
Director: Billy Wilder
Duración: 107 minutos
País: Estados Unidos
Reparto: Fred MacMurray, Barbara Stanwyck, Edward G. Robinson, Porter Hall, Jean Heather, Tom Powers, Byron Barr, Richard Gaines, Fortunio Bonanova, John Philliber, entre otros.
" Walter Neff es un vendedor de seguros que, junto a la femme fatale Phyllis Dietrichson, realizan un plan para asesinar al marido de ésta y quedarse con el dinero de su seguro. Obra cumbre del cine negro, uno de los ejercicios de suspenso más fascinantes de todos los tiempos."
Es de noche, un coche circula a gran velocidad por las calles de la ciudad y de el se baja un hombre malherido. Así comienza esta película, un rotundo, demoledor y noqueante ejercicio de cine negro, basado en una novela de James M. Cain, con uno de los guiones más extraordinarios jamás escritos para la pantalla del propio Billy Wilder y de Raymond Chandler.
Con un ritmo trepidante y una gran tensión visual, la soberbia dirección del genio vienes trasciende y dinamita las convenciones del género, dibujando un perverso y audaz (para la época) relato de pasión, asesinato y muerte.
Una de las cumbres indiscutidas del cine negro es una joya que gira alrededor de la figura sensual, maquiavélica y pérfida de una de las femmes fatales más fascinantes del celuloide (una turbadora Barbara Stanwyck) que seduce a un cínico Fred McMurray desde ese plano sublime (de un erotismo de alto voltaje) de sus piernas bajando por las escalaeras con una pulsera en su tobillo a modo de metáfora de la unión inseparable de unos personajes al borde del abismo, atrapados por la larga sombra del destino, donde un meticuloso plan de conspiración para asesinar se acabará convirtiendo en una imparable espiral de violencia, degradación moral y autodestrucción.
Un larguísimo flashback, la voz en off de McMurray y un casting milagrosamente bien escogido, en estado de gracia. Con un trabajo excepcional de los tres protagonistas, son los instrumentos de que se sirve Wilder para contarnos esta absorante y tórrida historia bañada por las luces y las sombras de la fotografía en blanco y negro, de tintes expresionistas, de John Seitz y la sugerente y tensa música de Miklos Rozsa que potencian la atmósfera malsana y asfixiante del film a la perfección, que nos conducen de forma inexorable hacia un memorable doble final, de poderosa carga dramática y un lirismo arrebatador, donde las pasiones dejan paso a los sentimientos más ocultos, donde se cierra definitivamente el círculo mágico de un film estremecedor.
El espectador queda con la sensación de que los verdaderos motivos que mueven el comportamiento perverso de los dos protagonistas no quedan explicados de modo justo y cabal. Posiblemente, de esta sensación se deriva uno de los atractivos más poderosos de la cinta.
Y, mientras descendemos conscientemente, pero inevitablemente, al dulce infierno que va cavando una tumba a nuestro alrededor, y en el fondo sabemos que allá abajo, al final de la caída, sólo nos espera un duro golpe.
Pese a todo, nos arrojamos al vacío porque preferimos la seducción del abismo a la seguridad de caminar sobre tierra firme y llana.
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