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Sans toit ni loi (1985)


 

Dirección: Agnès Varda

Duración: 105 minutos

País: Francia

Elenco: Sandrine Bonnaire, Macha Méril, Stéphane Freiss, Setti Ramdane, Francis Balchère, Jean-Louis Perletti, Urbain Causse, Christophe Alcazar, Dominique Durand, Jöel Fosse, Patrick Schmit, Daniel Bos, Katy Champaud, Raymond Roulle, Henri Fridlani, Patrick Sokol, Pierre Imbert, Richard Imbert, entre otros.

" En invierno, en el sur de Francia, una joven aparece congelada en una zanja. Está desaliñada, es una vagabunda. A través de flashbacks y breves entrevistas, recorremos sus ultimas semanas mientras acampa sola o se enamora de distintos hombres y mujeres, muchos de los cuales proyectan sus necesidades en ella o intentan darle rumbo a su vida. "

Vagabundo, el título áspero que le colocaron en inglés con todo el descaro posible a la sombría e intransigente pelicula de Agnès Varda sobre justamente una vagabunda de espíritu libre que viaje por el sur de Francia, es difícil de ver, pero esta llena de imágenes también difíciles de olvidar: habitaciones oscuras en casas abandonadas, campos marrones y fangosos, una joven que viaja usando prendas andrajosas y una mochila, y al final, acurrucada bajo una manta improvisada frente a la gélida noche. 

El hecho de dónde acaba esta desconsoladora mujer está claro desde el principio, cuando vemos su cuerpo congelado tendido en una zanja y la pelicula intenta reconstruir que la llevó a su triste final.

La protagonista de la historia es Mona Bergeron (o como le llaman en los créditos: Mona sin techo ni ley) de dieciocho años de edad, es una muchacha exasperante y gran medida antipática, pero la cinta no pretende juzgar sus acciones ni su estilo de vida, y Varda tampoco ofrece ninguna explicación, ni reflexión psicológica, ni advertencias a la sociedad al respecto. En apariencia se trata nada más de lo que se suele denominar como un espíritu libre. Fuma muchos cigarrillos y si se puede un poco de hierba, bebe alcohol barato y disfruta de la compañía de los hombres, pero está claro que en el fondo le ocurren muchas cosas, alguna historia no contada, quizá el rechazo de algún miembro de su familia o de una alguna pareja, un suceso que le ha infundido confusión y odio hacia si misma, pero nunca lo descubrimos.

Como en aquel personaje de nombre Charles en El diablo probablemente de Bresson, Mona vuelca su ira en sí misma sin reconocer el problema y mucho menos intentar encontrar su origen, y el filme se convierte en una larga vigilancia del suicidio.

Poco a poco vamos descubriendo datos sobre Mona a través de entrevistas y flashbacks recreados, pero no aportan gran cosa. Nos enteramos de que procede de una familia de clase media, que posee aptitudes para el trabajo, pero no hay respuesta a por qué se ha alejado de la vida, desconectando de todo y de todos excepto de la carretera. Enfadada y santurrona, pero de forma extraña pasiva, Mona va de un encuentro a otro sin conexión, compromiso ni alegría. 

En su periplo conoce a una profesora universitaria, a un agrónomo que estudia las enfermedades que matan a los arboles de plátanos, a un trabajador emigrante tunecino que desea que se quede hasta que sus compañeros de lugar de trabajo y residencia vuelven para rechazar la idea, a un intelectual que estudió filosofía y que ahora es pastor de cabras que le ofrece un trozo de tierra para cultivar y a una anciana adinerada que necesita compañía con la que comparte un vaso de coñac y algunas carcajadas.

Lo curioso del asunto es que las reacciones de los participantes en el largo periplo de la señorita errante es que nos ayudan a crear una imagen, pero al final aprendemos más sobre los acompañantes que sobre Mona. 

Y es que sucede que cada persona reacciona ante ella de una manera diferente, y algunos la idealizan fuera de toda proporción con la realidad. Por ejemplo, una joven la ayuda a llenar su cantimplora en la granja donde habita y más tarde les dice a sus padres que quiere ser libre como esa chica. Más adelante, una tal Yolande, la criada que labora en la finca de la anciana y los vasos de coñac, cree que la relación de Mona con un compañero bohemio es su idea del amor verdadero. No obstante, algunos le ofrecen una salida a su penosa situación, pero ella no la acepta. Prefiere la carretera, con su aventura y su incertidumbre.

Incluso el granjero de las cabras le dice con tono cercano a la decepción: No es vagabundear, es marchitarse. 

En mi opinión, una de las mejores escenas de la cinta es cuando se emborracha con la anciana que sabe que todos esperan su muerte, incluido un sobrino suyo que resulta patético porque cada día le visita para llevarle un ramo endeble de flores. En dicha escena ambas comparten un momento de risa, pero es sólo una máscara para el hastío del mundo y no detendrá la noche, que la invade como si de un ladrón se tratara.

En una interpretación realmente lograda, la señora Bonnaire crea un personaje memorable que nos obliga a dar testimonio de nuestra propia humanidad. A medida que un momento impactante se funde con otro, nos obliga a ver un rostro detrás de las estadísticas que vemos cada día en el periódico y a mirar a esta mujer a los ojos sabiendo que es una parte de nosotros, quizá la parte que preferiríamos no ver. Mona no es una persona que me gustaría en lo particular conocer, pero también sé que es alguien a quien no puedo ignorar ni olvidar jamás.

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