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The Constant Gardener (2005)



Director: Fernando Meirelles

Duración: 129 minutos

País: Reino Unido/ Alemania / Estados Unidos / China

Elenco: Ralph Fiennes, Rachel Weisz, Hubert Koundé, Danny Huston, Daniele Harford, Packson Ngugi, Damaris Itenyo Agweyu, Bernard Otieno Oduor, Bill Nighy, Keith Pearson, John Sibi-Okumu, Donald Sumpter, Archie Panjabi, Nick Reding, Gerard McSorley, entre otros.

" Un hombre viudo está decidido a llegar al fondo de un secreto potencialmente peligroso relacionado con el asesinato de su esposa, en el que están involucradas grandes empresas farmacéuticas y la evidente corrupción corporativa al interior de ellas."

Un filme cuyo origen es una novela escrita por el afamado John Le Carré. Por tal motivo, mientras observaba esta cinta, simplemente no podría creer que el guión proviniera de una novela del mismo autor que engendrara a obras notables como El Topo, La Casa Rusia y otras más; ya que durante el metraje se presentaron muchas oportunidades en las que no dejé de recordar todas aquellos relatos de suspenso y espionaje que le han ganado un enorme prestigio. Una suerte de vaticinio, supongo.
En este caso, el relato al principio se concentra en una pareja, Justin y Tessa Quayle. Él es un diplomatico, además de activista y ambos se van a vivir a un área remota del norte de Kenia. En lo que respecta a Tessa, se trata de una mujer de una sensibilidad y una audacia indomables, lo que queda en evidencia desde el momento en que el par se conoce en una especie de ponencia, en la que ella critica abiertamente la pasividad y sus sospechas respecto a la moralidad de la Gran Bretaña. Teniendo en cuenta la política exterior del país, por supuesto.
Así que, la razón por la que Justin decide poner toda su atención en ella es prácticamente ese carácter osado e intransigente que la domina. 
Ahora bien, la dinámica que envuelve su relación no resulta un tema desconocido, pero el intercambio de eventos pasados y presentes en sus vidas, termina por llevarnos a que sintamos como espectadores cierto interés en el peculiar vínculo entre ambos. Luego aparece el viaje a África, específicamente a Kenia, lugar al que Tess está realmente ansiosa por acompañar a su marido. Después de que nos damos cuenta de que ya viven en el lugar, la pareja da la impresión de estar muy unida. No obstante, en ese punto es donde comienzan los problemas. Tess se está involucrando cada vez más en el asunto farmacéutico local y con ello va descubriendo toda clase de enredos, sin que su esposo llegue a sospechar un ápice de sus descubrimientos. Acompañada de un colega de su cónyuge, ella destapa todo el manejo ilícito que se hace de un medicamento en concreto, pero su hallazgo no puede permanecer oculto debido a que se lo informa a algunos altos funcionarios de la Gran Bretaña. A pesar de las advertencias, Tess se niega a mantenerse callada acerca de que toda la trampa consiste en que la comunidad local es un simple experimento para las compañías farmacéuticas globales. Esa es la razón del misterioso asesinato de Tess y su buen amigo, el médico Arnold Bluhm.
Pero veamos, dejando de lado todo lo que acabo de relatar que es el meollo de este asunto, quisiera centrarme en adelante en los aspectos técnicos de la cinta. 
Como se trata de Meirelles, en mi opinión sobre Ciudad de Dios que es su obra más reconocida, me gustaba ahondar en la estructura general de dicha película. En ella había tres historias, cada una con un sello que podría denominar como su propia consciencia de cámara. Y las tres luchaban entre ellas por el control de la mente del observador, la lucha entre tres deidades.
 Desde luego, esta no es una idea nueva. De hecho, Meirelles la tomó prestada del fundamento de 2001 de Kubrick y que luego renacería en Blue Velvet de Lynch. Dichas personalidades que nos mostraba la cámara estaban relacionadas con situaciones como el desenfoque que provoca el sostenerla en la mano, el propio ritmo de la mano que la sostenía y la manera como se movía mientras la acción se iba desarrollando. Debido a que gozaba estas tres consciencias, estos tres ritmos, poseía tanto una textura particular como una general. Todo esta tarea puramente técnica me llevó a creer que se trataba de uno de los mejores cineastas latinoamericanos que prácticamente sostenían nuestra imaginación en sus manos.
