Director: Olivier Dahan
Duración: 140 minutos
País: Francia/ Reino Unido/ República Checa
Elenco: Marion Cotillard, Sylvie Testud, Pascal Greggory, Emmanuelle Seigner, Jean-Paul Rouve, Gérard Depardieu, Clotilde Courau, Jean-Pierre Martins, Catherine Allégret, Marc Barbé, Caroline Silhol, Manon Chevallier, Pauline Burlet, Élisabeth Commelin, Marc Gannot, entre otros.
" Obra cinematográfica perteneciente al género llamado 'biopic' acerca de la vida de la icónica cantante francesa Édith Piaf. En el relato se cuenta como fue criada por su abuela, quien era dueña de un burdel, para posteriormente ser descubierta mientras cantaba en una esquina a la edad de 19 años. Y como, a pesar de su éxito, la vida de Piaf estuvo llena de tragedia."
Por lo que tengo entendido, en Francia existe la expresión elevador emocional que se suele usar justamente para describir un cambio abrupto e inesperado que se da entre dos emociones opuestas. Bueno, en lo que se refiere únicamente al elemento de la emotividad, esta película de Olivier Dahan no se percibe como si se estuviese en un elevador, sino más de estar transitando una verdadera montaña rusa, construida de una manera tan exhaustiva que trasciende el mentado formado de Biopic.
En este filme no descubrimos la vida de Edith Piaf como tal, sino sus emociones, y lo hacemos a través de sus canciones, de sus trágicas historias de amor y, naturalmente, a través de la extraordinaria interpretación de Marion Cotillard, que barrió (y merecidamente) con todos los galardones principales que se entregan en el campo de la actuación en el ya lejano 2008.
Es que esto último merece ser subrayado, qué actuación, tan intensa y desgarradora, mientras continuan en mi cabeza diversas interrogantes: ¿en qué área de la vida era mejor Piaf? ¿en el canto o en el amor?
Amor, solo amor es lo que le respondió a un entrevistador sobre que era para ella lo más importante en la vida. Por ello, quiero creer que nunca habría sido la mitad de la artista que fue, si no le hubiese inyectado la misma pasión a ese aspecto de su existencia que impulsó su corta vida.
Hace poco se celebró su centenario, resultando curioso que aunque no vivió ni la mitad de los años que lo componen, su legado para el mundo sigue siendo inmenso. Continua siendo después de su muerte la artista con la voz inconfundible, potente y clara, ese gigante de la música francesa, a pesar de que hace mucho que yace seis metros bajo tierra. Sin embargo, la amada y amante interprete gozaba de un corazón demasiado grande que habitaba, para su mala fortuna, en un marco tan pequeño.
Pero, esa voz, esa peculiar dicción que aprendió de la manera más compleja y del modo más severo, le permitió ser capaz de sublimar el repetido Non Je ne Regrette Rien (No me arrepiento de nada), la canción testimonial que trascendió su frágil cuerpo, como si toda aquella fuerza con la que Piaf fue bendecida se hallaba al interior de ese corazón, y la voz que lo expresaba. Cuando Edith canta, todos callan, porque se no se puede escuchar nada más cuando ejecuta su acto, excepto el latido del propio corazón, o la voz interior que resuena con las melodías de La Foule, Milord o Padam. Parece ser que, al igual que el amor, el canto es una cuestión de comunicación y eso es lo que Piaf conocía mejor, comunicar sus más profundos y dolorosas emociones. En ese sentido, la dirección audaz de Dahan fue originada sabiendo a la perfección de que manera comunicar esa peculiar habilidad.
Recuerdo ahora una escena crucial dentro de la historia, encauzada en forma oportuna, en la cual Piaf está a punto de interpretar su primera canción en el Olympia (la emblemática sala de conciertos propiedad de Bruno Coquatrix que resucitaría milagrosamente a principios de la década de los sesenta, a costa de su propia salud). En ella, la cantante se nota primero sorprendida por el pánico mientras se halla en el escenario, literalmente congelada, para luego palidecer y lo que sucede es similar a otro momento dentro del filme cuando entona La marsellesa después de que el número callejero de su padre terminara fallando. Todo ello se convierte en una especie de revelación, y desde ese momento nace una estrella. Dicha epifanía es simplemente mágica, no escuchamos el canto; todo se expresa por medio del singular y conmovedor lenguaje corporal de Cotillard, y de forma sorprendente, se puede percibir la música. Aquella secuencia es tan simple, y a la vez tan compleja como eso.
