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Chicago (2002)



Director: Rob Marshall

Duración: 113 minutos

País: Estados Unidos / Alemania / Canadá

Elenco: Taye Diggs, Cliff Saunders, Catherine Zeta-Jones, Renée Zellweger, Dominic West, Jayne Eastwood, Bruce Beaton, Roman Podhora, John C. Reilly, Colm Feore, Rob Smith, Sean Wayne Doyle, Steve Behan, Robbie Rox, Chita Rivera, y otros más.

" Dos mujeres que han cometido sus respectivos asesinatos y que cumplen una condena en el corredor de la muerte, desarrollan una feroz rivalidad mientras compiten por atraer un poco de publicidad, convertirse en celebridades y por la atención de un abogado de mala reputación."

Esta cinta en su momento representó una de las últimas tentativas en un efímero renacimiento de uno de los géneros más venerados por Hollywood: el musical en vivo y a todo color. Desde el final de la llamada edad de oro en donde se realizaban proyectos con grandes presupuestos, repletos de canciones y extravagantes coreografías, los musicales han aparecido solo a intervalos discontinuos en el tiempo, y la mayoría de ellos se ha encontrado con una respuesta de la crítica muy variada, y cierta indiferencia en lo que a taquilla se refiere. Pero, lo que realmente levantó cierto entusiasmo y lleno el aire de Hollywood de nuevas sensaciones en aquel instante fue el lanzamiento de Moulin Rouge, el fantasmagórico relato de Baz Luhrmann sobre la decadencia parisina en el siglo XIX, recordado por el uso de melodías pop contemporáneas, el cual pudo no haber conseguido un gran éxito en las salas, pero se llenó de críticas, ganando con ello un entusiasta culto de seguidores y se convirtió en el primer musical en décadas que hasta terminó recibiendo una nominación al Oscar a la Mejor Película.
En este caso, el debut cinematográfico del veterano director de teatro y coreógrafo Rob Marshall, no se trata de una creación ni tan radical ni tan experimental como el filme citado de Luhrmann. Al igual que en otras obras del género, es una adaptación cinematográfica de un espectáculo de Broadway; a saber, la historia escrita por Bob Fosse sobre dos asesinas acontecida en la década de los veintes que se dedican a exprimir hasta la última gota de la fama que les brindan sus crímenes, por un poco de gloria con la cual acaparan los titulares de toda la ciudad. Y, como en varios de esos casos, este filme no intenta reinventar el musical, en cambio se conforma con ser un producto de género muy sólido y bien diseñado que sabe perfectamente lo que las audiencias esperan de una creación del estilo y se los entrega de manera apropiada.
De hecho, la historia (adaptada del musical original del escritor Bill Condon, que llevaba el nombre Gods and Monsters), es el único elemento radical en todo el conjunto, ya que sigue la emocionante montaña rusa en la que se transforman las existencias de dos asesinas a sangre fría. Por un lado, tenemos a Roxie Hart quien es una aspirante a vivir del escenario, una insignificante mujer que pretende cantar y bailar mientras contempla las luces brillantes en los clubes de Chicago, y que anhela gozar de una noche siendo el centro de atención. Después de que acaba con la vida de su amante, un vendedor de muebles de mala calidad que le había llenado la cabeza con mentiras sobre las conexiones que poseía en el mundo del espectáculo, finalmente lo consigue de una manera bastante inesperada. Luego de ser enviada a la cárcel, Roxie descubre que la sed del público por escandalosos titulares la ha convertido en una celebridad, y la joven asesina, asustada y confundida se va transformando en un monstruo mediático, uno que juega con el interés de la gente como si estuviese dirigiendo una orquesta y volviendo su crimen en un acto de autosacrificio. El ascenso de Roxie a la fama ocurre, mientras provoca la ira de quien fuera su modelo y antiguo ídolo en el ambiente, Velma Kelly, una mujer cuyo peinado a la Louise Brooks está cumpliendo su condena en la misma presión por matar a su hermana y a su marido, y quien era la que disfrutaba de la atención mediática hasta que Roxie aparece en escena. Atrapado entre estas dos alimañas está Billy Flynn, el abogado más famoso del lugar, que las representa a ambas, y que guarda algunos trucos deslumbrantes bajo la manga.
