Director: Ang Lee
Duración: 134 minutos
País: Estados Unidos/ Canadá
Elenco: Heath Ledger, Jake Gyllenhaal, Randy Quaid, Valerie Planche, Dave Trimble, Victor Reyes, Lachlan Mackintosh, Michelle Williams, Larry Reese, Marty Antonini, Tom Carey, Dan McDougall, Don Bland, Steven Cree Molison, Anne Hathaway, entre otros.
" La historia de una relación secreta y prohibida entre dos vaqueros y sus vidas a través de los años"
Naturalmente, en cuestión de gustos todo es muy subjetivo y hay factores que influyen para bien o para mal a la hora de disfrutar o no de una película: estado de ánimo, situación personal, empatía con los personajes y un largo etcétera. Pero sobre todo, lo que más influye para mí es la sensibilidad que cada uno tiene como espectador. Y por supuesto no me refiero únicamente a una sensibilidad en el aspecto emocional, sino también a una de tipo audiovisual.
Si por algo se puede definir de manera genérica el cine de Ang Lee es por la recurrencia de ciertos motivos o tratamientos. En sus obras el conflicto siempre viene marcado desde adentro, es como una especie de división insalvable entre la realidad y el deseo.
Si una película puede ejemplificar lo que acabo de señalar esa sería esta obra. Pero hay más. Su cine está caracterizado por una doble fascinación: la admiración por el paisaje, la fascinación por la complejidad, agresividad, cobardía o amor en los seres humanos. En esta oportunidad, el director consigue plasmar esa doble veneración de una manera notable.
Esta película es cine en estado puro. De cadencia lenta (sobre todo en su primera parte), Ang Lee se toma su tiempo para captar con una maestría fuera de lo común las pausas de la vida, esos momentos de intimidad. Deja que una mirada, un gesto, nos transporte a la mente del personaje, o una frase aparentemente banal (como cuando Alma le pide tabaco a su marido en un intento patético y desesperado para intentar evitar lo inevitable).
Los silencios, también protagonistas, matizan, enriquecen y dan forma a los personajes y a la propia historia. No existe nada gratuito en el desarrollo de las secuencias, siempre hay un significado sutilmente escondido, y todo ello va calando en el espectador.
Y es que el cine es cine, no es literatura. No necesitamos oír la voz de un narrador que nos explique todo, ni escuchar hermosas frases de boca de los protagonistas expresando sus sentimientos. Nosotros como espectadores somos los que encontramos esas frases ocultas, nos vienen a la mente con una intensidad aplastante.
Ang Lee demostraba una vez más que talento y sensibilidad son cualidades que tienen que ir forzosamente tomadas de la mano en un director de cine. El realizador nacido en Taiwan desaparece de su película, cediendo generosamente el protagonismo a sus actores, sacrificio al que muchos directores de cine son incapaces de someterse.
En cuanto a los personajes podría describir a Ennis del Mar como el inolvidable, el que destroza todo, desgarrado, intenso, emotivo y que fue encarnado de manera excepcional por un revelador Heath Ledger. No caben palabras superfluas en él o en su personaje. Ennis provoca sentir esa cárcel interior cuyas ventanas sólo se abren en los breves momentos en los que siente que puede amar. Un hombre herido y solitario, que avanza en el curso de su vida como si nada ocurriera, pero que no puede luchar contra aquello que sintió: un fugar reflejo de pasión, de verdadero deseo, de plenitud en una vida teñida de grises, medias palabras y cosas que no se dicen.
Jack Twist es el hombre sutil, arrollador, pasional entregado, lúcido y a quien dió vida el amante Jake Gyllenhaal, un hombre sin mido a enfrentarse con sus convicciones e ir por aquello que desea, pero que es obligado a afrontar la realidad y a aceptar que una simple relación entre dos personajes no es suficiente como para cambiar una sociedad. La figura del amante activo, del hombre que mira la vida a la cara, hasta que la vida se vuelve furiosa contra él. Capaz de guardar un recuerdo, aunque pasen veinte años, como el mayor tesoro de su existencia.
No puedo dejar de resaltar la precisión del guión, honesto y muy fiel al relato original de Annie Proulx (quien con los años ha llegado a declarar que desearía no haberlo escrito), la calidad de la fotografía, y la preciosa banda sonora, complemento ideal a las poderosas imágenes de la película.
Ahora bien, mi particular lectura del relato es la siguiente: se suele hablar de amor al comentar esta película, yo no he reconocido amor en ningún momento, en ninguna escena, en ningún gesto. Lo que sí he sentido es un deseo, una atracción, una sensación de poder en ambos personajes. Pero eso no es amor. No lo es.
Es pasión, deseo y sexo lo que se muestra. Pero lo que vemos en esta obra no es amor. O por lo menos el amor que yo entiendo como tal.
Los dos protagonistas no se conocen, ni tienen interés en hacerlo. No quieren las complicaciones que conlleva una relación; no quieren arriesgar, ni perder. Sienten atracción, deseo de posesión, pero no hay sacrificio (y no entiendo como sacrificio el sólo poder estar juntos un par de veces al año: eso es una opción que ellos eligen libremente) ni angustia. Y su malestar, su dolor radica en el sentirse así de atrapado, de sentirse atraído sexualmente por otro hombre les asusta, no es lo convencional, lo que les han enseñado como socialmente correcto. Por eso mientras uno le señala con toda claridad: Yo no soy maricón, el otro le responde enfáticamente en la misma dirección Yo Tampoco.
Y no aceptar esa condición es lo que les tortura.
Resumiendo, es un logrado ejercicio de dirección, drama e interpretación. Quedará en mi memoria por los espectaculares paisajes de las montañas y la dureza de algunas de sus escenas.
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