Director: Michelangelo Antonioni
Duración: 126 minutos
País: Italia/España/Francia
Elenco: Jack Nicholson, Maria Schneider, Jenny Runacre, Ian Hendry, Steven Berkoff, Ambroise Bia, José María Caffarel, James Campbell, Manfred Spies, Jean-Baptiste Tiemele, Ángel del Pozo, Charles Mulhevill, Narciso Pula, entre otros.
" Un desilusionado periodista comienza una peligrosa investigación sobre las intrigas políticas internacionales que facilitan la implantación de regímenes dictatoriales en países africanos, lo que le llevará a vivir situaciones de alto riesgo."
Todo empieza en la habitación de un hotel. Y no, no es un relato pornográfico.
Antonioni retoma un tema muchas veces expuesto, sobre todo en el cine negro y en la literatura por autores como Henry James, Joyce o Faulkner, sin variar la forma de dichos escritores.
David Locke decide prescindir de su identidad en los primeros minutos de la película, pero no puede ser aquel personaje cuya identidad robó en el hotel, porque desconoce quién es en realidad Robertson, e igual que su personaje, nosotros desconocemos al nuevo David. Queda pues vagando entre identidades, apático en una vida que desconoce.
La acción tiene lugar en África, Londres, Barcelona, Almería, Sevilla y Osuna. David Locke, de 37 años es un reportero de televisión, nacido en Inglaterra pero afincado en Estados Unidos que desea entrar en contacto con los rebeldes de un país africano para grabar imágenes y entrevistas. Tras quedar solo y sin apoyos en una zona desértica, cae en un estado de desánimo que le lleva a tomar la identidad de su compañero de hotel, Robertson, fallecido por causas naturales y con el que guarda un gran parecido.
Provisto de una nueva identidad, emprende un largo viaje para gozar de una vida exenta de los dramas de su vida anterior.
Pero la huida es imposible. Locke huye de su pasado que incluye a su mujer, hijo adoptivo, profesión; pero también de sí mismo y de su desesperación. Sobre todo, huye de una soledad asfixiante, como la del desierto del Sahara que nos muestra la cámara con deleite y parsimonia. Su huida se convierte en interminable, porque no se puede huir de uno mismo y del propio pasado. Cuando se acelera el ritmo de la huida, ésta se convierte en persecución implacable, tensa y opresiva.
Por esto último, habría que señalar que la vida es drama. No hay vida humana sin soledad, incomprensión, incomunicación y angustia; porque la vida está hecha de lodo, injusticia, suciedad y desesperación. Lo explica con elocuencia la parábola del ciego que recupera la vista, la misma que Locke le cuenta a la chica.
Otro punto más que destacaría del relato es que el futuro es inalterable. Tanto así que los niños no son muestra de un futuro más humano, sino probablemente las próximas víctimas de una vida implacable. Así que el mundo es un lugar sucio, como la arena del desierto y el polvo del camino rural, la vida inunda al ser humano de contaminación, de aire irrespirable, de polución y suciedad: injusticia, crueldad, venganza, odio, individualismo.
De igual manera, el amor es una mala compañía. Según el realizador, la vida es suma de soledades, prueba de incomunicación, choque de egoísmos, combinación de persecuciones y huidas, que no aminoran el dolor y que causan frustración. El amor no ofrece lo que no puede dar y decepciona porque es superficial, efímero, insuficiente.
Y en todo momento se siente la omnipresencia de la muerte. Aparecen los símbolos de la muerte por doquier. La evocación de la misma y sus signos naturales saturan el campo de visión del espectador. La muerte quita sentido a la vida, le aporta un dramatismo profundo y la hace insoportable. A la vez, sólo la muerte puede poner fin a la huida, la persecución, la soledad, la asfixia y la desolación.
Es sorprendente la definición de la muerte que, sin palabras, expone el realizador hacia el final de la cinta. Para él, esta es el olvido, la indiferencia, la incomprensión, la frialdad y la irrelevancia que tiene el hecho para los demás. Nada cambia, todo sigue igual.
Es memorable la toma de 6 minutos que desde el interior de una habitación, sale al exterior entre las rejas del ventanal, explora lo que sucede afuera y regresa para enfocar el interior del lugar de partida, en un sorprendente movimiento de ida y vuelta.
Todo termina en la habitación de un hotel. Y no, no me he vuelto melodramático.
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