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Der Himmel über Berlin (1987)

 



Dirección: Wim Wenders

Duración: 127 minutos

País: Alemania Occidental / Francia

Reparto: Bruno Ganz, Solveig Dommartin, Otto Sander, Curt Bois, Peter Falk, Hans-Marrin Stier, Elmar Wilms, Sigurd Rachman, Beatrice Manowski, Lajos Kovács, Bruno Rosaz, Laurent Petitgand, Chick Ortega, Otto Kuhnle, Christoph Merg, Peter Werner, Susanne Vierkötter, Paul Busch, entre otros.

" Dos ángeles, Damiel y Cassiel, observan la vida en la Tierra y la condición humana. Llevan mucho tiempo haciéndolo y por lo tanto han visto lo mejor y lo peor de la humanidad. Por su parte, Damiel no desea otra cosa que ser humano: sentir, tocar, oler, tener emociones. Cuando se le concede su deseo, también aprende que ser humano tiene sus limitaciones, que en muchos aspectos no difieren de las de ser inmortal."

El director Wim Wenders siempre ha tenido un enfoque poético con el cine, incluso con sus documentales. Su enfoque pausado, que invita a la reflexión, no es del agrado de todos, pero goza de verdadero talento para inspirar a cuestionarnos, a cuestionar a los demás y a cuestionar a la vida.

Esta es justo la clase de proyecto que emprenden todos los grandes realizadores sin excepción, desde Welles hasta Iwai; si se puede sentir que existen esas cosas que no se pueden tocar con la mano: es decir el anhelo, la memoria, el pensamiento. Si ahora mismo se puede recordar una imagen, significa que este espacio se extiende a nuestro alrededor y forma parte de nosotros, así que: ¿cómo se puede envolver esto con la cámara, reconocerlo bajo la historia y permitir que flote como lo hace la vida?

Wenders lo ha intentado en repetidas ocasiones. Es un director que conoce el budismo, cómo las narraciones de la mente oscurecen una percepción auténtica (si es que esto existe), cómo el polvo se asienta en los espejos. Puede o no saber que tanto los budistas como los griegos contemporáneos identificaron de forma temprana la sabiduría liberadora como el uso correcto de las apariencias, el vinculo es el viaje de Alejandro Magno a la India (desde luego con intención de conquistarla). Y debe saber que desde los griegos la divinidad en Occidente, la voluntad de aprehender a Dios, ha estado entretejida de forma implícita con la mente que intenta trascenderse a sí misma.

Wenders se muestra en esta oportunidad demasiado ambicioso sobre este en particular, sobre la liberación en la vida, sobre la muerte y sobre Dios (de manera literal). Uno de estos ensueños se utiliza aquí, la noción de ángeles en los cielos, pero esto es solo la herramienta para la observación flotante de la vida sin obstáculos por la historia, para nadar asi en las narrativas de la mente. Y con ello a continuación, ver si podemos ir un poco más lejos y trascender.

Así que un ojo angelical se abalanza sobre la vida revuelta y nebulosa, el lugar es Berlín mientras contempla toda clase de heridas (incluso históricas) y muros. ¿Qué es lo que vemos allí como espectadores?

Nuestro ojo flota de una existencia a otra, de una persona a otra, en un nivel la película ofrece un tapiz contemporáneo de las ansiedades alemanas. Por otro lado, el artilugio nos permite ver con mayor claridad la naturaleza de estas ansiedades: a medida que nos acercamos a los personajes, nos inunda ese yo extendido perdido en sus pensamientos, nada más que decepción, vejación, deseo. Los padres se preocupan por la música a todo volumen de su hijo en la habitación de al lado, una joven acróbata teme que su sueño circense se haya quedado en nada.

