
Papá, al contrario que mamá, jamás puede ceder ante los niños, pues debe preservar a cualquier precio sus ilusiones de resolución, fortaleza, rectitud continua y vigor. El no obrar nunca según el propio entender conduce a la falta de confianza en la capacidad de una misma para arreglárselas en el mundo y a una aceptación pasiva del status quo. Mamá quiere a sus niños y, aunque a veces se enoje, el enojo se volatiliza rápidamente, pero, incluso mientras dura, no excluye el amor ni una aceptación profunda. Papá, emocionalmente enfermo, no ama a sus hijos; como mucho, les concede su aprobación si son buenos, es decir, si son agradables, respetuosos, obedientes, sumisos a su voluntad, calladitos y poco dados a indecorosas exhibiciones de temperamento que podrían resultar de lo más perturbadoras para el frágil sistema nervioso masculino; o dicho de otro modo: si se mantienen en estado vegetal. Si los niños no son buenos y papá es un padre moderno y civilizado (el tipo de padre a la antigua, el bruto malhumorado y furioso, es preferible, pues resulta tan ridículo como fácilmente despreciable), papá evitará enojarse; más bien, expresará su desaprobación, una actitud que, al contrario que el enojo, persiste, y excluye cualquier aceptación profunda, dejando al niño con una sensación de inutilidad y una obsesión de por vida con la necesidad de recibir la aprobación de los demás. El resultado es el miedo al pensamiento independiente, pues una facultad semejante conduce a opiniones y modos de vida no convencionales que jamás conseguirán la aprobación de los otros.Para ganarse la aprobación paterna, el niño debe respetar a papá, pero papá, que no es más que un montón de basura, sólo puede asegurarse el respeto manteniéndose frío y a distancia, actuando bajo el precepto de "la familiaridad engendra el desprecio" , lo cual sin duda es cierto si uno es un ser despreciable. Al mostrarse frío y distante, papá consigue mantenerse como un ser desconocido, misterioso y, en consecuencia, inspirar miedo (respeto).
(...) El efecto de la paternidad en los varones es, justamente, convertirlos en Hombres, es decir, desarrollar un férreo sistema de defensa frente a cualquier impulso hacia la pasividad, la mariconería y el deseo de ser mujer.
(...) El efecto de la paternidad en las mujeres es hacer de llas hombres: dependientes, pasivas, domésticas, bestiales, inseguras, ávidas de aprobación y seguridad, cobardes, humildes, respetuosas de las autoridades y de los hombres, cerradas, no del todo responsables, medio muertas, triviales, aburridas, convencionales, insípidas y completamente despreciables. La Niña de Papá, siempre tensa y temerosa, incómoda, carente de espíritu analítico y objetividad, sitúa a Papá y, en consecuencia, a todos los hombres, en un contexto de temor (respeto), y no sólo no es capaz de reconocer el vacío tras la fachada, sino que además acepta la definición que el macho da de sí mismo como ser superior, como mujer, y de ella como inferior, como varón; algo en lo que, gracias a Papá, realmente se ha convertido.
Valerie Solanas, SCUM Manifesto
Es realmente catártico y muy útil identificarse con un manifiesto feminista como lo es este, sobre todo en este pequeño fragmento que expresa el papel de la paternidad en los seres humanos, según el punto de vista de Solanas. Hace poco descubrí que las palabras de esta mujer que fue calificada como "una paranoica psicótica", expresaban todo lo que yo sentía, todo lo que yo no podía manifestar pero percibía en mi. Como sea, nunca ha sido mi intención alabar la obra de esta mujer, porque dentro de la misma hay severas incongruencias, no obstante tampoco me gusta restarle mérito a sus escritos encasillándola como una "pobre loca lesbiana" que no trascendió en la historia sino por haber realizado el manifiesto antes mencionado y dispararle a Andy Warhol.
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