Director: Gianni Amelio
Duración: 116 minutos
País: Italia / Francia / Suiza / Austria
Elenco: Enrico Lo Verso, Michele Placido, Piro Milkani, Carmelo Di Mazzarelli, Elida Janushi, Sefer Pema, Idajet Sejdia, Marieta Ljarja, Elina Ndreu, Ilir Ara, Liliana Subashi, Artan Marina, Vassjan Lammi, Nikolin Elezi, Fatmir Gjyla, entre otros.
" Inmediatamente después de la caída del comunismo en Albania, dos italianos van hacia ese país para apropiarse del dinero de una inversión creando con ese propósito una empresa falsa. Para ello eligen como presidente y chivo expiatorio, a un ex preso político que resulta ser más de lo que parece."
En su obra de 1994 de título breve Lamerica, el director Gianni Amelio elevó el cine tradicional italiano de narrativa lineal a nuevas alturas, utilizando para ello los métodos empleados en el neorrealismo para llevar a su audiencia en un viaje de tono mitológico, irónico y onírico, cuyo estado de animo y métodos utilizados son todos suyos. Esta poderosa película, tan fantástica como vívidamente precisa y triste (para esto habría que imaginarse a Kafka con acento siciliano), cuenta la historia de dos italianos, Fiore (Michele Placido, un actor y director de larga trayectoria), y su asistente Gino (personificado por Enrico Lo Verso) que llegan a la empobrecida y arruinada Albania poscomunista con la idea de establecer un timo mediante una fábrica de zapatos como fachada que les funcione para dicho propósito, o al menos a Fiore, ya que solo ese hombre es el cerebro y la mente maestra detrás de la estafa, dado que cree que el sitio se convertirá en un refugio fiscal rentable. De tal manera que corrompen a un funcionario albanés llamado Kruja, al que le cambian el nombre por Croce, para ser capaces de engrasar las ruedas burocráticas y obtener de forma expedita la aprobación de su plan por parte del gobierno.
Así que, se muestran insatisfechos cuando se dan cuenta de que existen otros que cuentan con el privilegio de poseer familias colaboradoras que incluso son capaces de hacer algunos reclamos, por lo que se encuentran con un tal Spiro, un anciano tambaleante y medio aletargado, al que luego de conocer les tranquiliza saber que es un huérfano y que fue encarcelado por los comunistas durante cincuenta años, y determinan elegirlo como un oportuno testaferro albanés que sirva como presidente de la empresa. Arreglado el asunto, Fiore regresa a Italia a toda prisa y deja a Gino a cargo de vigilar la fábrica abandonada de la que han tomado control; además de asegurarse de que el viejo Spiro no se meta en problemas.
Justo en ese punto del periplo arranca este afligido relato, puesto que tan pronto como Fiore se va, las cosas empiezan a ir mal para los protagonistas y, a medida que avanza la historia, van cada vez peor, hasta llegar al punto en el que Gino lo ha perdido todo, incluso su propia identidad como italiano. En ese sentido, el viaje que emprendemos junto a ellos es el de una observación casi compulsiva, en el que se hace eco de otras andanzas trágicas como las del padre y el hijo en El ladrón de bicicletas de De Sica; o la pareja de La Strada de Fellini. Esto es, Amelio logra un sentido de comprensión de los personajes, así como una capacidad para mostrar la pesadumbre y el lamento que una persona solo podría tener cuando ha sido despojada de todo lo que posee y solo le queda lo más esencial a su naturaleza: su humanidad. Es decir, imagínese lo peor que le podría ocurrir en un viaje, y luego de hacerlo avance unos diez pasos más en la desgracia, y tendrá una idea de la trayectoria y el poder emocional que transforma que atesora este filme.
Cuando Gino finalmente se comunica con Fiore por teléfono, se entera de que la estafa ha fallado, que están en serios problemas y que él y Spiro están desempleados. Por supuesto, Spiro comenta que lo sabía desde el principio.
Desde luego, el anciano Spiro es el eje narrativo de la cinta. Al principio parece un vagabundo confuso, o algo peor que un vagabundo, cubierto de tierra, desarticulado y casi ciego, claramente un loco. Cuando se le pregunta su edad, levanta los dedos un par de veces y uno se da cuenta de que el vetusto cree que tiene veinte años, la edad que tenia cuando lo encarcelaron por primera vez. Sin embargo, inesperadamente de alguna manera en su interior hay un joven que parece salir lentamente. Poco a poco el personaje emerge como una figura de gran humanidad, energía y esperanza, un hombre mucho más completo que trágico o confuso.
El primer desastre que acontece es que Spiro desaparece de una institución regida por monjas donde lo dejaron. Después de estar preso durante cincuenta años, solo quiere escapar. Gino finalmente lo encuentra y lo lleva en una travesía a la costa en un jeep, pero una vez que llegan a una comunidad rural, Gino está perdido. Corre buscando a Spiro, y cuando vuelve al auto, le han robado los neumáticos. Llama a la policía, pero el solo habla italiano. ¿Alguien le entiende? Parece que no, ya que solo lo miran fijamente. Dichas caras que miran fijamente son pinceles con los que Amelio pinta en ese momento, y en una secuencia al final, en un barco que se dirige por fin a Italia, aunque Spiro cree que se dirigen a Estados Unidos, el director nos ofrece una serie impresionante de rostros dignas de Paul Strand o cualquiera que haya sido el mejor de los fotógrafos de los años treinta: retratos que exhiben rostros que expresan demasiado.
Luchando por llegar a ese sitio acompañados de algunos albaneses, Gino y Spiro comienzan a comunicarse. Resulta que Spiro es en realidad un siciliano llamado Michele Talarico, que arribó a Albania como soldado durante la guerra. Y sigue creyendo que es un hombre joven, con una esposa joven y un hijo que nació hace cuatro años.
Poco a poco, Spiro cobra vida. Es un hombre fuerte, quizás más resistente que el joven Gino. Pero a medida que Gino se transforma en un semblante más demacrado, su rostro de piel morena perteneciente al sur de Italia se vuelve profundamente expresivo, se vuelve más italiano y más cercano a Spiro y a las personas más humanas, hermosas y reales del mundo: los pobres, los que no tienen nada, más que esperanza y ganas de seguir viviendo.
Como lo hicieron los grandes cineastas neorrealistas italianos de los años cuarenta y cincuenta de los que tanto debe haber aprendido, Amelio utiliza lugares y personas auténticas con una habilidad casi milagrosa. Y, ¿qué significa todo esta historia? En primer lugar, es una afirmación del poder absoluto de la pobreza. Y del caos. Esos dos elementos son dos fuerzas de la naturaleza más poderosas que la patética y mezquina estafa que intentó desarrollar Fiore. Sin embargo, el hecho de que la locura de Spiro llegue a parecer encantadora y hasta cierto punto esperanzadora, muestra que la obra no debe tomarse en un sentido literal. Es más un mito poderoso que un mensaje que pretenda transmitir, y es mejor insistir en su desgarradora tristeza que analizar demasiado lo que tiene que manifestar sobre Albania, sobre el colonialismo, sobre las naciones ricas y las pobres y la explotación económica. En pocas palabras, esta es una película emocional y claramente distingue a Amelio como uno de los cineastas italianos más poderosos y humanistas de los últimos treinta años.
Al final, no sabemos qué pasará con Gino. Puede que no vaya a Sicilia a recoger algunas aceitunas como se lo sugiere el simpático Spiro. Pero si queda claro que nunca volverá a unirse a Fiore y sus engaños fallidos.
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