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Nashville (1975)


 

Dirección: Robert Altman

Duración: 160 minutos

País: Estados Unidos

Elenco: Keith Carradine, Karen Black, Ronee Blakley, Shelley Duvall, David Arkin, Barbara Baxley, Ned Beatty, Timothy Brown, Geraldine Chaplin, Robert DoQui, Allen Garfield, Henry Gibson, Scott Glenn, Jeff Goldblum, Barbara Harris, David Hayward, Michael Murphy, Allan F. Nicholls, entre otros.

Tras el asesinato de JFK, bajo la sombra de la guerra de Vietnam, un candidato presidencial independiente se presenta, audaz y de poco valor, bajo la bandera del Partido del Reemplazo; su increíble plataforma incluye prohibir a los abogados en el Congreso y reescribir en el himno nacional. Esta extraña figura parecida a Ross Perot nunca se ve, pero su carro de campaña emite discursos incoherentes y pregrabados mientras avanza de forma pesada por la pelicula sin que nadie se de cuenta. El telón de fondo es Music City, y los personajes son una legión de personajes sin héroes entre ellos que representan a una muestra característica de Estados Unidos. La única extranjera entre ellos es una insufrible reportera de la BBC cuyos monólogos sin sentido proporcionan un contrapunto satírico al tono impasible de la cinta.

En 1975, Robert Altman estrenó la que a menudo se considera su obra maestra definitiva, la comedia dramática musical satírica de nombre Nashville. 

Tras su estreno, no solo recibió elogios unánimes de la critica y fue nominada a numerosos premios, sino que a menudo se ha considerado una de las mejores películas estadounidenses de la historia. Como ambiciosa obra de gran importancia cultural en el panorama gringo durante el bicentenario del país, este largometraje contiene muchos elementos, al tiempo que mantiene intacto su comentario integral sobre la hipocresía norteamericana. 

A riesgo de sonar como el crítico en turno de marras, al ver la película cincuenta años después, sorprende lo bien que ha envejecido (aunque este lejos de ser perfecta).

El doble eje en torno al cual gira la trama es la música y la política. Una combinación atrayente en si misma. El director sigue un proceso inverso: toma de forma oportuna estos dos conceptos universales y limita de forma significativa su alcance, la música se convierte en la escena country de Nashville y la política en una convención de esa índole del nombrado Partido del Reemplazo.

Luego entonces Altman permite que lo universal surja de lo particular, porque al final del día, a pesar de los innumerables esfuerzos del hombre por demostrar lo contrario, tenemos mas cosas en común que diferencias. Es decir, el sueño ingenio, casi patético, de una mesera de convertirse en cantante de country debería resonar con la misma fuerza en todas las culturas. 

En ese sentido, esta obra trata más sobre los seres humanos, sus sueños, ambiciones, secretos e insuficiencias que sobre la música o la política.

La narración sigue a más de 24 personajes involucrados en la industria de la música country y góspel en Nashville, Tennessee, y presenta sus historias individuales a lo largo de un periodo de cinco días previos a un concierto de gala para un próximo evento presidencial. Con tantas tramas diferentes a lo largo de este largometraje de casi tres horas de duración, se producen muchas historias de amor, desamor y locura.

El reparto coral de actores lleva el peso del filme con sus fuertes personalidades, números musicales muy pegadizos y simbolismo poético. Algunos de los mejores son Lily Tomlin que encarna a un ama de casa, madre de un par de niños sordos y cantante de góspel llamada Linnea Reese, además de Ronee Blakley como la querida pero emocionalmente frágil cantante de country Barbara Jean, o Henry Gibson como el otro cantante de country con ambiciones políticas de nombre Haven Hamilton.

Tampoco podemos olvidar a Geraldine Chaplin que da vida a una excéntrica y obsesiva reportera de la BBC de nombre igual de ridículo (se llama Opal). De igual forma se destaca Barbara Baxley como la compañera católica y alcohólica de Hamilton y un largo etcétera. 

Dado que Robert Altman es entre otras muy reconocida por sacar el máximo partido a los repartos corales de sus obras, seguro que cualquier espectador es capaz de encontrar al menos un personaje con el cual identificarse, muy independiente de la postura política o musical que sea de su agrado.

La parte política de Nashville se trata con la misma ligereza e inteligencia. La política es en gran medida un concepto abstracto para la persona promedio, una fuerza invisible y desconocida que aparece mágicamente en las pantallas de televisión, las redes sociales y gobierna nuestras vidas. 

