Director: Mike Hodges
Duración: 112 minutos
País: Reino Unido
Reparto: Michael Caine, Ian Hendry, Britt Ekland, John Osborne, Tony Beckley, George Sewell, Geraldine Moffat, Dorothy White, Rosemaire Dunham, Petra Markham, Alun Armstrong, Bryan Mosley, Glynn Edwards, Bernard Hepton, Terence Rigby, etc.
" Cuando su hermano muere bajo misteriosas circunstancias en un accidente de auto, el gangster londinense Jack Carter viaja a Newcastle para investigar que fue lo que realmente ocurrió."
Somos testigos en esta película, de la metamorfosis de un genial Michael Caine de penetrante mirada. Al inicio esta sórdida obra, vemos a un impasible y elegante asesino a sueldo de la mafia londinense que tras enterarse del asesinato de su hermano, decide viajar a su natal Newcastle para investigar quien es el responsable y acabar con él.
Esta ciudad del norte de Inglaterra es retratada como un lugar también frío, mísero y lluvioso, gris e industrial; un sitio plagado de lúgubres casas llenas de goteras, como la de su hermano, en donde Carter lo encuentra dentro de su propio ataúd sin que nadie se preocupe por él.
Poco a poco Carter comienza a moverse por este ambiente, lleno de tristes pubs, hipódromos, edificios casi en ruinas, muelles de agua negra y un asolado aspecto industrial, que casi había conseguido borrar de su memoria, mientras vemos como su aspecto de sofisticado y elegante caballero londinense de exquisitos modales, educada pose y trajes caros comienza a derrumbarse, dejándonos ver al lascivo, malhablado e insensible asesino que existe debajo.
Este asesino cada vez más motivado por la sed de venganza y lujuria, y que no dudará en seducir o asesinar a las mujeres u otros asesinos que se le pongan por delante, incapaz en todo momento de sentir algún tipo de empatía, ya que solamente su sobrina despierta alguna clase de ternura en él.
Hay muchas muertes en esta cinta. Lo primero que aparece muerto es la mirada de Michael Caine: glaciales, inexpresivos, inhumanos, los ojos de Caine son el perfecto espejo del alma de Jack Carter, el despiadado asesino a sueldo que, desobedeciendo a sus jefes, regresa a su ciudad natal para saldar cuentas con los responsables de la sospechosa muerte de un hermano al que probablemente no quería, pero al que se siente obligado a vengar. Y es que Carter filtra todos sus sentimientos a través de la violencia, sólo mediante la muerte parece capaz de experimentar algo parecido a una emoción.
El segundo de los muertos es la ciudad, Newcastle. Gélida, inhóspita, envuelta en una permanente neblina, la ciudad que recibe a Carter es una pobre reliquia de la Revolución Industrial metida en ataúd colmado de moho y oxidado: calles grises y húmedas que mueren en sucias y humeantes fábricas, transbordadores destartalados, hipódromos cayéndose a pedazos, pubs mugrosos donde viejos obreros sin dientes engullen una cerveza tan negra y viscosa como la arena de sus desembarcaderos. Newcastle es una prostituta vieja, cansada de esforzarse y roída por la edad y las enfermedades, de la que los matones con caspa y los vulgares que la gobiernan sacan lo único que puede ofrecer ya: porno indecente y calcetines sudados.
Del resto de los muertos no hablaremos, porque la verdad es que no importan mucho. Subrayada por la excelente e hipnótica música de Roy Budd, la mirada que Hodges arroja sobre los personajes y el escenario en el que se mueven a lo largo de la primera parte de la película está tan cargada de naturalismo, es tan fría y nihilista, que cuando llega la esperada explosión de violencia de su tramo final, los hombres caen uno tras otros y nos parece que es inevitable que lo hagan. Ese es su destino.
Las mujeres, por su parte, son simples objetos de placer: como un coche, como un arma, como un teléfono, Carter las usa y las olvida después. Tampoco ellas merecen piedad alguna.
Michael Caine, aquí también se estrena como productor, compone un personaje antológico, atractivo y odioso a partes iguales, incapaz de tener misericordia o compasión, extremadamente cruel, elegante y dotado de un negrísimo sentido del humor que ilustra a la perfección el giro cínico y muy realista que dieron las obras de gangsters a finales de los 60 y principios de los 70.
En ese punto fue cuando, apagadas ya las últimas luces de la era pop, asomaban sus feos rostros las drogas duras, el cemento, la violencia global televisada y el desempleo.
La única objeción que le pondría es en el desarrollo de la acción, la historia avanza lentamente hasta que su protagonista descubre la cruda verdad. En este sentido, me parece que el guión debería haber sido más claro con los personajes y no enredarse con tanto nombre que puede acabar despistando a cualquier espectador. De hecho, la primera vez que la vi me pareció demasiado confusa. Desde luego no se trata de una película a la cual acercarse como hace la mayoría de la gente con el cine en este país, como un simple pasatiempo, ya que si lo haces con esa intención la aborrecerás. Tienes que verla con verdadero interés cinéfilo.
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