Director: Quentin Tarantino
Duración: 165 minutos
País: Estados Unidos
Elenco: Jamie Foxx, Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio, Kerry Washington, Samuel L. Jackson, Walton Goggins, Dennis Christopher, James Remar, David Steen, Dana Gourrier, Nichole Galicia, Laura Cayouette, Ato Essandoh, Sammi Rotibi, Clay Donahue Fontenot, entre otros.
" En Texas, dos años antes de estallar la Guerra Civil Americana, el Doctor King Schultz, un cazarecompensas alemán que le sigue la pista a unos asesinos para cobrar sus cabezas, le promete al esclavo negro Django dejarlo en libertad si le ayuda a atraparlos. El acepta pues luego quiere ir a buscar a su esposa Broomhilda, una esclava que está en una plantación del terrateniente Calvin Candie."
Tanto tiempo siguiendo la filmografía del bonachón de Quentin me ha servido para reafirmarme en la idea de que al "niño terrible" del cine independiente americano ya no le apetece hacer películas con mayúscula, ya no le divierte. Ahora prefiere realizar entretenimiento puro y duro, muy bien hecho además. Prefiere invertir el talento y la desbordante creatividad que en otro tiempo mostró con inigualable estilo, en collages como el que me ocupa, descuidando e incluso me atrevo a decir que despreciando su anterior concepción del cine.
Uno tiene la sensación de que Quentin se ha cansado de aquel Tarantino del que se esperaba algo fresco y único, se ha cansado de levantar expectativas y verse obligado a cumplirlas y parece haber encontrado una fórmula que divierte tanto a incondicionales como a sí mismo.
Sucede que a estas alturas, para muchas personas el director está por encima del bien y del mal. La crítica y las audiencias se han vuelto complacientes, y casi cualquier cosa que haga como director, guionista o productor, tiene que hacerse merecedora de elogios. Y ese es el juego en el que se ha caído. Tarantino se ha convertido en una marca de fábrica, a la que acude el espectador a ciegas, dando votos de confianza y calificaciones sin desmenuzar los contenidos apropiadamente. Es la lógica y la política del fan; ese que corre a ver cualquier cosa de los estudios más famosos, y dice cada vez que se ha topado con la mejor película jamás hecha, al salir del cine, o que se trata del mejor director de toda la historia del cine, o que nunca había visto una obra maestra como esa. Si es de Tarantino, necesariamente tiene que ser buena.
Que Tarantino se nutre de toda clase de influencias cinematográficas, sin ningún tipo de complejo, es de sobra conocido; lo que no había visto hasta Django es un Tarantino que se roba a sí mismo.
Tarantino sigue ofreciendo lo mismo que siempre en el fondo, sus constantes son demasiado obvias para cambiarlas además de que es posible que no sepa funcionar de otro modo. La película acaba siendo un divertido festival de violencia y sangre a niveles exagerados que rozan la parodia, pero lo hace con la gracia y la espectacularidad a la que nos tiene acostumbrados. La espiral de violencia que imprime a la cinta desde su comienzo va aumentando, sin detenerse en ningún momento, llegando a una anunciada brutal explosión en su acto final.
Christoph Waltz vuelve a ser el que ya nos encandiló en Inglorious Basterds, firmando una interpretación sublime que se convierte en el mejor personaje de la película. Este hombre es una maravilla, cada gesto que reproduce, cada palabra que dispara es una nueva lección, otra muestra de inmensa calidad del actor austriaco. Luego Foxx cumple con una buena actuación, que raya a un nivel muy superior a lo acostumbrado por el actor en cualquier otra cinta. Se nota el efecto del director, pues siempre se ha caracterizado por ser muy capaz de sacar lo mejor de cada uno. Y finalmente DiCaprio, que encarna a un explotador que se cruza en el camino de los protagonistas, va de menos a más, pues se mueve mejor en el histrionismo que en las escenas más tranquilas, en las que debe transmitir la personalidad de un refinado hombre de buena posición. Tarantino supo elegir bien su reparto, y su acierto ha sido mayúsculo, pero me resulta imprescindible destacar la actuación de Jackson, con ese papel de mayordomo que lleva toda la vida observando como los blancos discriminan a la gente de su raza, y ya se siente convencido de que eso es lo correcto, que su única labor en la vida es la de marginar a sus semejantes y venerar a su amo.
Podría decirse que con esta obra, Tarantino ha alcanzado su momento más destacado de esta segunda mitad de su filmografía dedicada a la venganza. Es también el western que a pesar de haber estado latente en toda su carrera, siempre quiso hacer y la segunda parte de una trilogía dedicada a las grandes opresiones de la historia reciente.
Estamos ante una película hiper-violenta, sangrienta, mal hablada, políticamente incorrecta y demás calificativos que todo buen conocedor de la obra de Tarantino sabe que van ligados a su trabajo. El tan mencionado racismo del que muchos intentaron (sin éxito) tildar a la cinta no es sino una muestra cruel y realista de los horrores más deplorables del que que es capaz una sociedad retrógrada e ignorante.
Sea como sea, irregular, a veces algo aparatosa y, no obstante, radicalmente sugestiva, generosa y cinéfila. Django es pura dinamita de visionado obligatorio para todo buen amante del cine.
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