Altman traduce esa misma esencia en forma de una camioneta de campaña política que aparece a lo largo del metraje, con un orador invisible que promete cambios con una voz monótona. El candidato presidencial real al que representa nunca aparece en pantalla. Permanece esquivo e invisible.

Su nominación presidencial juega un papel importante en la configuración de la población políticamente motivada de Nashville, incluyendo al esposo de Linnea Reese, un tal Del, que intenta aprovecharse de sus colegas y oponentes, al igual que lo suelen hacer los abogados aduladores. 

Pero más allá del tal Del, la presencia del elocuente promotor John Triplette y los numerosos vagabundos y todos los representantes de las subculturas que recorren el paisaje urbano aprovechan a su manera el sueño americano, lo que influye mucho en cómo nosotros como seres humanos ejercemos nuestras libertades de manera diferente unos de otros.

Algunos de estos actores que personifican a cantantes resultan muy verosímiles, entre los que destaca el personaje Tom Frank a quien da vida Keith Carradine, que en la historia forma parte de un trio folk-rock llamado Bill, Mary & Tom, que inicia un romance a escondidas con Linnea y se aventura como artista en solitario con resultados mediocres.

Todos estos personajes se vuelven fascinantes por sus peculiares defectos, en lugar de lo que representan en la industria musical del lugar, y los diálogos y bromas improvisados entre ellos se integran a la perfección en tantas situaciones extravagantes.

Aunque el contenido político de la cinta podría polarizar de forma muy sencilla a muchas personas en la actualidad, la forma en que se presenta es suficiente para maravillarnos y avergonzarnos a la vez. Capturada con un magnifico diseño de producción y una cinematografía naturalmente grandiosa, gran parte de los mítines políticos y los escenarios en donde emergen los interpretes musicales están elaborados de una forma majestuosa, con una estricta atención a los detalles americanizados y a la cultura de la música country.

Por supuesto, la música interpretada es lo que mantiene el ritmo de la narrativa, y además de las melodías bien tejidas de Richard Baskin, el elenco interpreta sus propias canciones originales que rinden homenaje al impacto cultural, y al mismo tiempo satirizan sus atributos cursis.

El titulo y el diseño artístico pintan una fachada igualmente hermosa del folclore estadounidense que muchas personas pueden admirar sin encontrarle mucho valor al mismo tiempo. Teniendo en cuenta lo mucho que la pelicula satiriza el exceso en el absurdo del patrioterismo gringo y los movimientos políticos mezquinos, los diálogos superpuestos y la gran abundancia de sonidos y ruidos que pueblan Nashville, indican lo mucho que realmente ocurre en la pelicula, tanto en estilo como en sustancia.

Con tantos personajes e historias entrelazados que unen la ridícula petulancia del sueño americano, Nashville sigue siendo una épica extensa repleta de interpretaciones vívidas, entornos grandiosos y una banda sonora interesante. 

Al capturar el desorden difuso de la vida que avanza, Robert Altman capturó tanta conexión humana y significado cultural en menos de tres horas de duración, que solo por eso ya vale la pena recomendar este espectáculo único. 

Por muy bien elaborada e inteligente que sea la pelicula en el tratamiento del tema, al final lo que cuenta son esos pequeños momentos de perspicacia sobre la naturaleza humana. El joven y encantador cantante de country hablando por teléfono con su novia mientras la mujer mayor y casada con la que acaba de acostarse se prepara para salir de la habitación, sin poder oír lo que se dicen.

Sin embargo, el esposo de dicha mujer casada, que sospecha de las extrañas llamadas que recibe su esposa, coquetea con la ingenua mesera que quiere ser una estrella. La mesera, cuya falta de talento solo es superada por su ingenua ambición, se ve impulsada a hacer un striptease en una habitación llena de hombres con la promesa de cantar con la estrella del country la tal Barbara Jean. 

Dicha mujer es una estrella del género y por lo tanto es popular; muy hermosa solo por fuera, ya que por dentro es frágil, neurótica y vacía.

El problema de la creación de Altman es que esos pequeños momentos de perspicacia quedan eclipsados por el conjunto de la pelicula. Muchas de las escenas de canto, por ejemplo deberían haberse quedado en la sala de montaje; al fin y al cabo, no todo el mundo es fan del country, ya hemos captado la idea, sigamos adelante, pensé. 

Al final, tal y como yo lo veo, si voy a dedicarte casi tres horas de mi vida, más vale que tengas algo realmente que decir. Nashville solo es ligeramente importante, y no tan entretenida como te hace creer.

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