Este momento le permite a Marion Cotillard mostrar su talento y elevarlo hacia cumbres cada vez más altas. Ya que no solo está construyendo el personaje de una cantante, no solo se dedica a sincronizar los labios con el sonido, sino que se transformó totalmente en Edith Piaf.
Por tal motivo se debe hacer hincapié en su labor, dado que en muy raras ocasiones se ha presentado una actuación femenina tan destacada por su concepción, construcción y despliegue, logrando reunir con ella la aprobacion crítica de modo unánime y con justa razón. En mi juicio, Cotillard consigue hacer sentir la emoción y el dolor por haber atrapado en su propia esencia a un personaje tan grande como la vida, una mujer cuya infinita capacidad de amar finalmente la destruyó. Y otra escena captura a la perfección esta tragedia, la escena que probablemente impidió que las posibilidades de Cotillard de ganar el Oscar, y algunos otros premios en este lado del planeta.
Pero veamos, Piaf solía tener muchos amantes, pero uno de ellos estaba por encima de los demás y en su momento formaron una pareja legendaria, ya que aquel hombre era una celebridad en su propio campo, el boxeo. Su nombre era Marcel Cerdan. Así que, el día antes de su prematura muerte, Piaf se encuentra en un completo estado de gracia, la culminación de sus días felices, convirtiéndose en el perfecto vehículo de toda clase de emociones que solo pueden ser alimentadas por el amor, y por este motivo ella necesita tanto a su amado Marcel, tanto que le implora que tome un avión para que puedan encontrarse. A la mañana siguiente, sus amigas aparecen con las malas noticias. Por supuesto, no estoy seguro de que ese evento haya sucedido tal como lo sugiere la película; una escena que arranca con una alucinación de Marcel regresando finalmente, pero esa larga secuencia cubre toda una amplia gama de emociones, escalones de dolor en aumento, para concluir con los desgarradores gritos de la protagonista y terminar con un homenaje icónico al hombre que más adoraba, regalando al público su famoso Himno al Amor: la célebre La vie en rose.
Es muy probable que dicha secuencia encapsule la vida de Piaf, esto es: unos breves momentos aderezados por la alegría de vivir destinados a terminar en tragedia. Mucho trabajo que hacer, muchas dificultades que enfrentar, muchos fantasmas con los cuales cohabitar, para simplemente decidir experimentar la vida en color de rosa.
Por otra parte, podemos conocer algunos aspectos de su crianza, como aquella época en la que queda bajo el amparo de una prostituta que al igual que ella también cantaba, y la forma devastadora en que su padre termina arrebatandosela; o de su milagroso encuentro con Louis Leplée mientras cantaba en una calle acompañada por su amiga Momone, y como después del asesinato de este hombre, al que se lo debía todo, comenzando por supuesto por el apodo de pequeño gorrión. Aunque luego el gorrión se convirtió en el ave del mal presagio, acusada de ser responsable de la muerte de su mentor. Sí, Piaf fue un carrusel de contradicciones.
De modo que, hasta ese momento resultaba extraordinario que una artista tan inmensa no hubiese tenido una cinta biográfica, pero creo que puedo imaginarme las razones detrás de ello. En primer lugar, su vida fue tan abundante emocionalmente hablando que incluso observar un documental sobre ella es suficiente para provocar que el corazón se derrita. Además, para elegir a alguien que vaya a interpretarla, se debe estar bastante seguro del casting realizado. En este caso, Cotillard no es cercana a su estatura, y su belleza es más parecida a la que se explota en Hollywood, pero resultó ser una actriz igual de intensa, tan apasionada que se convirtió en Piaf, por lo cual diría que se necesitó de una de las mejores actrices para interpretar a una de las mejores cantantes. Y Cotillard nació para llevarlo a cabo.
Por supuesto, hay muchos capítulos en la vida de Piaf que hicieron falta, pero esta es la forma en como la película encarna la tragedia de una mujer demasiado frágil para llevar consigo un corazón tan gigantesco; incluso un filme como este no puede contener toda aquella emoción que cimentó la vida del personaje.
Entonces, como diría Edith Piaf, no hay nada que lamentar, la película es encomiable sin lugar a dudas. Y el mérito tiene casi todo que ver con el trabajo de una gran actriz: Marion Cotillard.
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