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Breaking the Waves (1996)


Director: Lars von Trier

Duración: 159 minutos

País: Dinamarca / Suecia / Francia / Holanda / Noruega / Islandia / España / Reino Unido

Elenco: Emily Watson, Stellan Skarsgård, Katrin Cartlidge, Jean-Marc Barr, Adrian Rawlins, Jonathan Hackett, Sandra Voe, Udo Kier, Mikkel Gaup, Roef Ragas, Phil McCall, Robert Robertson, Desmond Reilly, Sarah Gudgeon, Finlay Welsh, entre otros.

" Un trabajador de un pozo petrolero de nombre Jan está paralizado a causa de un accidente. Su esposa quien rezó fervientemente por su regreso, se siente culpable por lo sucedido; y aún más, cuando Jan la exhorta a que tenga relaciones sexuales con otros hombres."

Esta obra de 1996 escrita y dirigida por Lars von Trier, recibió mucha atención y se volvió objeto de interés por todo el mundo desde el preciso momento en que fue lanzada. Lo más interesante del asunto fueron los comentarios que se hacían sobre ella, los cuales reflejaban el alto grado de polarización que esta larga (en términos de metraje), fascinante y profundamente perturbadora película independiente había generado entre el público y la crítica. En mi caso, la primera ocasión que la tuve enfrente fue hace ya varios años y anoche tuve la oportunidad una vez más de volver a apreciarla y repetir la experiencia de ser reabsorbido en sus complejidades.
Sobre este filme, lo primero que llama mi atención es la representación que realiza Emily Watson de la joven protagonista de la historia Bess McNeill, la cual considero debe ser una de las personificaciones más contundentes de una actriz cuya carrera se encontraba aun, en pleno ascenso.
La citada Bess habita en un pequeño pueblo escocés junto al mar, lejos de cualquier lugar que pudiera llamarse como un centro cultural o un sitio en donde exista la diversidad. A simple vista, nos damos cuenta que no tiene un verdadero trabajo y en cambio, parece ofrecer sus servicios como conserje en la iglesia a la que asiste con su familia. Dicha entidad, en aquel lugar es el consorcio religioso, social y político dominante en el área. 
Además, Bess cuenta con una inseparable amiga, una mujer que conforme avanzan los minutos en la trama se vuelve cada más importante tanto para ella como para la historia, se trata de la enfermera Dodo McNeill, la que alguna vez fuera la esposa del hermano de Bess y que en ese instante de sus vidas es solamente una viuda.
Como dato curioso, este personaje llamado Dodo fue encarnado por Katrin Cartlidge, una actriz verdaderamente talentosa y agraciada, quien murió apenas a los 41 años en el lejano 2002 debido a una neumonía, una verdadera tragedia.
El relato comienza con Bess en apariencia pidiendo alguna clase de autorización a los altos mandos de la doctrina a la que pertenece, para casarse con el hombre que ellos denominan de modo arrogante como un forastero. Posteriormente, luego de presentar sus inocentes argumentos, recibe de mala gana de parte de la iglesia el permiso para contraer matrimonio con Jan (a quien da vida el siempre interesante Stellan Skarsgård), un hombre que trabaja en una plataforma petrolera en alta mar.
En lo que respecta a lo que nos narra el argumento sobre la singular pareja, nunca se nos cuenta cómo lo conoció, pero la escena de la iglesia en el arranque transmite inmediatamente y de forma sucinta el miedo y, de hecho, de igual manera casi el desprecio que estos oligarcas religiosos masculinos sienten por cualquiera que pretenda ingresar a su cerrada y estrechamente controlada comunidad.
Como es natural, más adelante Jan y Bess se terminan casando en una modesta ceremonia seguida de una pequeña fiesta a la que asisten algunos de los amigos de Jan, no obstante que apenas se atreven a mezclarse con los lugareños que prefieren beber limonada (sobre esto, hay una escena que nos muestra una competencia muy entretenida que resalta las lineas divisorias entre ambos bandos).
En cuanto a Bess, no solo conocemos durante la primera parte de la cinta que no es virgen, sino que nunca antes ha visto a un hombre desnudo. De tal manera que su iniciación en el sexo la vive como algún tipo de triunfo y su amor por Jan se transforma en una emoción más profunda tan rápidamente como su nuevo deseo de hacer el amor de manera vigorosa y con una elevada frecuencia.
El punto de inflexión en la historia ocurre cuando Jan sufre un accidente casi fatal en la plataforma y no queda más remedio que internarlo en el hospital de la localidad. Ahí, los médicos no tardan mucho en determinar que el sujeto está paralizado de forma permanente del cuello hasta los pies. Justo en ese momento hace acto de aparición el doctor Richardson, quien se convierte no solo en el médico encargado de la salud de Jan sino de su desconsolada esposa, quien reza en cada oportunidad que se le presenta para lograr una recuperación milagrosa, mientras que permanece de forma devota al lado de su esposo.
