Director: Mohsen Makhmalbaf
Duración: 75 minutos
País: Irán / Francia
Elenco: Abbas Sayah, Shaghayeh Djodat, Hossein Moharami, Rogheih Moharami, Parvaneh Ghalandari
" Cuando una pareja de ancianos decide lavar su gabbeh (un tipo de alfombra persa) en el río, una joven mujer aparece de forma misteriosa y les cuenta la historia de su vida."
Desde sus primeros y atrevidos trazos, una joven que emerge a la vida desde el interior de una alfombra persa, los colores, el sonidos y el montaje tan característico resultan esplendidos. Complementa la cinta un lacrimoso relato de amor no correspondido, ofreciendo con ello un profundo panorama humanista de amor y de nostalgia, de nacimiento y muerte, naturaleza y cultura, tradiciones, magia y pérdida.
Se trata de una película de 1996, escrita, dirigida y editada por el realizador iraní Mohsen Makhmalbaf, que acomete la difícil tarea de capturar en su argumento la historia de una pequeña escena representada sobre una alfombra persa: es decir una pareja de amantes que la cabalgan como si estuviesen montando un corcel.
El término Gabbeh alude a una de las muchas variedades que existen de alfombras persas. Este tipo de estera es entrelazada a mano por mujeres pertenecientes a distintos clanes, que básicamente son pastores que deambulan con sus rebaños sobre las montañas iraníes y más allá.
Un gabbeh es un tapete pequeño en dimensiones, pero mucho más grueso que otras alfombras; su reducida superficie es en realidad una sinfonía de colores: el amarillo del sol, el rojo de las flores, el azul del cielo, el verde del pasto, todos se encuentran allí. En esa misma línea, dentro de la propia obra se insiste en que la vida es color, en que el amor es color, en que la belleza es color: es decir, los colores de la naturaleza circundante se extienden sobre la ropa que visten y en los gabbehs que elaboran; en pocas palabras estas mujeres viven bajo el sol y las nubes, sobre el pasto y entre las flores.
Sin embargo, tan rico en colores como es, un gabbeh generalmente detenta un patrón muy básico en su cara más visible, a veces solo emerge una pequeña escena en algún lugar de la alfombra.
Esta peculiaridad me llevó a pensar en aquellos dibujos chinos realizados con tinta sobre papel arroz, en los que aparece en una esquina un diminuto pescador sobre un pequeño bote; desde luego esta imagen cuenta una historia, las dimensiones de un lugar y todo el espacio restante ¿qué es? ¿el vacío? ¿O tal vez el conjunto cuenta una historia mucho más grande? Y sí es así, ¿nos cuenta un relato sobre el artista, o sobre la realización de la obra de arte?
En algún sentido, el gabbeh de esta cinta se parece bastante a esos dibujos en ese pequeño detalle, hay una pequeña escena en la superficie, del tamaño de un punto. Esto es: una pareja de amantes cabalgando; y toda la superficie restante de la alfombra, explotando en color, apoyando de forma sutil a la minúscula historia.
Pero veamos, el relato es el siguiente: una pareja de ancianos determina llevar su gabbeh para lavarlo en el río, como lo han hecho todos los días, desde hace cuarenta años. Dicho de otra manera, se ha convertido en un ritual.
Una alfombra y un ritual: entramos en el reino de la fantasía. Y fantasía y magia es lo que vemos este filme de tintes poéticos. El gabbeh ha cobrado vida, y para ello se ha transformado en una joven que cuenta la historia de la pareja de amantes. Una historia que ha durado cuarenta años.
Por supuesto que, en general asociamos los rituales con prácticas religiosas, cuando en realidad significan más que eso. En términos generales, los rituales mantienen viva la memoria colectiva de las civilizaciones. Y cuanto más primitiva es una civilización más evidente se vuelve este asunto.
En otras palabras, un ritual llevado a cabo con sus detalles precisos, siendo repetido de forma precisa, solo existe para mantener vivo el recuerdo, es decir para conseguir participar nuevamente en un evento de importancia, para ser capaces de cancelar el tiempo y revivir el instante cuando aquel evento tuvo lugar realmente. Participación, no recreación.
En este caso, la ceremonia de lavar el gabbeh es una bastante personal: la historia de la pareja de amantes es recordada por la pareja de ancianos todos los días; el recuerdo como participación, la anulación del tiempo.
Pero, como lo he mencionado, la sola escena de los dos amantes montando el corcel es solo una pequeña parte de toda la superficie de la alfombra. La historia de amor se evoca en el recuerdo de esa civilización de pastores. Entonces se manifiesta ese clan de pastores que migra con dirección hacia las montañas en busca de pastizales para sus rebaños. Un clan que lleva, junto con sus animales, su cultura primitiva con reglas severas y distintos tabúes, necesarios para la supervivencia. En pocas palabras, se trata de una comunidad que se mantiene viva a través de la fuerza de su cultura, una cultura que se mantiene viva a través de rituales cuidadosamente realizados.
Llegados a este punto pueden aparecer muchos teóricos y cineastas que han hablado de estos temas en distintas oportunidades (como el maestro ucraniano Paradjanov). Personajes que han descrito en sus películas comunidades antiguas que eran mantenidas vivas por la fuerza de los rituales, las tradiciones y normas que son difíciles de entender con la perspectiva actual porque desafían a la lógica. No obstante estas reglas expresan una matriz cultural, un sistema de valores que define al grupo como un todo.
Lo que el director nos regala en esta breve descripción de una cultura que algunos denominarían patriarcal, es el uso de colores y sonidos. Es decir, estas personas poseen una sensibilidad especial por los colores, ya que pasan sus vidas rodeados por los que existen en la naturaleza, o por los colores vitales de la ropa femenina, los mismos que colocan en sus gabbehs. Y a medida que transcurren toda su vida al aire libre, estos seres gozan de una comprensión particular del lenguaje de los sonidos, ya sean sonidos de pájaros u otros animales, sonidos de los forrajes siendo movidos por el viento, de las rocas en los senderos de las montañas, o las que se encuentran en el río.
Y Makhmalbaf logró darle un papel activo en su obra a cada sonido, a cada color. Con esto quiero decir que esto es evidente por la forma en que fueron colocados dentro del relato, por la forma en que se repiten dentro de la misma, por la forma en que se combinan con las emociones de las personas.
A mi parecer, cualquier creación con unas cuantas tomas de puestas de sol pigmentadas de rojo suele ser etiquetado sin más como poético. Esta es una expresión genuina del cine más cercano a la poesía. Cada palabra, imagen, gesto, sonido y color despierta ecos metafóricos de alguna otra cuestión.
En resumen, se trata de una obra que posee una transparencia y una naturalidad sencillamente dignas de todo elogio, pese a lo compleja que pueda llegar a ser. Para quienes buscan la experiencia, esta es una cinta que esta dirigida a tocar el alma del espectador.
Comentarios