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The Sound of Music (1965)




Director: Robert Wise

Duración: 174 minutos

País: Estados Unidos

Elenco: Julie Andrews, Christopher Plummer, Eleanor Parker, Richard Haydn, Peggy Wood, Charmian Carr, Heather Menzies-Urich, Nicholas Hammond, Duane Chase, Angela Cartwright, Debbie Turner, Kym Karath, Anna Lee, Portia Nelson, Ben Wright y otros más.

" Una mujer abandona un convento austriaco para convertirse en la nueva institutriz de los hijos de un viudo oficial de la marina."


Esta película realizada en el año de 1965 cuenta con todas aquellas características que una mala cinta del género del musical debería tener. Esto es, más allá de la innegable vitalidad de la que goza, tiene canciones tontas (a veces demasiado) e inocentes, un guión igual de ingenuo y vacuo y personajes increíblemente azucarados. Entonces, ¿por qué es uno de mis musicales favoritos? Bueno, después de hacer tal declaración: adelante, pueden dispararme desde veinte pasos. Pero me gustaría aclarar, que a pesar de todo, sigue siendo alguna clase de placer culpable. A veces, cuando el mundo real parece ser demasiado insoportable, resulta necesario buscar un poco de palomitas, helado o algún bocadillo por el estilo para acompañar al clásico inmortal de Rodgers y Mammerstein. Y seguramente esto último le ocurre a muchos en la época en la que llegan las cuentas o hay que pagar impuestos.