Como cualquier persona que haya tenido la oportunidad de ver alguna película de la autoría de Bob Fosse (desde luego Cabaret es buena opción), puede legitimar que el hombre guardaba en su carácter algo que podría llamar una raya de cinismo que seguramente medía un kilómetro de ancho, por lo que no es difícil comprender por qué el material en el que se basa esta cinta (un caso real de asesinato ocurrido en los veintes), le resultó atractivo. Afortunadamente, Condon el encargado del guión, no oculta los aspectos espinosos de la historia, y su narrativa incluso realiza algunas observaciones mordaces sobre la curiosa naturaleza de la celebridad moderna. Es decir, Velma y Roxie son muy parecidas a cualquier homicida de estos tiempos y algunos otros de épocas pasadas muy recientes, y también se asemejan a todos aquellos pequeños insensatos que, a través de una acción estúpida o simplemente por estar en el lugar equivocado en el momento adecuado, se vuelven famosos más allá de cualquier verdadero talento del que puedan presumir para alcanzar tales alturas. ¿Y quién permite que tal cantidad de elogios inmerecidos lleguen a sus oídos? Nosotros, por supuesto. En el filme se exhibe a un grupo de reporteros y espectadores que funcionan como un coro del que solo emergen aullidos, una masa que aspira con entusiasmo a la última historia de corte sensacionalista, lo cual genera toda clase de enfrentamientos que apreciamos en la pantalla; observamos ese insaciable apetito por el escándalo y la emoción desbordada que provoca que se destaque a los que no deberían ser destacados, a los indignos ser celebrados, y al mal elevado a la palestra en donde toda la gente tiene puestas sus miradas.
Es un mensaje profundo para lo que es esencialmente una comedia repleta de canciones y bailes, pero Condon se permite a sí mismo comprometerse en las implicaciones más oscuras que esto conlleva, sin sugerir ningún mensaje aleccionador para la audiencia. Después de todo, estamos a mitad de esta experiencia para contemplar todo el espectáculo, y la destreza de Marshal con la coreografía y la música se asegura de que las canciones cuenten con un toque satisfactorio. Desde luego, nunca he visto esta obra en el escenario, pero si esta creación capta la verdadera energía del espectáculo, este debería ser uno que tuviera un número tras otro sin descanso. Aunque la dirección de Marshall no siempre resulta tan firme como la puesta en escena de los referidos números musicales. Curiosamente, la película casi parece haber sido filmada a modo de secuencia, ya que la edición y el ritmo de las escenas inicialmente entrecortadas, se vuelven más fluidas de manera progresiva a medida que avanza la historia. Esto es crucial, puesto que todos los números tienen lugar en una especie de club nocturno de ficción, separado de la acción principal.
Por supuesto, como sucede con cualquier musical, la mayor parte de su éxito recae sobre los hombros de sus intérpretes, y mientras Astaire y Garland no tienen de que preocuparse, los miembros del elenco de la película nos muestran sus capacidades de manera sorprendente no solo cuando se trata de cantar, sino también en el momento de ofrecer sus aptitudes para el baile. En el caso de Gere, quien aparece aquí desplegando un encanto difícil de digerir, muestra algunas formas ingeniosas en las letras de las canciones y un estilo agradable y relajado mientras baila tap. Y luego viene Zeta Jones, quien fuera bailarina en Londres antes de dejarse ver en la pantalla grande, nos regala los movimientos más destacados de todo el elenco, mientras transpira una temible sexualidad. También hay labores destacadas con Queen Latifah como la celadora corrupta de la prisión de mujer y lo de John C. Reilly quien personifica al desgraciado marido cornudo de Roxie, cuyo Mr. Cellophane resume de manera conmovedora su condición de hombre que no pertenece a ninguna parte.
Sin embargo, en lo que a mi respecta, este es más fue bien el show de Renee Zellweger hasta el último minuto. A mi parecer, el trabajo en pantalla de la actriz siempre ha sido muy desigual, tanto que a veces daba la impresión de estar confundida al encontrarse frente a una cámara de cine. No obstante, en esta ocasión, la confianza que proyecta resulta muy sugerente, y mientras Roxie se va transformando de una tímida criminal a una taimada y vampiresa mujer que controla a los medios a su antojo, Zellweger despide hacia el exterior el poder del sexo, el sarcasmo y la dulzura (con frecuencia de manera simulada), como no lo había visto antes en ninguna de sus interpretaciones. Su baile no está tan pulido como el de Zeta-Jones, pero su determinación y seguridad lo compensan, y sus números son sencillamente los más importantes de la película.
Finalmente, no se trata de la obra maestra que algunos en aquella época de su lanzamiento se atrevieron a sugerir. Me parece que la falta de un director más experimentado evita que se convierta en algo más que una mera transferencia a la pantalla en un nivel adecuado de un trabajo escénico que ha sido muy venerado. Sin embargo, la película es divertida y emocionante, con algunos números memorables, y probó en aquella oportunidad que el éxito de Moulin Rouge no había sido una casualidad.

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