Director: Céline Sciamma
Duración: 122 minutos
País: Francia
Elenco: Noémie Merlant, Adèle Haenel, Luàna Bajrami, Valeria Golino, Christel Baras, Armande Boulanger, Guy Delamarche, Clément Bouyssou, entre otros.
" En una remota isla británica a finales del siglo XVIII, una pintora se ve obligada a crear un retrato de una joven que está próxima a contraer matrimonio."
Antes de comenzar la breve reseña que me ocupa en esta ocasión, quisiera realizar un pequeño apunte. Resultó difícil no acercarse a esta obra con unas expectativas realmente elevadas, dada la recepción entusiasta que obtuvo por parte de la crítica el año pasado, sumado al hecho de que he podido verla luego de que ha acontecido un año completo, después de que solía aparecer en los primeros puestos de las listas de los especialistas de lo que consideraron como lo mejor del 2019.
Luego entonces, esto tal vez explica en cierta forma la circunstancia tan personal de que la haya disfrutado bastante, pero no me conmovió lo suficiente como para incluirla en mi propia lista, no solo de favoritos de los abriles pasados, sino de toda mi bendita existencia.
En pocas palabras, se trata de un filme suntuoso en su diseño, profundamente exuberante y romántico en sus temas. En muchos momentos me recordó a varias películas que han tocado las mismas temáticas como aquella de 1993 dirigida también por una mujer The Piano, en esa intención de explorar el amor prohibido y la profunda intimidad que puede desarrollarse entre dos personas que se conectan a través de un entendimiento mutuo de las pasiones del otro. Se trata del observador y del que mira, y la forma en que esos roles bien definidos pueden ser modificados según la perspectiva.
Probablemente el tema que más generó cierta inquietud e interés a partes iguales de los que desarrolla, es el punto en el que la artista puede ser tan analizada como el correspondiente tema que elige para desplegar en su arte.
"Tómense el tiempo para observarme". Esto es lo que una pintora les pide a sus alumnas mientras posa para ellas, en la primera escena de la cinta. "Tómate tu tiempo para mirarme". Pareciera que con esas mismas palabras que usa la artista, la directora de este filme encausa a su propia audiencia para que se aproxime a su labor en pantalla. Es decir, nosotros, los espectadores, deberíamos tomarnos nuestro tiempo para ser capaces de contemplar esta creación. Y es que, digamos que este es un cine pausado en la mejor expresión de dicho concepto.
Aquellas largas escenas dentro del filme, de alguna manera invitan al espectador a observar como si estuviese examinando una pintura en un museo: en otras palabras, prestando atención a los pequeños detalles, disfrutando del trabajo artesanal llevado a cabo por la pintora que forma parte de la pareja protagonista de esta historia, y admirando la forma sutil y reflexiva en que todo el relato se ha concebido.
Desde el primer momento, queda claro que esta película se va a dedicar a narrar su argumento sin emplear demasiado las palabras. Es decir, de eso se supone que se trata esta disciplina que han dado por llamar Cine.
Como suele utilizarse para ejemplificar un punto, para muestra un botón: justo en el principio del metraje, en una de las primeras escenas, conocemos a la pintora que viaja a bordo de un bote de remos con dirección a una isla frente a las costas de Francia. Cuando la especie de caja que contiene todo el equipo que usa para realizar el arte de la pintura cae por la borda, la mujer no expresa ni una sola palabra a sus compañeros de viaje, sino que de forma inmediata se lanza al agua para intentar salvar sus pertenencias. Esta breve escena le comunica al espectador el carácter del personaje: se trata de una mujer ferozmente independiente, desde luego muy apegada a su instrumental de pintura, y que prefiere en toda oportunidad hacer las cosas a su manera.
En lo que respecta a la trama, esta es bastante simple: todo gira sobre una talentosa mujer dedicada a la pintura que es invitada a una isla para crear el retrato de una joven y bella mujer, que está a punto de casarse. Sin embargo, la única dificultad que encuentra la retratista al llegar al lugar, es que la joven no desea ser pintada, ya que básicamente debido a su personalidad caprichosa no le gusta posar ante nadie. Quien invita a la artista a tan remoto paraje, es la madre de la veleidosa muchacha.
Así que, ocurre lo que tiene que ocurrir, lente pero de manera inevitable, en la diaria convivencia que mantienen ante la ausencia de la madre, las dos mujeres se encariñan entre sí e incluso comienzan una apasionada historia de amor.
Por supuesto, uno de sus grandes aciertos es que no todos los directores pueden transformar estos aparentemente sencillos eventos en una película que es capaz de capturar el espectador de principio a fin, pero la fresca realizadora francesa Sciamma lo consigue. Y aunque, a lo largo del metraje no hay sucesos realmente espectaculares en esencia (a menos que el embarazo no deseado de la mucama cuente como tal), cada escena reluce gracias al modo en que se presentan esas emociones contenidas por medio de un poder visual indiscutible.
De nuevo, a riesgo de caer en el lugar común, enuncio que esta no es una obra para todos los paladares. Dicho de otra forma, lo que algunos pueden considerar como una falta de ritmo (cuando en realidad solo es en extremo pausado), puede a su vez provocar que a todos ellos se les pongan los nervios de punta o cause un exceso de bostezo. No obstante, para aquellos que puedan apreciar la intensidad del cine pausado, este puede ser o convertirse en un verdadero placer.
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