Sin embargo, lo fundamental en este caso es que estoy seguro que no estoy solo. Es decir, ¿por qué todavía se le considera como el musical más popular de todos los tiempos? Bueno, en primer lugar yo aseguraría que se debe a que no escatimaron en cuanto a gastos se refiere. De hecho, considero que esta obra debe ser uno de los primeros blockbusters de la historia del cine, lo cual se nota en su aspecto visual extremadamente bien producido, con paisajes hermosos y deslumbrantes que lo corroboran.
Desde el primer momento en que Julie Andrews agita sus brazos y da vueltas sobre esa bella ladera cubierta por el sol mientras canta la entusiasta canción que le da título a la película, sé que estoy siendo arrastrado hacia otro mundo. Que ya no estoy en Kansas ni en Los Ángeles (si nos sumergimos a ciudades icónicas del ambiente musical) y ni cuenta me dí cuando esto sucedió. Con esto quiero decir que el fondo panorámico de Salzburgo complementa y no intimida o aleja a los personajes o a su historia (como si ocurre en otras extravagantes historias). En otras palabras, esto en sí mismo es una verdadera hazaña.
Ahora bien, sobre aquellas canciones a las que me refería al inicio. Casi todas ellas son completamente estúpidas. Entonces, ¿qué genera que funcionen? Fácil. La absoluta alegría y sinceridad del elenco cuando canta aquellas melodías pegajosas y eternas, que están respaldadas por orquestaciones extremadamente conmovedoras y una partitura que es excepcionalmente hermosa. Por ello, es difícil resistirse al personaje de María realizando todo tipo de cabriolas, luchando con almohadas contra un montón de mocosos que le llegan a la rodilla y detallando cuales son sus cosas favoritas en la vida. Además, hay que articular algunas palabras sobre el austero Capitán Von Trapp (interpretado por el meticuloso Christopher Plummer) que termina derritiéndose cual mantequilla después de escuchar a sus retoños cantar en perfecta armonía por primera vez (y sin haber tenido lecciones previas) e integrarse directamente al espectáculo. O aquel prominente número en el que la Madre Superiora sin saberlo le advierte a María que se dirija a las colinas (quise decir, montañas) antes de que los nazis decidan escoltarlos a otro lugar. O que tal tener dieciséis años, deseando alcanzar los diecisiete y gritar de alegría después de recibir el primer beso. O el asunto aquel de los niños trabajando en una cancioncita ingeniosa para abandonar a los invitados a mitad de una reunión muy formal, cuando ya es hora de ir a la cama. O dos personas que declaran su amor en un mirador iluminado por la luna. Todo esto parece confirmar que las canciones funcionan porque vienen directamente y apuntan al corazón, no a la cabeza, que es exactamente el lugar desde donde el espectador debería estar viendo esta película.
En ese sentido, es necesario recalcar que si las canciones no trascienden al propio guión (lo cual no ocurrió en ninguna producción de esta clase, realizada antes de los años setenta), ciertamente si consiguen trascender e impactar en el estado de ánimo de quien observa la pantalla.
A su vez, el mentado guión es un producto indiscutiblemente trillado y, probablemente, el elemento más débil de la película. Pero, lo menciono de nuevo, los personajes consiguen esconder todas las fallas del mismo y de modo increíble ningún actor parece avergonzado con las situaciones. Cada escena se realiza con total entusiasmo y compromiso absoluto, y los interpretes que cuentan la historia lo llevan a cabo en el tono y representación perfecta.
Y en cuanto a los personajes, intenten pensar en alguien mejor que la jovial Julie Andrews, dando vida a esa aspirante a monja que posee una magnifica voz, que puede crear vestidos con la tela de las cortinas, que puede montar y dirigir espectáculos de marionetas de un tirón y tiene la confianza suficiente para convencer a un hombre de que una monja fallidad es la candidata ideal para el matrimonio. Ciertamente, yo no puedo. Demostró cabalmente que podía manejar el papel soñado. El personaje de Andrews es una tonta agradable, una terca agradable, astuta de forma agradable, desordenada de modo agradable y bueno...es linda y es agradable. Asimismo nos brinda la presentación musical más atractiva desde Judy Garland en The Wizard of Oz. 
Por lo que se refiere a Christopher Plummer, el tipo es todo seriedad, un aristócrata de manera generosa, y todo una agresión o un reto para cualquiera, y especialmente para una monja. No puedo pensar en alguien más adecuado para este papel tampoco. Con respecto a los siete pequeños, me refiero a los niños de Von Trapp, son también adorables y perfectos a su manera, ya sea que solo se muevan o canten, creando sus propias personalidades de manera individual para el final de la película.
Antes bien, para aquellos que la despedazan principalmente por lo que suelen llamar como sus desvergonzadas manipulaciones recubiertas de azúcar; bueno, a pesar de no estar de acuerdo, puedo respetarlo. Sin embargo, atacar esta obra por sus imprecisiones políticas e históricas es como atacar a Peter Pan por ser una trama subversiva que alienta a los niños a huir de su hogar. Es ridículo. Más allá de que se basa en una historia real, no estamos viendo una cinta de una precisión absoluta. Es decir, como si de una chispeante y lujosa opereta de Ernst Lubitsch se tratase, nos encontramos con una película diseñada para sentirse bien, con canciones que nos provoquen sentirnos bien, con una historia que nos haga sentir bien y un final que nos haga sentir bien. Nada más. Si se desea una pelicula que presente una representación potente de la preguerra en Austria o del sentimiento nazi, se puede observar por ejemplo Holocaust o Schindler's List. Aqui, todo se trata de querer creer que un grupo de monjas puede atreverse a remover el carburador de un automóvil y con ello salvar al mundo. Punto.
Supongo que generaciones actuales que crecieron mirando en la televisión un exceso de realidad, no puede concebir, respetar o relacionarse con la inocencia correspondiente y la fantasía pura de esta obra. Si esta película se hiciera ahora mismo, me temo que los niños de Von Trapp no estarían colgando de los árboles por temor a que les dispararan. Es triste decirlo, pero este nuevo mundo es muy dificil. En comparación, los años cincuenta y sesenta se ven cada vez mejor en una nueva oportunidad.
Para finalizar, es verdad lo que se canta en la película, y ahora les dejo con esa idea: Mi corazón será bendecido con el sonido de la música. Y cantaré una vez más.

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