liberación constante. En seres humanos que se aferran a verdades etéreas, a miradas, a sonrisas, al gusto y tacto de los momentos perfectos. Dicen que la distancia no es el olvido. En un mundo que se mueve por amor, la separación física temporal e incluso de manera discontinua espiritual no provoca el inicio del fin. Claro, ese que significaría la muerte de la pasión, el enfriamiento de los sentimientos.
Todo es cuestión de química. Dos personas que se aman, pueden hacer frente a todo tipo de adversidades.
Por supuesto, estamos hablando del amor como un ideal. Como motor y esperanza. Como recuerdo y como visión de futuro. Es normal que el sentimiento más importante que podemos tener los seres humanos se desplace desde el pasado hacia el futuro marcando de forma irremediable un presente que se afecta a sí mismo.
Puede haber amor sin sexo, sin caricias, sin besos, sin abrazos, sin amaneceres ni alboradas. Sin camas, ni sábanas arrugadas, sin colchones destrozados y sin bastidores al borde del colapso. Puede haber amor allí donde existe una necesidad doble. De otorgar y percibir. De buscar y de ser encontrado. De extrañar y de querer ser añorado. De tener miedo y fe a partes iguales.
Esto es el amor. Sin verdades absolutas, ni historias épicas, sin resignación eterna ni revoluciones silenciosas. El amor perdura y se mantiene expectante. Seduce y es seducido. Es un recuerdo o una expectativa en constante lucha interior consigo misma y con sus dueños.
Bueno, después de la reflexión sobre el amor me gustaría señalar que no sé si será un caso único en la historia del cine, pero no es lo habitual encontrarse con una trilogía en la que los actores envejecen con sus personajes, y en la que el tiempo entre un proyecto y el siguiente sea el mismo que ha transcurrido en la ficción. Si a eso le sumamos el hecho de compartir edad (aproximada) con los personajes y sus interpretes, la vuelven todavía más especial. Es por eso que me arrepiento de no haber tenido la oportunidad de verlas en el cine, cuando realmente me tocaba, que fue en el momento de su estreno. Como sea, el placer, la alegría y el goce han sido los mismos.
Aunque no agotaría los adjetivos, se hace difícil esbozar una critica sobre una película que más bien es un pedazo, un retazo de vida en estado puro y de la que como tal, es costoso y complicado escapar, alejarse y olvidarse de ella una vez que han transcurrido esos (escasos, siempre menos de los deseados) minutos tan intensos. Aún así, más que las propias virtudes que traslada desde el punto de vista del lenguaje cinematográfico, conviene más destacar lo que transmite, lo que logra comunicar y más importante todavía, aquello que me atrapa. Son conversaciones fluidas, inteligentes, pausadas, meditadas y a pesar de ello sentidas y profundas, no sólo porque parten de lo más hondo, sino también porque divagan sobre temas íntegramente eternos, y lo realizan de la única forma aceptable, justa y trascendente que merecen ser tratados. Esto es, con autenticidad, goce y placer.
Ella (me refiero a la película y no a la protagonista) es una ráfaga de vitalidad, un torrente de ideas que me provocan apreciar lo bueno que me sucede, aunque sea minúsculo, tanto por su duración que casi siempre es temporal, como por su significado a ojos del mundo entero, que no tiene tiempo de entretenerse en pequeñas historias que nadie sabe ni es capaz de determinar hacia dónde conducen, aunque precisamente, ahí radique su secreto, su encantador hechizo.
No importa cual es el escenario, si es Viena o París, ya que se centra en lo universal y enteramente humano, en aquello que de verdad nos penetra y consume, en el presente vivido, el pasado añorado siempre y el futuro expectante. El baño de realidad que ocurre al encontrarse de nuevo, les genera y me genera preguntarme en qué momento dejé de ser lo que creía que iba a ser, en todos los aspectos de la vida pero principalmente en uno.
Por qué el presente dista tanto de lo que se prometía, y por qué no puedo dar un vuelco a toda mi existencia, aunque sea por unas horas, y permitir que al menos durante unos instantes, aparezca la certeza incluida de que se vive completamente convencido.
En fin, hay pocas películas que manejen tan bien el tiempo, el ritmo, los silencios y las pausas, que cuiden tanto los diálogos y que podrías seguir viendo horas y horas, apreciando nuevos matices, aunque sea en la distancia. Casi insuperable.
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