Director: Luchino Visconti
Duración: 187 minutos
País: Italia/Francia
Elenco: Burt Lancaster, Claudia Cardinale, Alain Delon, Paolo Stoppa, Rina Morelli, Romolo Valli, Terence Hill, Pierre Clémenti, Lucilla Molacchi, Giuliano Gemma, Ida Galli, Ottavia Piccolo, Carlo Valenzano, Brook Fuller, Anna Maria Bottini, entre otros.
" Película basada en la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Es la época de la unificación de Italia en torno al Piamonte, cuyo artífice fue Cavour. La acción se desarrolla en Palermo y los protagonistas son Don Fabrizio, Principe de Salina y su familia, cuya vida se ve alterada tras la invasión de Sicilia por las tropas de Garibaldi. Para alejarse de los disturbios, la familia se refugia en la casa de campo que posee en Donnafugata en compañía del joven Tancredi, sobrino predilecto de Don Fabrizio y simpatizante del movimiento liberal de unificación."
Si hay un director atrapado entre el cielo y el infierno, ese es Visconti; adorado por muchos e incomprensible para tantos otros. Creo que la clave para poder disfrutar de su cine es, sencillamente, no esperar nada concreto de él.
Aquellos que guiados por las brillantes críticas buscan cualquier tipo de acción, narración, acontecimientos, intrigas, historias apasionantes, grandes diálogos y, en definitiva, cualquier elemento común en la mayoría de las obras maestras del séptimo arte, se verán defraudados.
La película describe el ocaso de una clase social, la nobleza, formada por el conjunto de las familias privilegiadas que durante siglos habían mantenido el poder en sus manos, y su relevo por otra, más pujante y dinámica, la de los comerciantes y empresarios de la poderosa pequeña burguesía, harta de ser ninguneada por la casta de los nobles.
El desprecio de la aristocracia por los nuevos ricos, va parejo a la humillación de tener que aceptar la mezcla de sangres para conservar sus bienes y prebendas.
De efecto espeso en tramos de meditación lírica o psicológica, la cinta contiene un exagerado sentido del detalle y apunte ornamental. Eso nos lleva a un resultado aparentemente superficial (entendiendo "superficie" como película pendiente de la dirección artística y la reconstrucción de una época, y no tanto en intenciones de melodrama).
Es por esa razón que la cinta suele recibir los injustos calificativos de película pomposa o grandilocuente. No hay ninguna muestra de artificio en esta película, o mejor dicho, no hay ninguna muestra de artificio gratuito. La obra fue concebida para ver más allá de la aristocracia y de sus vestidos de época, las princesas radiantes, los príncipes apuestos, los fastuosos palacios; también para ir más allá de la política o de la lucha social. Quien sea capaz de ver que sobre todos los personajes y escenarios de la cinta se extiende una capa de polvo, estará cerca de entender el auténtico sentido del filme: un mensaje tan sencillo (algunos lo tacharán de simple) como la decadencia, el paso del tiempo, la inevitable continuidad que subyace bajo los aparentes cambios.
La artificiosidad no es más que un medio necesario para un fin, porque toda aristocracia que se precie de serlo, será artificiosa. Pero la majestuosidad desmedida de los palacios no sólo no es gratuita, sino que aparece compensada con la tosquedad y brutalidad de los paisajes y pueblos de Sicilia gracias a la excelente fotografía con la que cuenta la cinta.
Nadie mejor que Burt Lancaster para interpretar al príncipe de Salina, la cara visible de la decadencia: incapaz de defender los principios de sus ancestros ante las circunstancias cambiantes, pero incapaz también de sumarse a los nuevos tiempos. El protagonista, inmerso en un drama que comprende, pero que no puede evitar, cae en un estado de desazón e inquietud dominado por las obsesiones de la muerte, el envejecimiento, la pérdida de la juventud y el deterioro del vigor físico y la salud.
Su visión pesimista y desesperanzada de Sicilia, los sicilianos, los nuevos burgueses y los antiguos aristócratas, los leopardos y leones (aristócratas) y las hienas y chacales (burgueses), se da acompañada de inseguridades crecientes que ponen en tela de juicio sus opiniones iniciales. De ahí que su estado de ánimo, sometido a tensión e incertidumbre, cada vez más se asemeje al de un gigante que se derrumba.
La película desarrolla dos discursos paralelos: el explícito, que discurre a la vista de todos, azucarado y plagado de disimulos, y el interior, callado, oculto, silencioso y descarnado. No se expresa con palabras, sólo con gestos casi imperceptibles y referencias ambientales.
El baile de despedida antes del regreso a Palermo tiene el valor de última gran celebración social de una que muere y no volverá. El esplendor de la fiesta destila aires de despedida de los que se van y de bienvenida de los que llegan. La alegría aparente está repleta de melancolía, añoranza y desgarro. Fabrizio constata que su tiempo ha pasado.
Cabe señalar que las expresiones tan poco naturales de Claudia Cardinale y, en algunos momentos de Alain Delon, constituyen el punto más flojo de la película.
Una historia de muerte en vida que colorea una acuarela deliciosa de Visconti.
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