Es por ese motivo, que este proyecto suyo resulta ser una ligera decepción. Sí, cuenta con el mismo sentido de pertenencia, quizás sea incluso mejor que lo que consiguió en su película más celebrada. Y además atesora el mismo ritmo que una de aquellas cámara que empleó en su relato sobre las favelas brasileñas; tan teatral que se aproxima a un estilo documental, tan acelerado que parece intensamente personal. Dicho recurso es realmente efectivo, especialmente en una escena justo al inicio en la que observamos un automóvil volcado y en las diversas piezas en donde aparece a lo largo de la historia. Ese breve segmento de la película pretende prepararnos para lo que esperamos sea un intrincado rompecabezas que habrá que ir armando. Así que vamos estudiando cada una de esas tomas desenfocadas, a medida que nos vamos trasladando en esa primera parte, al igual que los personajes.
Justo el mismo procedimiento se ha usado en otras cintas, donde las tomas y la edición de las mismas se conjuntaron en fragmentos que eran más breves y borrosos, mostrados tan rápido en pantalla de lo que realmente se podría procesar. Sin embargo, en esas creaciones realmente existía un rompecabezas, algunos giros inusuales, algunas sorpresas.
En lo que toca a este filme, la historia sigue avanzando. O ¿en algún momento alguien dudó de que las compañías farmacéuticas fueran los villanos? ¿No era de esperar que el gobierno británico estuviera en contubernio? ¿no se estaba casi seguro de que el marido angustiado ganaría y el villano designado sufriría?
Peor aún, en este caso Meirelles decide abandonar su peculiar estilo de filmar. Y el tema se vuelve prácticamente igual de principio a fin. En lugar de sus singulares tomas, lo relevante en su forma de editar y su propia perspectiva, optó por cambiar únicamente los filtros de color. Supongo que eso se debe únicamente a que los productores deseaban mirar en pantalla lo que suele llamarse como energía inteligente. En cambio, realiza toda una composición de tomas realmente banales. Es decir, las tomas desde un helicóptero que elaboran un barrido son muy comunes en la actualidad, especialmente aquellas que se hacen de forma circular, que se alejan suavemente y que muestran a los personajes en un contexto amplio. Mas, estas tomas son de un carácter cinematográfico tan diferente al resto de ellas, que pareciera como si hubiesen sido agregadas por el estudio sin el consentimiento del director.
Sin embargo, es precisamente el director quien tiene que asumir la responsabilidad de cómo se organiza el ataque a una aldea. En ese punto, la historia no es más que una mera repetición. Hemos observado la belleza y la mugre. Hemos captado el punto que nos quieren mostrar sobre la injusticia y la explotación. En ese sitio, conocemos precisamente toda la trayectoria que ha seguido nuestro héroe. Este es justo el lugar donde deberíamos sorprendernos con un nuevo ardid cinematográfico, donde la energía tendría que elevarse.
Antes bien, lo que recibimos, es un western de la década de los 40. Con siluetas de jinetes que chocan contra el cielo mientras cruzan la cima. Un galope copiado de cualquier obra de dicho género, en lugar de volver a mirar el original.
A partir de ahí, la película entra en un modo que es mitad la inmundicia que se hace en Hollywood (la carta perdida que se lee en el funeral) y mitad propuesta que pretende ser inteligente: el amor se manifiesta en la muerte. 
Desearía haber vuelto a estar tan entusiasmado como lo estuve con la obra que he citado, y en la que me apoyé en la primera parte de esta breve reseña más técnica que emocional.
Me parece que se necesitaba más de Weisz en esta cinta, en la cual es una verdadera y agradable sorpresa; al igual que de Meirelles y su particular textura, y menos de Le Carré y Fiennes. Las dos partes o las que sea que tenga la narrativa nunca consiguen mezclarse.

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