Desde luego, cuando la historia alcanza este punto lo que sucede a continuación es el giro de la trama que ha fascinado a muchos y ha repelido a otros tantos. Y es que Jan, sabiendo de antemano que la intimidad física con Bess ahora es imposible, le pide, no, realmente le implora para inyectarle un atisbo de vida que se dedique a tener cualquier número de amantes posibles y se acerque para informarle los detalles de sus encuentros amorosos. Después de un comienzo vacilante y casi divertido, ella cumple con el extraño pedido. Por supuesto, a medida que su vida sexual se incrementa, cualquier tipo de humor se evapora de su existencia.
Resulta evidente que las consecuencias del experimento en curso sobre esa clase de amor transversal entre Jan y Bess, que se hunden más allá de las emociones profundas que guardan el uno por el otro, se vuelven desastrosas. En lo que respecta a ella, lentamente se transforma en una caricatura retorcida de la personalidad que Jan había conocido en un inicio. Y por supuesto, el rechazo de la comunidad no tarda en aparecer. Y tal comportamiento prohibido y condenado, acontece en una comunidad donde la pertenencia a la iglesia es el único indicio de legitimidad cívica y personal.  
Llegados a este punto, me gustaría señalar que me sigue sorprendiendo como algunos críticos y espectadores suelen describir con cierta impertinencia a Bess como una retrasada o una mujer ingenua desde el principio. A mi parecer, la encuentro si ciertamente demasiado ingenua pero también bastante inexperta. Para mí, es el tipo de persona que ha sido protegida en exceso y para quien el matrimonio con un hombre de amplia experiencia y que posee una sexualidad sin alguna clase de limites, es profundamente liberador. Es decir, la inevitable penitencia que esa mujer termina padeciendo, no se deriva de alguna falla en su interior. Es más bien impulsada por ese "juego" al que Jan la expone y que la coloca justo en el centro de la ira venenosa de los fundamentalistas religiosos, cuya necesidad innata de condenar y consignar que con dichas conductas te mereces el infierno (literal y de manera figurada) lo que está más allá de la escasa comprensión de Jan. 
En otras palabras, si el deseo de este sujeto de que ella participara en las mentadas escapadas sexuales de verdad reflejaba su creencia de que con ello lo haría sentir mejor o si en realidad esto era un capricho con toques patológicos que fue evolucionando en su interior, lo único cierto es que este tipo jamás previó la debacle resultante.
En varios niveles, Von Trier consiguió plasmar, a través de una actuación poderosa y una dirección asombrosa, esa diminuta y cerrada sociedad cuyo núcleo de naturaleza fundamentalista es en realidad una clase de microcosmos en el que existe un odio tan grande que ciega, una conducta tan alejada del humanismo que a menudo pertenecer a alguna religión conlleva. Incluso, en este tema, hay quienes consideran que el líder del templo, ese hombre severo y obsesionado con el dogma, es una especie de encarnación moderna de John Knox, un predicador escocés quien es considerado el fundador del presbiterianismo. Cada quien con sus inquietudes personales.
Pero volvamos a la cuestión que me tiene aquí. Una vez que la narración ha llegado a determinado paraje escabroso, queda claro que Von Trier (que suele desplegar cierto sadismo en sus creaciones) no permitirá que Bess escape de su tortura a medida que su situación va empeorando a cada minuto. En ese punto, tanto el doctor Richardson y la propia Dodo primero le piden y luego le ruegan que abandone lo que primero es un comportamiento autodestructivo que luego deriva en una conducta publica que consideran errática. En ese sentido, es más que indudable que hay una sensación de tragedia clásica en el desarrollo lastimoso que ocasiona el deterioro tanto físico como mental de Bess. Por otra parte, ella es incapaz de modificar su conducta debido a la absoluta devoción que conserva por Jan y en el otro extremo se manifiesta la comunidad que no puede entenderla, ni la perdonará por todos los actos reprobables que asumen ha cometido.
A mi parecer, la resolución del asunto es desgarradora, pero también alentadora en el sentido de que brinda una propuesta de que los actos desinteresados, ingenuos e impetuosos de Bess reflejan cierta bondad en el sentido más puro del concepto. Es decir, lo que sucede en el cierre no está destinado a ser realista, sino a entregar, percibo, una lección moral necesaria.
Al final, estoy convencido de que esta película no es para toda clase de público. Muestra una actuación y una dirección destacadas puestas al servicio de una fábula que contiene algunos argumentos muy despiadados contra una corriente religiosa que solo se preocupa por brindar cierto consuelo para una posible vida en el más allá, sin importarle nada como abordar los dolores en este plano de la existencia y concederle a sus seguidores ser tratados con una compasión que es imprescindible para vivir con dignidad.

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