Director: Werner Herzog
Duración: 90 minutos
País: Canadá/Estados Unidos/Francia/Alemania/Reino Unido
Elenco: Werner Herzog, Jean Clottes, Julien Monney, Jean-Michel Geneste, Michel Philippe, Gilles Tosello, Carole Fritz, Dominique Baffier, Valerie Feruglio, Nicholas Conard, Maria Malina, Wulf Hein, Maurice Maurin, entre otros.
" Documental que fue grabado en la cueva francesa de Chauvet, considerada como uno de los mayores tesoros de la humanidad: es una galería de arte natural con más de 400 pinturas rupestres de 32 mil años de antigüedad."
Werner Herzog es un cineasta tan poco convencional y de un valor tan importante casi como lo son las pinturas encontradas en la cueva de Chauvet (y en este momento, casi tan anciano), al sur de Francia, ya que desde el momento en el que Herzog filma el interior de la cueva, esta pasa a formar parte de la obra de su filmografía, de ahí que ambas sean casi tan importantes, porque no dejan de estar dentro la una de la otra.
En el inicio del documental, Herzog nos cuenta brevemente qué es Chauvet: una cueva situada en Francia que contiene las más antiguas pinturas rupestres conocidas, así como otras manifestaciones de la vida de la lejana etapa del Paleolítico. Sus palabras son profundas pero humildes e invitan a la reflexión sin imponer discurso alguno, siempre sugiriendo antes que señalando. Las magnificas imágenes exteriores de la cueva, acompañadas por dicha voz, están tomadas por una cámara que se balancea con suavidad conduciendo los curiosos ojos del espectador hacia el interior de lo desconocido. El resultado de todo ello es una belleza magistral que va mucho más allá de la simple estética y que consigue una profundidad mucho más compleja que el mero espectáculo visual.
Las pinturas de animales ya extinguidos y otros aún existentes, son un reflejo del valle en el que vivieron nuestros antepasados como mamuts, lobos, caballos, osos, bisontes, rinocerontes y panteras, así como dos pequeñas figuras humanas; una de ellas una mujer con los órganos sexuales maximizados. Todas ellas han llegado a nuestros días conservadas de modo milagroso, casi como si estuvieran recién pintadas.
Más allá del tedio generalizado que provoca todo el documental (disponen de poco material filmado y tenían que estirarlo al máximo) y de algunas escenas de relleno poco afortunadas considero este documental como todo un punto de referencia cinematográfico que debería de inspirar a muchos cineastas futuros. Si tal vez no hablamos de un productor perfecto es porque cuando salimos de la cueva la magia pierde un poco la intensidad.
Herzog no es un estilista de la imagen ni un cinéfilo: parece, ante todo, un hombre curioso, al que otras cosas le interesan más que el cine, y que utiliza a éste como herramienta para acceder a ellas, no como un fin en si mismo. No parece interesado en producir obras maestras, sino ensayos sobre asuntos que él cree importantes. Escribe sobre lo que es importante, y no simplemente interesante.
En este caso, su condición de cineasta le permite entrar en la cueva de Chauvet, prohibida al resto de humanos no especialistas en la investigación paleolítica. Su último viaje se inserta con coherencia en sus inquietudes personales: esto lo prueba el hecho de que haya podido convencer a las autoridades francesas para obtener el permiso de grabar en la cueva, sin ser francés.
Varios expertos desfilan por la pantalla, una galería de personajes que Herzog parece haber escogido para darnos un toque disfuncional. Por una parte un arqueólogo que antes había trabajado en un circo, otro nos enseña a su propia forma como vestían, otro nos cuenta como se imagina que cazaban esos hombres arcaicos (de este Werner no se resiste y se ríe de él en cámara), otros nos muestra como creaban música mediante una rudimentaria flauta, tipos de los que Herzog exprime toda su extravagancia para dotar de humor sus historias.
Si el cine es una manifestación artística de primera magnitud ahora puede convertirse en la herramienta de divulgación científica más extraordinaria.
Por último, la conclusión de la película resulta conmovedora. Mencionar la vertiginosa sensación al comprender que Chauvet no es solamente una puerta hacia el pasado, sino un espacio multitemporal donde nuestro tiempo también quedará encerrado, un espacio donde en un futuro alguien descubrirá evidencias sobre la existencia de nuestro presente.
La visita a esta catedral invertida es un ejercicio de inmersión en la esencia humana. Dentro de esa caverna, por muy agnóstico que uno sea, es imposible no sentirse místico. Los hombres no somos más que una sombre del espíritu del hombre.
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