Director: Ermanno Olmi
Duración: 186 minutos
País: Italia
Elenco: Luigi Ornaghi, Francesca Moriggi, Omar Brignoli, Antonio Ferrari, Teresa Brescianini, Giuseppe Brignoli, Carlo Rota, Pasqualina Brolis, Massimo Fratus, Francesca Villa, Maria Grazia Caroli, Battista Trevaini, Giuseppina Langalelli, Lorenzo Pedroni, Felice Cervi, entre otros.
" La vida al interior de una granja ubicada en Italia, a principios del siglo XIX. Muchas familias pobres de campesinos viven en el lugar, y el dueño del mismo les paga de acuerdo a su productividad. Para su buena o mala suerte, una de las familias cuenta entre sus miembros con un niño inteligente. Así que deciden enviarlo a la escuela, en lugar de que ayude con las labores del campo, aunque esto represente un gran sacrificio. El niño tiene que levantarse muy temprano y caminar varios kilómetros para llegar a la escuela. Un día, los zapatos del niño se rompen en el camino de regreso a casa, pero no tienen dinero para comprar otros."
En la definición de lo que es el cine, siempre hay un espacio para buscar sus orígenes, de donde proviene su tradición. Centrándonos en la corriente teórica de Europa, hay una tendencia clara a situar la fotografía como momento evolutivo anterior al cine. Como si éste fuera la consecuencia lógica del deseo de brindarle alma al momento temporal captado, como si de esta manera las historias reflejadas consiguieran ir más allá del contexto y dejar de ser un reflejo para convertirse en la realidad.
Sin embargo, trazando una línea evolutiva inversa nos situaríamos en la pintura como método de captar ese preciso instante, un arte que el director pretende reivindicar en su obra cinematográfica.
El suave vaivén de la cámara nos habla de trazos, de esbozos, de la dedicación artesanal y minuciosa que la construcción de un cuadro merece. Cada fotograma supone un paseo por los movimientos de aquel siglo del arte pictórico, desde los paisajes impresionistas al retrato realista de las personas y las costumbres y todo pasado por el filtro del romanticismo, con sus curvas argumentales, su apología naif (corriente artística de sencillez y colorido) de la vida rural, sus claroscuros sentimentales y su trasfondo aleccionador y moral, en esta ocasión de raíz cristiana.
El resultado final es un lienzo gigantesco, compuesto por pequeñas estampas cuya pretensión es hablar de una época, de una forma de vivir que ya parece olvidada, más dura y a la vez más humana. Un cuadro cuyo marco de realismo se sale de la distinción y elegancia del fotograma mediante una excelente puesta en escena, con una naturalidad que casi toca el documental y traspasa con pulcritud la paleta del pintor para insertarse en el plano del hiperrealismo pictórico.
Se podría afirmar que ninguna película tiene derecho a exigir, para ser apreciada o entendida, un nivel dado de conocimientos ni mucho menos todavía una actitud especial, mezcla de paciencia, atención y tolerancia; pero es innegable que si uno como espectador pretende disfrutar de una obra de arte, o aprender algo de ella (sobre su autor, sobre el mundo, sobre uno mismo), conviene enfocarla de manera positiva y hacerlo del modo más propicio para ello. A nadie se le ocurriría ponerse a leer novelas de Marcel Proust sin tener tiempo libre por delante, ni acudir a una obra de James Joyce como distracción para un viaje en tren. Y lo cierto es que hay obras menos accesibles o más difíciles, más áridas o menos amenas y atractivas que otras, sin que por ello carezcan de interés o sean menos valiosas.
Ermanno Olmi es un discípulo adelantado del cine de Roberto Rossellini, incluso en su ideología cercana a la democracia cristiana como lo fue el autor reconocido del Neorrealismo Italiano. Olmi nos ofrece un cine desnudo y nada estilizado, un retrato rural que recrea la vida cotidiana de sus habitantes y el fluir cadencioso de sus experiencias. Renunciando por parte del espectador (al menos en un principio) a la fantasía, a la seducción, a la dramatización y a la espectacularidad, para ser atrapado por la fuerza irresistible de sus imágenes naturalistas acompañadas por la música de Bach y alguna sonata de Mozart. Una mirada realista y alejada de toda pedantería hacia nuestros antepasados que refleja las crudas condiciones de vida del pueblo campesino a inicios del siglo XIX. Reconfortados por una profunda fe cristiana e interpretado por los propios habitantes de una zona cercana a Bérgamo en el norte de Italia. De hecho, la versión original de la película está hablada en bergamasco, un dialecto del idioma lombardo.
Durante gran parte de la película me estuve preguntando: ¿dónde estará el árbol de los zuecos?. Una vez localizad, cambié la pregunta: ¿qué importancia tiene ese árbol? y después de casi 3 horas de metraje, se hizo la luz. El insigne árbol de los zuecos es el símbolo de una época, una en donde los señores mantenían su nivel económico y social a costa del sudor de sus campesinos, disponiendo de ellos a su antojo y poder.
Sé que puedo parecer desmesurado si afirmo que esta película debería ser vista por los jóvenes de la actualidad, más aún si se tiene en cuenta su duración y esa sensación, expresada de manera legitima de muchas personas, de que no existe en ella un verdadero argumento, de que no pasa nada en la cinta. En mi opinión, la cinta tiene un alto valor educativo, pues ilustra con asombroso realismo cómo fue la vida de nuestros antepasados recientes, la mayoría de los cuales procedía del campo, abordando también (con notable delicadeza y respeto) sus emociones y forma de ser característicos. No estoy de acuerdo con la afirmación de que en la obra no ocurre nada; al contrario, ante nuestros ojos vemos sucederse las estaciones, las diversas labores del campo, el clasismo, el nacimiento de los hijos, la fe, el cortejo y el matrimonio, la magia, el sacrificio, un milagro, la sabiduría popular, la fiesta y la injusticia. Creo que sinceramente pocas películas pueden presumir de contener tantos aspectos de interés y trascendencia, y que lo que ha molestado a algunos espectadores es que no existen protagonistas únicos o muy definidos.
Estamos ante una cinta contemplativa, reflexiva, serena, pero no idealista, ni nostálgico, ni indiferente. No trata de convencernos de que cualquier tiempo pasado fue mejor, ni de presentar la vida campesina como un paraíso perdido, ni de conmovernos o indignarnos por la triste suerte de los trabajadores del campo. No pretende demostrar nada, ni siquiera argumentar a favor o en contra de una tesis u otra, ni de hacer una alegoría sobre situaciones actuales.
En definitiva, nada pretenciosa, pues trata simplemente de mostrar, de recordar cómo fue la vida rural en aquellos años, y nos conmueve con la austera vida disciplinada y sobria, reflexionando con una semblanza sobre la naturaleza humana.
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