Dirección: Gillian Armstrong
Duración: 100 minutos
País: Australia
Elenco: Judy Davis, Sam Neill, Wendy Hughes, Robert Grubb, Max Cullen, Aileen Britton, Peter Whitford, Patricia Kennedy, Alan Hopgood, Julia Blake, David Franklin, Marion Shad, Arron Wood, Sue Davies, Gordon Piper, James Moss, Bill Charlton, Suzanne Roylance, entre otros.
La testaruda joven Sybylla Melvin se lamenta por su asfixiante vida en el campo, donde sus ambiciones de escritora reciben poco impulso, y anhela la independencia por encima de todo. Cuando un apuesto terrateniente, desarmado por sus rebeldes encantos empieza a cortejarla, Sybylla debe decidir si puede conciliar la perspectiva del matrimonio con el ilustre trabajo que ha imaginado para sí misma.
Adaptación de la novela homónima de Miles Franklin publicada en 1901, que fue escrita cuando la autora era todavía una adolescente.
Mi Brillante Carrera el debut en el terreno del largometraje de la directora australiana Gillian Armstrong, realizado cuando tenia 29 años no sólo sitúa a una joven Judy Davis en el mapa como una formidable actriz, sino que también es inmanente en la efusión del alentador punto de vista feminista de la historia, y en retrospectiva, es una producción atractiva y robusta orquestada con una delicadeza admirable y un brío que aun entonces miraba hacia el futuro.
Nuestra heroina Sybylla, una joven que vive con su familia en el interior de Australia a finales del siglo XIX, es la mayor de la prole, es una fuerza rebelde de la naturaleza que aspira a una vida impregnada de literatura, música y arte; lo que suena perjudicial para sus apurados padres, que le proponen la idea de un trabajo domestico, como una forma de deshacerse de otra boca que alimentar, y eso la enfurece.
Por ese motivo, cuando llega la invitación de su adinerada abuela matrilineal, siente una inmensa alegría: tal vez, por fin, pueda librarse de los castigos y de todo el trabajo servil en la granja.
Enclavada en una finca rural lujosa en un nivel modesto, Sybylla tiene que soportar la afrenta de que se hable de forma abierta de su aspecto corriente, a menudo delante de ella, un rasgo por debajo de lo normal no encaja con la grandeza de la familia de dinero y de abolengo. Y ella es el patito feo pero nadando a contracorriente, no guarda en su ser la desesperación o la ilusión por convertirse en cisne, pero no será capaz ni de pestañear ante un pretendiente oleaginoso por el que no siente afecto y devuelve sin pensarlo de manera audaz la retranca a su severa abuela una tal Mrs. Bossier cuando se le propone el matrimonio porque es núbil, no quiere casarse como más tarde le confiesa a Harry Beecham, un amigo de la infancia y que ahora lo es en la etapa de la juventud dorada al que se acerca cada vez más y viceversa.
Sin embargo, primero debe descubrirse a sí misma antes de plantearse siquiera formar parte de la vida de otra persona. No se trata precisamente de una idea revolucionaria acerca de la liberación de una mujer, pero en este caso gracias a la electrizante interpretación de la Señora Davis, el rito de paso de Sybylla se convierte en un pasatiempo, implacable en su tórrida inmovilidad (aquella pelea de almohadas con Harry en el exuberante jardín es una abreviatura de su abundante juventud) y en sus resacas (su tozudez puede leerse como un mecanismo de supervivencia que contrarresta su arraigada baja autoestima debido a su apariencia modesta).
Por otro lado, nadie puede negar que hay amor entre los protagonistas del relato, pero como ella cuestiona, ¿por qué el amor debe llevar al matrimonio? Hay alternativas y ella se mantiene firme en su postura, en especial luego de la temporada que pasa como institutriz para enseñar a un grupo de niños analfabetos de una familia de granjeros, en donde encuentra su vocación con las palabras y la literatura donde comienza su brillante carrera como escritora.
Uno de los méritos que destacaría de esta obra pastoral que en los temas que toca se acerca a las antípodas es que no resulta empalagosa ni mojigata, más allá de su argumento siempre trillado sobre la elección poco ortodoxa de una joven con respecto al amor, la vida y el autodescubrimiento.
Alrededor de una Judy Davis asombrosa, cuyos destellos de emoción son tan agudos y fascinantes, los actores que le rodean también realizan encarnaciones oportunas: por un lado el joven Sam Neill es el príncipe azul proyectado, pero también está lleno de un fárrago de contradicciones y sentimientos encontrados al enamorarse de una bella mujer; además Wendy Hughes está radiante como la benigna Tía Helen, cuya naturaleza bondadosa no le impide darse uno de los consejos nupciales más sabios: el mejor matrimonio es un matrimonio de amistad le encasqueta a la indómita sobrina de cabellos bermejos.
En lo que toca a Aileen Britton y Patricia Kennedy (que da vida a una de las tías del galán en turno) se imponen con aplomo y majestuosidad como dos augustas viudas, y es que mientras que la segunda matrona adorna su comportamiento con un discernimiento cercano a la conspiración, la primera tiene más peso en su papel de sumo sacerdote de la tradición.
En conjunto Mi Brillante Carrera pertenece a un escalón destacado del cine de época, y lo que es más inusual es que está realizada con un presupuesto reducido y con la escrupulosa atención de la señora Armstrong a todos los detalles, lo que supone un gran reconocimiento a esta cineasta particularmente infravalorada y tal vez hasta olvidada.
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