Director: John Boulting
Duración: 92 minutos
País: Reino Unido
Elenco: Richard Attenborough, Hermione Baddeley, William Hartnell, Harcourt Williams, Wylie Watson, Nigel Stock, Virginia Winter, Reginald Purdell, George Carney, Charles Goldner, Alan Wheatley, Carol Marsh, Lina Barrie, Joan Sterndale-Bennett, Harry Ross, entre otros.
" Pinkie Brown es un gangster que lidera una pandilla de viciosos malvivientes. Después de cometer un asesinato, intenta manipular a una mesera para que le suministre una coartada. Película basada en una novela de Graham Greene."
Otro caso misterioso sobre una película que espero que alguien me aclare. Una obra escasamente conocida y reconocida, ya que existe una escasez absoluta de críticas sobre ella e igual número de personas que la haya podido observar. Una estupenda película, basada en la novela homónima de Graham Greene y que suele considerarse por si fuera poco, el ejemplo mejor realizado del cine negro británico de aquella época. Su impacto en la imaginería popular inglesa sido, además duradero, ya que ha generado producciones como una poderosa creación de Queen y un remake estrenado en el año 2010, protagonizado por Helen Mirren y John Hurt y que traslada la acción a las peleas entre mods y rockers de los 60, dan buena fe de la permanencia del recuerdo de esta película en la perversa isla de la Gran Bretaña.
Claro, sin dejar de lado su influencia en el cine, la imagen bruta, vulgar y de mal gusto de los hampones ingleses de películas como Get Carter o alguna creación de Guy Ritchie como Lock, Stock and Two Smoking Barrels que bebe directamente de ella.
Estamos ante una de las creaciones más importantes del cine británico que vino después de la guerra. Aunque cabe señalar que el cine que provenía de Albión nunca fue especialmente sólido, y más aún cuando en la década de los 30 perderían a uno de sus mayores talentos, un tal Hitchcock de nombre de pila Alfred y a diversos actores que se desplazarían a laborar en la llamada 'Meca del cine'. En los años posteriores al conflicto armado la isla vivió un minúsculo renacer basado principalmente en el surgimiento de nuevos talentos que generaron algunas de las mejores películas de su historia. Y esta obra es una de las que mejor ejemplifica aquella interesante reaparición del cine británico de calidad.
Como buenos hermanos gemelos, los Boulting solían repartirse los papeles en sus producciones. En esta oportunidad Roy produjo y John se puso tras la cámara, pero ese dato apenas importa (es más que anecdótico) ya que la estrella absoluta de la cinta es Richard Attenborough encarnando a Pinky Brown, un tierno y neurótico angelito de diecisiete años que, a falta de una madre sádica y posesiva con la que irse a echar unos tragos, se entretiene jugueteando repetidamente con algunas cuerdas, rompiendo algunas muñecas que gana en algún tiro al blanco, o arrojando a soplones de trenes de feria mientras realizan su travesía o empujando escaleras podridas abajo a algún estorbo en su camino. Un joven Attenborough interpreta con arte y perfección el papel de Pinkie, manteniendo en toda la cinta ese rostro frío e inexpresivo, sin embargo cuenta con esa mirada repleta de matices, en una actuación que le abrió las puertas a su carrera cinematográfica de que la está retirado a sus 90 años.
La obra retoma el estilo del cine de gángsters que tuvo su esplendor en Hollywood en la década de los 30, pero lo hace adaptándolo al contexto británico y lo realiza quitándole para empezar todo lujo o elegancia. Pinkie Brown comparado con otros bandidos no experimenta un proceso de cúspide y caída, sencillamente porque no llega a existir ninguna cúspide. No es más que un pistolero o simple matón que nunca llega a ser nadie y a quien el negocio en el que desea moverse le queda demasiado grande, y es que básicamente no es más que un simple adolescente de enormes ambiciones.
Aunque en Estados Unidos se le quiso comparar con Scarface, la película, más que ilustrar el ascenso de ese joven sin escrúpulos, incapaz de controlar el curso de los acontecimientos, concentra su atención en dos aspectos, el primero es la extraña relación que se establece entre Pinky y Rose, una camarera católica como él, inocente e ingenua rayando en la estupidez, a quien seguramente odia porque en ella ve reflejados sus propios defectos. El segundo tiene que ver con la cantante no muy brillante que practica el espiritismo y que se dedica a seguir sus pasos en cada crimen y que compensa sus insuficientes dotes de detective con su infatigable necedad. En ese sentido no es esta la clásica batalla del malhechor rebelde contra las fuerzas de la ley, sino la de un joven inmaduro contra una cantante.
En resumen, una visión más realista y cruel que sustituye los tiroteos y la acción por un retrato más efectivo y desencantado del mundo del crimen.
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