Estaban en su casa dos amigos conversando sobre la profundidad del ser, sobre algo sustancial y no algo tan relacional. Al fondo se escucha una melodía tenuemente, es una balada de los ochenta, con baterías que suenan como latas de chiles jalapeños y bajos totalmente disminuidos en potencia y amplitud. Esa clase de canciones le encantan a uno de ellos, porque es bastante cursi, percibe su corazón como algo que se rompió o que tal vez alguien lo hizo (romperlo), ya que le encanta culpar a los demás de sus propios actos, adora quitarse responsabilidad en todo.
Un detalle no siempre fundamental es que ambos no se parecen en nada.
El primero admite abiertamente que sus rasgos femeninos están exacerbados, acentuados sin aparente razón, y se enorgullece de ello.
El segundo, en cambio señala que lo masculino domina su 'self', desde su perspectiva en la experiencia individual de ser persona.
La idea del 'nosotros' les cuesta mucho trabajo razonarla, hacer uso del lenguaje para dar cuenta de que exista, ni siquiera pensarlo. Este dilema remite directamente a varias preguntan que surgen directas: ¿qué relación guardan, si hay alguna, estas dos personalidades y el vínculo que parece unirles?, ¿son la misma o distinta cosa?, ¿refieren experiencias iguales o distintas?
Sean cuales fueren las respuestas a estas preguntas, mi punto de partida es que de lo no cabe duda, como traté de mostrar, es de que aquello que denominamos "vínculo" no es más que la costumbre de estar juntos, la usanza de sentirse amados, una simple maña o en el peor de los casos una bella rutina.
Como dice una canción: "tantos sueños compartidos, tantas cosas para dar".
Sin embargo, la singularidad, la unicidad, la exclusividad parecen ser características imprescindibles, al menos en nuestra cultura, de eso que llamamos ser un humano. A estas características hemos de añadirles otras cuando después de una cierta continuidad con una pareja iniciamos a adquirir el hábito de entregar, de ofrecer, de obsequiar nuestro amor, nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestras energías, nuestro dinero, nuestro sueño, nuestra hambre, donándolo todo por la persona amada. Todo eso suena tan espléndido, no obstante lo que significa dejar algo o quitarlo para dárselo a alguien más. Rehuir a esa circunstancia es relegar al amor a un segundo plano, es ser egoísta, porque el amor se convierte en un dogma con todas sus leyes, sus mandamientos y obviamente no pueden faltar sus devotos y fervorosos seguidores.
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