Y luego viene la narración interna, monólogos profundos. Esto es tipico de Wenders, esa faceta suya que me mantiene a raya. Entonces aparece la idea de Chris Marker que en Sans soleil desplegaba de modo juguetón cintas construidas a base de recuerdos, o Tarkovsky que enriquece las nubes de la apariencia a medida que se vacían con calma, Wenders puede ser tan evocador como ambos, pero opta por sumirse en la rumiación. Los monólogos, como en películas anteriores, son demasiado largos, son más parecidos a circunloquios. Pero también va más allá.

A su vez, la visión superior (la que podríamos denominar "angelical") que roza la desesperación terrenal pero se aleja volando de nuevo no encuentra propósito ni consuelo y solo halla sufrimiento de manera cíclica, lo que volviendo a los budistas es llamado como Samsara. En conjunto, el realizador alemán ofrece una poderosa interpretación de la mente. Es decir, la mente como la visión que vuela de un pensamiento, una historia, a la siguiente. Del mismo modo el sufrimiento como una rumiación y como la incapacidad para escapar de la narración.

Llegados a este punto, todo bien hasta ahora. Wenders siendo alemán solo puede sentir el peso de la historia presionándole, una forma torpe de describir el tiempo y el ser. Pero finalmente tenemos la vuelta a las cosas importantes cuando uno de los ángeles decide entrar en el asunto del tiempo y la mortalidad. ¿Y cómo es que Wenders logra ingresar en este cambio?

Si solo pudiéramos conocer de algún modo esa vida etérea de espíritu puro en paz eterna que siempre hemos anhelado, una mente incorpórea que planea sobre las cosas sin enredarse nunca con ellas (todas nuestras nociones humanas de una vida después de la muerte convergen en esta idea) ¿Qué pensaríamos? El tacto seria un misterio profundo e insondable, lo mismo que tener un cuerpo que siente el viento o el calor. Encima me voy a poner aleccionador, pero es lo que me provocado esta película. No me canso de insistir en la importancia de los limites, es lo que da energía a la vida, que no lo sé todo, que puedo sorprenderme y ser curioso, que puedo viajar de aquí para allá y descubrir que todo esta en movimiento y cambiando, por eso importa todo este circo (me refiero a este planeta, no al que aparece en la cinta).

Así que puedo apreciar a Wenders haciendo hincapié en todas esas cosas importantes que hay que comprender, percibir, interpretar y discernir. Por ejemplo, el tacto, como un actor de libertad para vincularse con las cosas y amar. La mera apreciación espontanea.

Y me sorprendo porque me encuentro apoyando a este alemán mientras se desprende de la preocupación por el significado para poder encontrarlo en la tremenda riqueza de las cosas cuando nacen y desaparecen de nuevo, lo que Herzog tuvo que viajar durante treinta años a los rincones del mundo más absurdos para presenciar y peregrinar, acabar con la lógica a través de la acción. Lo que Tarkovsky medito hacia el interior en la memoria, Marker lo hizo en la preocupación desconcertada por la revolución (sin ninguna clase de apego como Godard), los gatos y Tokio.

La magnifica fotografía en picado (casi toda en blanco y negro) y la sensación de movimiento a lo largo de todo el metraje bastan para hacer que esta película sea absolutamente memorable. Podría funcionar como una película muda, sin dialogo, solo una impresionante mirada al Berlín de los años ochenta y a algunos de sus habitantes.

Por supuesto, hay un tema predominante con tintes existenciales en el núcleo del filme, y sin duda atraerá a quienes se sientan conflictuados en la búsqueda de sentido en un mundo absurdo. Hay una buena dosis de filosofía, metafísica y cuestionamientos espirituales, incluidas las tres interrogantes especificas que plantea la historia: ¿por qué yo soy yo y no tu? ¿por qué estoy aquí y no allá? ¿Cuándo empezó el tiempo y donde acaba el espacio? 

Si estas reflexiones le inspiran, este guión de Wenders y Peter Handke (dramaturgo alemán) le mantendrá a la deriva con sus pensamientos durante bastante tiempo como ha sucedido conmigo.

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