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Lady Macbeth (2016)



Director: William Oldroyd

Duración: 89 minutos

País: Reino Unido

Elenco: Florence Pugh, Cosmo Jarvis, Paul Hilton, Naomi Ackie, Christopher Fairbank, Golda Rosheuvel, Anton Palmer, Rebecca Manley, Fleur Houdijk, Cliff Burnett, David Kirkbride, Bill Fellows, Nicholas Lumley, Raymond Finn, Ian Conningham, entre otros.

" En la Inglaterra rural del siglo XIX, una joven mujer que ha sido vendida para contraer matrimonio, descubre en su interior un deseo imparable, cuando establece una aventura con un trabajador de la finca en la que habita."

Al mirar únicamente el título sin acompañar la acción de alguna clase de reflexión, se podría pensar que este filme del director William Oldroyd, es un relato acerca de la venganza, la lujuria, el asesinato y el aburrimiento, y sin tener mayores datos se estaría en lo cierto. 
No obstante que no faltaría algún impertinente que se atrevería a asegurar que si hubiese sido el director, habría elegido un título diferente. No me parece que el asunto sea muy relevante, ningún cinéfilo se puede sentir engañado, ya que a pesar de no tener relación directa con alguna obra de Shakespeare, toma algunos elementos de la idiosincrasia del célebre dramaturgo. En realidad, es una adaptación de una novela del autor ruso Nikolai Leskov, ambientada en la época victoriana en Inglaterra.
La historia se centra en Katherine, una adolescente que vive en el siglo XIX y que se ha convertido en la esposa de un matrimonio arreglado con un hombre alcohólico de mediana edad, que para colmo de males no puede obtener ninguna clase de satisfacción en su vana existencia. Entre algunas de las tantas dificultades que el marido atesora está la de ser impotente, y el estado que dirige los destinos del lugar donde reside la pareja es tan represivo que el asesinato como salida de aquella penosa situación, parece ser un pasatiempo obligatorio.
Sin embargo, en esta oportunidad el sexo es el motor principal de los personajes. Casi por accidente la protagonista conoce a un lacayo de nombre Sebastian, y casi de inmediato decide llevárselo a la cama, lo cual es facilitado por la larga ausencia de su esposo. Mientras tanto, la humilde criada de piel negra llamada Anna, la sirviente avocada a cumplir todos los deseos de Katherine, observa todos las confabulaciones en primera fila del mismo modo que lo presencia el espectador, incapaz de cambiar alguna pieza del intrincado enigma, pero advirtiendo desde un comienzo que todo aquello tendrá un resultado desastroso para todo el conjunto de participantes del evento.
En mi caso, pude apreciar dentro de este drama sombrío, fotografiado con una disposición exquisita, varios temas que se presentan de cierta manera que casi se transforman en un arquetipo. Por ejemplo, aquella parte que enfatiza el costo del pecado es preponderante; también aquella que versa sobre los subyugados que se levantan contra el opresor; y una más acerca del peligro de encarcelar socialmente a mujeres inteligentes en una sociedad paternalista. Asimismo aparece el tema recurrente relativo a los peligros de que existan distinciones entre las clases menos favorecidas, que evidentemente nunca resulta ser un asunto positivo a largo plazo.
Habrá quien considere que la película parece ser un manifiesto anterior al feminismo como tal. No comparto tal afirmación, aunque el tema se preste para tal observación me parece que estaría muy influenciada por los tiempos en los que vivimos. No creo que toda mujer empoderada deba ser objeto de volverse una heroína para erradicar el yugo masculino que las oprime.
En ese sentido, lo atrayente del personaje Katherine es poder observar como evoluciona de victima a victimario. La joven mujer parece aprender de su marido cómo usar mal el poder que se le confiere. Es decir, la falta de conciencia social evidente en un principio que la lleva a ser la víctima, se convierte en una fuerza impulsora de su propio comportamiento. Su egoísmo y su falta de moralidad  resultan ser tan extremos que, al final traiciona a todo aquel que se le ponga enfrente. En algún punto como espectador me vi obligado a cambiar mis lealtades. Al principio, es imposible no simpatizar con Katherine, disfrutando de una vida libre sin su cruel marido al lado. Pero a mitad de la historia, me quedó claro que la protagonista es tan despiadada, tan pronto como se le hace entrega del poder.
En cuanto a la fotografía de la película, de la cual se encarga Ari Wegner es similar a un retrato, especialmente si se considera aquella toma reiterada en la que se muestra a Katherine sentada en su sofá victoriano ataviada con un vestido que parece empeorar con cada nueva toma (y que está relacionado con la fotografía que decidí usar para esta reseña). Debajo del vestido que al inicio es de un potente azul está el corsé, un conocido símbolo por tanto tiempo que representa el fuerte dominio de la época en contra de las mujeres. Es una obra que está filmada con un estilo muy efectivo y sobrio gracias a su hermosa fotografía. Incluso la ausencia de música es notable: algunas escenas se alargan de forma sorprendente debido al silencio. Y destacaría el trabajo realizado con la cámara que enfatiza el ambiente opresivo en la residencia, mostrando repetidamente escenas desde el mismo punto de vista de forma precisa. Cuatro o cinco veces, vemos a la sirvienta Anna entrando en el dormitorio de Katherine exactamente de la misma manera.
Por otra parte, al recordar otras creaciones parecidas, me satisface ver otra clase de tratamiento, casi artístico de las tensiones raciales en la Inglaterra de aquella época. En cierta forma, se propone que nada de aquello se iba a detener gracias a la estirpe de los malhechores, aquellos hijos del mal destinados a repetir los pecados de sus padres.
Si algunos se atreven a afirmar que la película se trata sobre el género, también se trata de clases sociales. Es llamativo que la protagonista como mujer es considerada una forma de vida humana inferior a los hombres, pero ella al mismo tiempo considera que los sirvientes son una forma inferior de esa misma existencia. Por ello, los usa sin vergüenza para sus propios fines y placer, sin importarle en absoluto su destino posterior.
Para finalizar, quiero afirmar que se trata de una interesante historia minimalista de una joven sofocada, cuya intensidad arrasará con el tejido social de la hermosa finca en la que mora. De hecho, muchos de los recursos usados en la narrativa recuerdan de forma inevitable a Shakespeare con el énfasis que el mismo utilizaba en la debilidad del hombre para dominarse, aquella capacidad de una mujer parecida a la de la propia Eva para atraer a los hombres hacia el pecado y la soberbia que inevitablemente conducirán a una insondable caída.
Sí, es deprimente, pero en términos dramáticos muy placentera.

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